BARCELONEANDO

La pequeña gran familia de la burocracia

Lejos de generar un motín, la larga espera en una oficina de la Seguridad Social de Rocafort une al sufrido ciudadano

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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En la última fila ya han perdido la paciencia: “¡¡Que alguien nos traiga unos pañales!!”.  Lo grita un hombre que no tendrá menos de 65 años y que lleva más de dos horas esperando. Y eso que tenía cita previa para las diez. Es mediodía del jueves 12 de enero. Y esto es la oficina de la Seguridad Social de la calle de Rocafort, donde, quién sabe si como cada día, está a punto de nacer la pequeña gran familia de la burocracia.

En el tablero de información, una mujer menuda recibe a los neófitos con infinita paciencia. Se llama Lucía y lleva poco más de un mes en el puesto. Sus compañeros dicen de ella que es una delicia, que ha aprendido rapidísimo. Escucha a los ciudadanos y les entrega un número que pasa a ser su mayor tesoro para lo que queda de mañana. A partir de ese momento, atentos a la pantalla.

Los ánimos se calientan a partir de las 11.30 horas. Hasta entonces, la gente se ha limitado a mirar el móvil, porque aquí estamos todos más o menos para lo mismo, pero no para hacer amigos. Algunos observan el papelito con fricción, como esperando que su 40 se borre y se convierta en un 27. Mezcla de resignación y paciencia. Hasta que las agendas personales y las citas previstas antes de comer vuelan por los aires y empieza a respirarse un cabreo notable. Primero simpático, luego algo más agrio. Pero sin perder la compostura.

OVACIÓN Y SILBIDO

Una mujer de unos 50 años desentierra el hacha y se acerca al estrado. Le pregunta a Lucía qué pasa con los números encabezados por las letras AT. “¡Y las CT!”, se apunta otra conciudadana. La funcionaria le dice que informará al jefe. Sale un AT a los pocos segundos. Ligera ovación seguida de un tímido silbido

Lo de los números tiene muy poco de democrático. Los FT son el Pedralbes de la sala, se llevan dos de cada tres llamados y al respetable no le parece nada justo. Por Júpiter que no lo es. Una joven que dice que tiene que irse a la Zona Franca a hacer otra gestión se queja de que en 45 minutos solo han llamado a dos de su equipo. Es una BT, normal… “¿Eres un BT? Pues ‘ve-te’ a desayunar que tienes para rato”, bromea un hombre que igual viene de casa con el chiste preparado.

Al teléfono, un joven habla con alguien que parece ser su jefe. “Tengo 11 delante. Sí, tenía cita previa, pero…, vale, ¿pero qué hago? ¿Me espero o voy por lo otro? Vale, venga, le voy diciendo”. Cuelga con un sonoro “joder” y regresa a su asiento, en la segunda fila, junto a dos señoras que ya se han hecho íntimas. Una le cuenta a la otra que una oficina de la Seguridad Social en Sarrià cerró recientemente. Estaba en la calle de Flos y Calcat, y, efectivamente, en octubre cesó su actividad. Personal de aquí detalla que había que hacer reformas y que costaban demasiado. Una escalera de caracol complicaba mucho la obra. 

BAJAS SIN CUBRIR

“Se conoce que toda esa gente de la zona alta ahora tiene que bajar aquí”, cuchichean. Los trabajadores también fueron trasladados, y algunos de ellos están en Rocafort. Otros marcharon a Travessera de Gràcia, 117. La dama que atiende en una de las mesas es una de esas personas emigradas. Empatiza y se sincera al compartir con ella las dos horas y media que a cualquiera le dejan el culo carpeta. Cuenta que hay dos personas de vacaciones y que las jubilaciones no se cubren. Tampoco las bajas por enfermedad. “En cinco meses seremos cuatro menos de manera permanente y no tienen previsto que venga nadie más. ¿Cómo no se va a enfadar la gente?

A 15 minutos para la una, la sala de espera ya parece un comedor infantil. Los de la primera fila hablan con los de la tercera, los de la última con los de la segunda. Todos contándose su mísera mañana, de cómo han tenido que cancelar sus planes. Sorprende y se agradece el buen humor que impera, cómo impecable es el trato de los funcionarios, frontones de la mala hostia, sin culpa alguna. 

En el bar restaurante El Pozo, justo al otro lado de la calle, se apostan los más listos. O los más veteranos. Toman el café mientras leen la prensa. Uno de ellos tenía cita previa a las 11 y pasan diez minutos de la una. "Como ya sé de qué va, me traigo periódicos y me libero la mañana". Justo al lado hay un karaoke. Un buen lugar para que vayan todos a cantar las 40