La invasión de las pegatinas

Se multiplican en las calles de Barcelona los 'stickers' obra de conocidos artistas urbanos

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Con gesto rápido, el hombre se saca la cajita del bolsillo, escoge una pegatina, la fija en una puerta llena de pegatinas y sigue su camino. Un gesto mecánico, también: bolsillo, caja, pegatina, puerta, de tan acostumbrado que está, de tan integrado a su rutina que tiene el gesto, el movimiento. “Las pego en mis desplazamientos diarios, no es que salga solo a hacer eso”, dice. La rapidez, la mecánica, están al servicio de la discreción: no es necesario llamar la atención, y menos de la policía. Dos o tres calles más allá, en otra puerta, en una caja de incendios, en una tubería, detrás de una señal, la breve ceremonia tiene lugar otra vez, y luego otra vez, y así Ramón Rombos va poblando su recorrido de pegatinas, trazando una ruta, tan rastreable como el camino de piedras que deja Pulgarcito tras de sí.

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Ramón Rombos es un nombre artístico y corresponde a un logroñés afincado hace tres años en Barcelona; se llama así porque sus dibujos se despliegan siempre en torno a un rombo. Es uno de los 'pegatineros' más constantes y activos de la ciudad, uno cuyas pequeñas obras pueden verse con frecuencia si uno avanza fijándose, y hay que fijarse, porque las pegatinas son pequeñas por definición, las suyas y las de todos: las de Pez Polla, las de Secle, las de Konair, las de El Gordo, las de Sato, las de Sram23; las de Bronik, las de Vegan Bunny, las de Bombing Art, las de Zinkete, las de Chupete. No es una lista exhaustiva. Hay un fenómeno en boga que se llama pegatinas, una forma de arte urbano menos visible, más camuflada, en la que repara menos la gente, pero tan constitutiva del fenómeno como los grafitis hechos con espray o los 'paste-up' o las intervenciones que ni tienen nombre, por nuevas, por recién llegadas.

UN FANZINE ESPECIALIZADO

Ocurre algo en la calle que trasciende la mera anécdota y uno de los síntomas es la existencia de un fanzine, Stickem, nacido para retratar el mundo de las pegatinas. Un raro producto editorial. Lo pusieron en marcha hace dos años Jesús Zebader y Pei Pegata, que es otro nombre artístico porque él mismo pega por la calle. “La mayor parte de los artistas que hemos entrevistado hasta el momento son de Barcelona”, dice Zebader. “Es una ciudad en la que hay mucho movimiento de pegatinas. Si vas por el Raval vas a ver que cualquier esquina está llena de pegatinas”. Es, como todos, un universo plural: hay quien trabaja exclusivamente con pegatinas, artistas que solo intervienen en la ciudad pegando sus dibujos, pero la mayoría las tienen por un plus, una actividad agregada: un complemento a su trabajo principal.

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“En realidad se trata de toda una subcultura dentro del movimiento del 'street art' –dice Konair, el grafitero conocido por los helados mordidos con los que más o menos ha poblado media ciudad–. Es una manera muy ágil y muy limpia de reventar, de dejar tu huella sin tener que sacar un espray”. En cierto modo es una marca, también, una manera económica y sencilla de incorporarse al paisaje urbano, de acentuar la presencia propia en el imaginario de la ciudad. “Básicamente se trata de la forma más inmediata de intervenir en la calle, de desplegar la marca del artista por todo el medio urbano de forma inmediata”, dice Arcadi Poch, responsable del Departamento de Cultura de la firma de esprays Montana Colors y especialista en arte urbano.

EL 'PUNKY'

La enorme mayoría pintan sus dibujos en el ordenador y luego los mandan imprimir en papel de pegar, por cientos o por miles. Algunos, de vez en cuando, hacen producción artesanal, como Secle, la mujer conocida por sus dibujos de peonzas y nubes. “Combino: unas veces las hago a mano y otras en imprenta. Las que hago a mano tienen el encanto de ser únicas”, dice. Pocos, muy pocos, lo hacen todo a la manera artesanal, pintando ellos mismos sobre el papel, recortando cada pegatina, haciendo algo irrepetible de cada 'sticker' que van pegando por ahí. Pez Polla es el ejemplo por antonomasia.

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“Por las noches pintamos y recortamos con mi mujer y mi hijo”, dice. Al artista que ha hecho de su proyecto un asunto familiar, el oficinista que pega por la calle para huir del sinsentido de su trabajo (“Es un 'punky', me encanta”, dice Ramón Rombos), le debe la ciudad esos bancos de 20, 30 y hasta 40 peces que surcan puertas, cajas de incendios y señales de tráfico, por el casco antiguo y el Eixample. Su nombre saldrá en cualquier conversación sobre pegatinas en Barcelona. El suyo, el de Rombos, el de Bronik, el de Sato, el de Konair. Pegar está de moda. 

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