BARCELONEANDO

El otro yo de Bigas Luna

Fue pintor antes que cineasta. Obsesiones y dualidades de un artista en Can Framis

'A fior di pelle', una parte de la muestra de Bigas Luna en Can Framis.

'A fior di pelle', una parte de la muestra de Bigas Luna en Can Framis.

ELOY CARRASCO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tiene todo el sentido que la obra artística de Bigas Luna, apellidos de un ilustre del cine español que relegó pronto al José Juan de la pila bautismal, se exhiba en Can Framis. El espléndido espacio del Poblenou forma parte de la Fundació Antoni Vila Casas, otro barcelonés egregio; lo que se dice un prohombre de la ciudad, con la Creu de Sant Jordi en la solapa. Farmacéutico de profesión, hizo fortuna en los años 80 con el Tepazepan, un ansiolítico y antidepresivo que desarrolló y le permitió ganar el dinero suficiente para así dar vida propia a su otro yo, el filántropo (no le llamen mecenas, no le convence). Cuando estaba en activo al frente de Prodesfarma, luego fusionada con Almirall, llegadas las Navidades Vila Casas nunca regalaba a sus directivos botellería selecta ni turrón del bueno, sino alguna litografía. Era cuestión de tiempo que dos personas refinadas, cada una a su manera, se encontrasen en algún punto.

En el patio de Can Framis da los buenos días una enorme e intrigante escultura de hierro de Jaume Plensa. En el interior, la exposición Bigas Luna. Més de Bigas i més de Luna (hasta el 20 de diciembre) seguramente dice mucho de la creatividad del cineasta fallecido hace dos años, tan sutil como orgánico, obseso y libertino. También estos días, en el Festival de Sitges, se estrenará su obra inacabada -Segon origen, basada en el Mecanoscrit del segon origen de Pedrolo- cuyo testigo recogió como realizador Carles Porta y en la que ni siquiera el Camp Nou se salva del apocalipsis. Así que Bigas o «el Bigas», como lo conocía todo el mundo, incluidas su mujer y sus tres hijas, vuelve a estar entre nosotros.

Lonas al sol

Celia Orós convivió con él durante 32 años. Nadie como ella supo de los ritos del Bigas pintor, un antecesor del hombre que más tarde trasladaría al cine las imágenes que le pasaban por la mente. Las Cares de l'ànima, por ejemplo. «En esos ratos de antes de ir a dormir, después de cenar, esbozaba unos trazos. Luego los terminaba». En hoteles o en trenes, rara vez habría horas muertas en él. El huerto de su finca en Tarragona era parte del laboratorio. Allí extendía grandes lonas y las dejaba durante meses, bajo la lluvia, el sol y el paso de la hojarasca y las pequeñas criaturas de la naturaleza. Como un agricultor, después de la siembra recogía la tela y, con lo que la tierra y los elementos le hubiesen dejado, trabajaba la obra en el estudio. «La naturaleza se ha convertido en mi mejor colaboradora», decía. Las páginas de sus guiones, salpicadas de notas y figuras garabateadas, también delatan a un dibujante compulsivo.

«Un creador ha de ser duro como una piedra y sensible como una flor». La dualidad, otro de sus términos favoritos. En su ideal, la teta y la luna eran lo terrenal y lo romántico. Trasladaba la lujuria al hecho cotidiano de comer, apreciando lo sexi -por excepcionalmente rara- que podía llegar a ser una paella en su punto. Tal vez se habría sentido incómodo con los telediarios de hoy, habiendo dicho más de una vez que detestaba las banderas y que el patriotismo le parecía una de las peores calamidades del ser humano.

No era la de artista una faceta precisamente desconocida de Bigas, pero en sus biografías siempre estará por delante el director erotómano y mirón, al gran enaltecedor de los pechos turgentes que manan leche y de los culos hipnóticamente rotundos que hacen perder el juicio a hombres desdichados. «Tener celos es un acto de cortesía hacia tu pareja», dice Celia Orós que decía Bigas, y está de acuerdo. Su marido siempre andaba a la caza de un rayo de lascivia para sus películas. «A mí nunca me pareció mal. Al contrario. Me encantaba». Eso también era un arte.