El paraguas como pancarta

La plaza Sant Jaume, el martes.

La plaza Sant Jaume, el martes.

JOAN BARRIL

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En la tipología de la protesta hay dos formas de expresarse. Una de ellas es la manifestación al uso, un ritual consistente en la marcha siempre en el mismo sentido de las multitudes. Las manifestaciones pueden ir acompañadas de gritos, lemas, pitos o, por el contrario, pueden ser silenciosas. Lo mismo sucede con las concentraciones. Acostumbran a tener lugar frente a algún edificio institucional  dónde se pronuncian parlamentos que son coreados.

Llevamos muchos días manifestándonos y concentrándonos siempre por lo mismo y en contra de lo mismo. Pero hasta anteayer no habíamos encontrado el matiz de manifestarse bajo la lluvia. Afortunadamente, la industria impermeable ha fabricado telas multicolores que cubren los paraguas y que hacen del acto de concentrarse un elemento festivo y pacífico. Una plaza llena de paraguas multicolores establece un reto del manifestante contra los hombres y contra los elementos. Estamos allí para decir que ya puede caer el diluvio, que si las aguas no nos disuelven, menos lo harán los tribunales constitucionales. Nada que ver con aquellas antiguas manifestaciones bolcheviques de gente oscura y paraguas de tinta negra. El color brilla por sí mismo y sabemos que debajo de cada paraguas está la voz de alguien que protesta.

Llevar la contraria

Dicen que en Catalunya van a crecer muchas setas en este otoño. El clima ha contribuido a este tipo de florecimientos. También las calles se llenarán si esto sigue así -que seguirá- de personajes pequeños con ganas de llevar la contraria y de saberse defensores ancestrales de una causa. Las ciudades serán en realidad enormes aglomeraciones de casas de pitufos dispuestos a sonreírse los unos a los otros. Tan solo habrá que evitar que las fuerzas del orden acaben creando el desorden, porque de ser así ya tendremos a los corifeos de la prensa y las televisiones de Madrid hablando de incidentes, de kale borroka y clima insurreccional. De lo que se trata es de convertir el oasis catalán en una ciénaga -de eso ya se ha encargado Pujol- y de crear en las aguas tradicionalmente mansas un bonito río revuelto para que los pescadores del régimen ganen algo.

En las concentraciones bajo la lluvia se asiste a una nueva convivencia entre desconocidos. El rumor de las gotas sobre la tela impermeable proporciona a este país de excursionistas una intimidad profunda. Probablemente el paraguas sea un invento antiguo, procedente de China, dónde hace 2.400 años una joven llamada Lu Mei uso el bambú para concebir una tela plegable que la protegiera del sol. En el siglo XIX, en 1823, un químico escocés llamado Charles Macintosh presentó al público el paraguas impermeable. Y así llegó hasta nuestros días.

Urge reinventar el paraguas manifestante, un artilugio que cubra a la gente no únicamente de la lluvia sino de las providencias cautelares de los altísimos tribunales y que al mismo tiempo sirva para ofrecer al mundo una nueva primavera textil o una metáfora de los riquísimos frutos de la tierra otoñal, esas deliciosas excrecencias que tienen más memoria que nosotros.