El Pipa Club se muda

El presidente del Pipa, Josep Maria Navarrete (en el centro), acompañado por miembros del club de fumadores de Londres, el miércoles pasado.

El presidente del Pipa, Josep Maria Navarrete (en el centro), acompañado por miembros del club de fumadores de Londres, el miércoles pasado.

OLGA / Merino

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La crónica urbana se ha convertido en un oficio de difuntos. Al goteo de locales emblemáticos que vienen cerrando, se suma ahora el próximo traslado del Pipa Club (plaza Reial, 3) al barrio de Gràcia, un desalojo motivado por la presión turística e inmobiliaria, que vienen a ser casi lo mismo. La última jam session en el recinto se celebró, ay, el domingo pasado. Kyrie eleison, Christe, eleison.

El lector noctámbulo conocerá bien el Pipa Club. Llegabas al portal, llamabas al telefonillo y te abrían sin que hubiera rótulo identificativo. Las visitas de provincias solían quedarse patidifusas mientras ascendían los peldaños de mármol bruñido de madrugadas, convencidos, los amigos, de que estaban dejándose arrastrar hacia un antro de perdición situado en el principal.

Sin embargo, al traspasar la puerta, parecía que hubieses entrado en casa de la abuela pero con la yaya ausente y una verbena improvisada en cada habitación. Unos 280 metros cuadrados de fiesta tranquila, de copas conversadas, nada de garrafón, en una atmósfera misteriosa, de club británico para gentlemen que charlan sobre monturas y negocios.

Los sillones de cretona que presiden el salón Borkum Riff, con su ventanal abierto a la hermosa plaza porticada, aguardan la inminente mudanza. También la mesa de billar, las fotos de intérpretes de jazz que adornan la sala de conciertos, la barra historiada del pub Sherlock Holmes y las vitrinas con una nutrida colección de pipas antiguas, aunque aquí el asunto del fumeteo sea lo de menos: los socios del club, un centenar, pueden reunirse las tardes de los miércoles y viernes a saborear el humo de sus cachimbas, pero el piso de la plaza Reial abre a diario para todo el paisanaje, desde las diez de la noche, hasta las tantas.

El traslado se efectuará este mes, en cuanto acaben los albañiles la rehabilitación del nuevo local, situado en la calle Santa Eulàlia, número 21, entre Milà i Fontanals i Bailèn.

El desalojo se debe en gran parte a la subida desorbitada del alquiler: la propiedad pide ahora 7.000 euros mensuales (hay que servir muchas jarras de cerveza para que salgan las cuentas). Ya hace una década, cuando expiraron los contratos de renta antigua, el Pipa Club había sufrido un notable incremento en el arriendo —pasó a pagar 3.000 euros—, una soga al cuello que obligó a otras entidades sociales que compartían edificio a emigrar hacia playas más cálidas. Tal fue el caso del Club Muntanyenc Barcelonès.

¿Más apartamentos?

El inmueble del número 3 de la plaza Reial, donde el Pipa Club es de los últimos inquilinos, pertenece a la familia de la marquesa de Villalonga. Las plantas superiores del edificio ya han sido transformadas en los apartamentos turísticos Enjoy Barcelona, de manera que podría aventurarse el destino del entrañable garito, tan ligado a la historia perdularia de Barcelona. ¿Más dormitorios para guiris de chancleta? ¿La conversión de toda la finca en un hotel de bemoles? ¿O qué? El tiempo dirá.

«Estar en la plaza Reial es un lujo, y el lujo se paga», dice el presidente del Pipa Club, el abogado Josep Maria Navarrete. Se le nota tranquilo, ya un paso más allá de la resignación, pero resulta inevitable que, durante la charla, emerja algún ramalazo nostálgico después de 35 años de historia. «El club fue pionero en la recuperación del jazz en la ciudad», comenta el socio Joan Enric Sebarroja remontándose a un tiempo, el arranque de los 80, en que lo programaban tan solo el Jamboree, La Cova del Drac y el Pipa.

Como bien recuerda el periodista Vicens Lozano, fundador y expresidente de la entidad, el club de fumadores también desempeñó un papel clave en la «normalización de la plaza Reial» por la afluencia de público intelectual y bohemio. Fue en una época, la de la transición, en que daba yuyu recorrer los escasos metros hasta la Rambla para pillar un taxi por el paisaje de camellos, proxenetas y la eventualidad de una navaja con mono… Ahora es otra cosa. El viejo principal había sido también sede del sindicato CNT y estudio del pintor Pere Pruna.

Será imposible reproducir el alma del local, su aire clandestino, la pátina y los viejos fantasmas. Otra pérdida, pero qué se le va a hacer... En el fondo, todo es humo.