barceloneando
Eh, papá, cómprame un cuadro
Eh, padre, relájate y entra aquí como lo hacen los niños, con libertad y sin prejuicios. Mira y diviértete. Una arenga con aires del «salid a divertiros» que oyeron los jugadores del Barça antes de saltar a la hierba de Wembley en la final de la Copa de Europa del 92, pero que nada tiene que ver con el fútbol. Aquí la cosa va de arte. Y quien la suscribe no es Johann Cruyff sino Martha Zimmermann. De momento, el manifiesto es solo una idea pero la intención es que luzca en la puerta de la Plom Gallery, justo antes de entrar y leer a Joan Miró: Más importante que una obra de arte en sí misma es lo que sembrará. El arte puede morir, una pintura puede desaparecer. Lo que cuenta es la semilla. Bienvenidos a la primera galería de arte contemporáneo para niños.
La invitación viene a cuento porque a veces los más reacios a entrar son los adultos, no los críos. Los pequeños son curiosos e imaginativos por naturaleza, así que cruzar la puerta para intuir un helado de fresa en una cortina de pintura de color rosa o soñar con un mundo escondido tras una alfombra de flores dibujadas es algo que no les cuesta. Pero ante esto, algunos padres, los menos versados en el mundo de la creación, sienten vértigo. Pero aquí se invita a todos, a los que ya llevan el gen del coleccionismo y a los que no distinguen un picasso de un van gogh. «Se trata de jugar: mirar sin prejuicios y así educar la mirada de los más pequeños e iniciarlos en el mundo del arte», explica Zimmermann, promotora de la iniciativa. Y se trata, además, de «estimular la creatividad, la imaginación, el esfuerzo y la autoestima», continúa. Son los superpoderes del arte.
La compra también figura entre los objetivos, que por algo es una galería. Y lo es con todos sus rituales. Hace exposiciones -la actual con unos deliciosos dibujos de Juanjo Saez, el mismo del Ondas por la serie Arròs covat-. E inauguraciones, aunque aquí los vernisage son en sábado y a la hora del vermut, con más refrescos que cava y con más pantalones cortos que corbatas. Unos invitados que disfrutan tanto de lo que se expone como de recorrer la calle donde se expone. Los más pequeños con el patinete en los pies; los más mayores con los escaparates como objetivo. No en vano, la Plom Gallery está en lo que a algunos les ha dado por llamar el Soho barcelonés, que no es otra cosa que la semipeatonal calle de Séneca, posiblemente la vía con más diseño por metro cuadrado de la ciudad.
Las piezas se entregan con certificado de autenticidad. Y de propiedad que, pague quien pague, lleva siempre estampado los apellidos del niño. El gran protagonista. Tanto, que hasta el nombre de la galería homenajea a Esos locos bajitos de Joan Manuel Serrat. Ya que lo de Plom Gallery nada tiene que ver con la pesada puerta de hierro de entrada y mucho con lo insistentes y absorbentes que pueden llegar a ser los hijos. Unos plomos, vamos.
Entre el naíf y el pop art
Y aquí, como en toda galería que se precie, también hay una cartera de artistas. Pero que nadie se confunda. Los autores de la sala no son creadores infantiles. Ni siquiera hacen piezas para críos. «Cualquier cosa realizada por un artista, a no ser que sea una cosa muy oscura, se puede regalar a un niño y colgar en su habitación», afirma Zimmermann. Aunque tampoco es necesario asustar al futuro coleccionista. El objetivo es atraerlo no alejarlo. De manera que el arte conceptual, aquel que cuesta tanto de entender, está descartado. Lo que invade las paredes de este templo infantil dedicado a la creación se mueve entre lo naíf, el pop art, el surrealismo pop y el street art
Algo que debe gustar a los potenciales usuarios de poca edad porque las adquisiciones no siempre son iniciativa de los mayores. Ahí están los primeros clientes infantiles que tuvo la galería. Tres niños que llegaron con sus ahorros tras ver la noticia de la apertura de la sala en el Info K, el informativo para menores de TV3. La anécdota llevó a Zimmermann a crear el Plom Piggy Bank: un cerdito hucha con el que ahorrar para adquirir una obra de arte. «Fomenta la cultura del esfuerzo, enseña a saber esperar y permite aprender a valorar el arte», concluye. Pues eso, en el Soho barcelonés el arte es cosa de niños.
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