El formato predilecto del 'grafitero' viajero

Fácil de transportar, la pegatina favorece el coleccionismo y el trueque entre artistas

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Un vistazo a las páginas de internet de los 'pegatineros' barceloneses puede llevar a engaño: a pensar que esta gente o viaja mucho o tiene el don de la ubicuidad, porque hay fotos de sus pegatinas en todas partes, en ciudades alejadas 100 kilómetros, o 600, o 10.000, es decir en otros países y continentes. Pero no es solo que cuando viajan carguen en el bolsillo una surtida provisión para ir pegando por ahí. Lo hacen. Pero también ocurre que las pegatinas se mueven solas, las más de las veces en la seguridad plácida de un correo certificado, en busca de destinos más o menos remotos. Un grafiti no puede viajar. Vive en la pared o en la persiana hasta que llegan los servicios de limpieza y lo borran. La pegatina no tiene ese problema.

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“Una vez me escribieron de México y acabé enviando unas pegatinas allí, y otro día se puso en contacto un tipo de Buenos Aires que andaba por la ciudad y me pidió unas para llevárselas y pegarlas allá”, cuenta el personaje que en la calle se hace llamar Pez Polla. Así se amplían las fronteras, enviando correos. “Que se dispersen por el mundo, de eso se trata”, dice Ramón Rombos. La movilidad es capital en el mundo de las pegatinas, y es un atributo que las ha aupado a formato predilecto para viajar. “De hecho, cuando más las utilizas es cuando vas a otro lugar –dice Konair–. En tu casa, si la lías ya sabes la que te espera, pero afuera nunca sabes qué te va a pasar, y la pegatina te permite dejar huella sin correr mucho riesgo”.

EXPOSICIÓN EN LOGROÑO

En Barcelona, la profusión de pegatinas no obedece solo al trabajo de los locales, sino que es espejo de ese fenómeno: son 'stickers' de artistas extranjeros de paso por la ciudad. “Nemes the Duck estuvo en Barcelona”, se lee en la web de Nemes the Duck, un artista francés, con la correspondiente foto que lo atestigua: uno de sus patos pegado en un bolardo con el Palau de Mar de fondo. Dado que la foto debe ser elocuente y hablar claramente de su contexto, los alrededores de los sitios inconfundiblemente barceloneses están llenos de pegatinas. Por Barcelona también anduvo hace poco el artista conocido como Art Ist, y también perduran sus huellas por ahí. “Esto es de un tío de Ámsterdam –dice Rombos durante un paseo por la ciudad–. Y esto es de un argentino que vino hace poco por aquí. Y esto lo hizo un rumano”.

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Es normal, por otra parte, que los propios artistas intercambien pegatinas entre sí. Correo va, correo viene. “Hay mucho coleccionismo de pegatinas, es casi otra subcultura dentro de la subcultura”, dice Konair. Rombos, aparte de ir dejando sus pegatinas por la ciudad, tiene debilidad por el coleccionismo. “Tengo pegatinas de todo el mundo”, dice, y un blog donde exhibe sus hallazgos. Parece hecha para viajar, la pegatina: cuando vivía en Logroño, su ciudad natal, Rombos organizó la que probablemente es la única exposición de pegatinas de artistas españoles que se ha hecho hasta el momento: 127 autores en total. “Todas llegaron a un apartado de correos que abrí para la ocasión”. A Pez Polla le llegó hace poco una invitación de un museo de pegatinas en Indonesia para que envíe su obra. Quieren exponerla. Los peces con aire de pene viajarán por correo certificado.

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