Paseo por el «peor lugar» de Barcelona

Una prostituta desciende de un camión, a las puertas del cementerio.

Una prostituta desciende de un camión, a las puertas del cementerio.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Cuentan los cronistas de la época que a Francisco Franco no le gustó en absoluto que la ladera de Montjuïc estuviera repleta de barracas. Le dijo al alcalde José María de Porcioles que en su siguiente visita a Barcelona no quería volver a verlas. El dictador había fijado su mirada en la cara fea de la montaña, el Morrot, el trastero de la ciudad, un lugar que a finales del siglo XIX empezó a arañar terreno al mar para dejar de ser una frontera natural entre el delta del Llobregat y la gran urbe que estaba por venir. El chabolismo desapareció a finales de los 70. Y la última casa de Can Tunis fue derrumbada en el 2004. Desde entonces, solo el puerto ha sacado partido a la zona, amén de una Ronda Litoral que ha hecho célebre el concepto Morrot porque es el punto kilómetrico que las emisoras destacan como inicio de los colapsos diarios. Tal es su degradación, que el alcalde, Xavier Trias, lo ha colocado en la cúspide de su renovada lista de peores zonas de la ciudad, dudoso honor que hasta ahora tenía Glòries, inmersa en una profunda transformación.

Gato Pérez escribió una canción sobre este rincón ganado al mar que Paco Candel describió como un "verde mantel al que le han nacido protuberancias (los barrios) y eccemas (las fábricas)". 'La curva del Morrot', se titula el tema del añorado rumbero: 'Animals, plantesi humans / no trobaran la seva pau / rodejats pels soberbis / que el món han volgut canviar'. La fauna, con la mayor variedad de vertebrados de las zonas verdes de la ciudad, y la densa vegetación -pinos, olivos, cipreses...- no faltan. Tampoco las piedras 'preciosas', pues la montaña alberga uno de los mejores ejemplos de minería prehistórica al aire libre de Catalunya. Lo que no hay son personas. Solo un joven negro que al distinguir al reportero se asoma a una roca de inaudito acceso. Deja su guitarra, la bolsa y un par de manzanas sobre una muralla, un fabuloso mirador que un día fue la cantera que alimentó monumentos y edificios como la Sagrada Família, el Parlament, el Hospital de Sant Pau, el Saló del Tinell, la catedral o las sedes de la Generalitat y el ayuntamiento.

Gaviotas y sirenas

De la primera curva de la carretera de Miramar -quizás sea el giro al que hacía referencia Gato Pérez- nace un sendero de unos 300 metros que desemboca en esta explanada. Junto al asfalto, unos metros por encima de la calzada, también se puede acceder a una suerte de depósito municipal con contenedores podridos repletos de basura y una montaña de madera machacada, destinada, es un suponer, a alimentar alguna planta de biomasa. La ciudad se pierde con rapidez entre la suciedad y la abundante basura. Acompañan el graznido de las gaviotas que anidan en el Morrot, las sirenas de los camiones del puerto cuando van marcha atrás y el absorbente 'tuuuuuuuut' de algún barco que marca las aguas mientras entra o sale de los muelles.

Durante la campaña para las municipales del 2011, Trias defendió un proyecto que por ahora no ha visto la luz: el barrio Blau@Ictinea, que pretendía convertir este páramo en una zona residencial con 2.000 viviendas de alquiler social aliñada con equipamientos de investigación y docentes que en cualquier caso entrarían en competencia con el 22@.

Apuntaba una inversión a 20 años vista de unos 250 millones de euros, e incluía un paseo marítimo que permitiera conectar el Paral·lel con la Zona Franca, algo que ahora solo es posible en coche o a nado. «Se puede hacer si el ayuntamiento se lo toma en serio», compartía el entonces candidato de CiU, que admitía que era una idea «ambiciosa». Pero la oposición, que veían otras prioridades, no le permitió desarrollarla. Vista la afirmación que hizo Trias el martes, cuando dio al Morrot alta urgencia paisajística, es de suponer que si repite en el cargo volverá a intentarlo. ¿Con el mismo plan? Fuentes municipales prefirieron ayer no añadir nada al respecto.

Junto al cementerio, el barrio de la Marina del Prat Vermell también aguarda una transformación que no llega. Era el lugar elegido para albergar la villa olímpica de los Juegos de Invierno del 2022, con 450 viviendas en ocho hectáreas que darían techo a 2.150 personas. «Ahora es una zona de perfil industrial, almacenes, solares y pequeños núcleos de viviendas. La idea es crear un barrio energéticamente autosuficiente, que sea un paradigma de sostenibilidad», detallaba el dosier de candidatura, del que este diario dio buena cuenta hace un año. Trias decidió apearse en el último minuto de la carrera olímpica y nunca más se supo de aquello.

En la ancha calle Mare de Déu del Port, la que linda con el cementerio, cuatro prostitutas prestan sus servicio a plena luz del día. Así era el martes, como mínimo. Pasa la Urbana, pero como si nada: su cruzada se llama Ronda Litoral. Los romanos tenían un nombre para cada tipo de meretriz. Las 'bustuariae' eran las que operaban en los camposantos, pero no por placer, sino porque durante el día trabajaban como 'lloronas', mujeres contratadas para dar mayor vigor trágico en los entierros y que conocían bien los rincones del recinto. No será esa la razón por la que hoy están ahí, pero quizás el declive del Morrot y su entorno sí sea la razón por la que pueden estar ahí.