Otra Barcelona era posible

El curso de la historia de la ciudad no cambió cuando Rebollo lanzó la flecha, sino seis años antes, para bien y para mal

30 ANIVERSARIO DE LA DESIGNACION DE BARCELONA COMO CIUDAD OLIMPICA

30 ANIVERSARIO DE LA DESIGNACION DE BARCELONA COMO CIUDAD OLIMPICA / periodico

CARLES COLS / BARCELONA

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En la rama literaria de las ucronías (ningún meteorito extingue a los dinosaurios, el imperio romano no entra en declive, fracasa el desembarco de Normandía, etcétera), lo crucial es el llamado punto Jonbar, ese instante en el que un hecho aparentemente insignificante o una decisión distinta por parte de un protagonista cambia el curso de la historia. Cada aniversario de los JJOO de 1992 se relata, como en una letanía, cómo aquella cita cambió Barcelona, y se sitúa el punto de partida del relato, por buscar uno simbólico, en el instante en que Antonio Rebollo alumbró el pebetero con una flecha incendiaria. Si el arquero hubiera fallado tal vez nada habría cambiado. El verdadero punto Jonbar de Barcelona habría que situarlo en 1986, incluso meses antes del célebre “a la ville de…” de Juan Antonio Samaranch. Fue cuando en duro pulso se descartó situar la Vila Olímpica en el Baix Llobregat, entre el aeropuerto y la ciudad, donde algunos prohombres (¡oh, caramba!) previamente habían invertido en la compra de terrenos. Se impuso la opción más arriesgada. Otra Barcelona era posible, pero se impuso la que hoy conocemos.

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Sin ánimo de aburrir, merece la pena recordar qué se pretendía con la excusa de los JJOO. La transformación de Barcelona estaba ya dibujada pero dormía en los cajones porque faltaba la chispa de la bujía que pusiera el motor del urbanismo en marcha. Era muy simple. Se podía dibujar con una simple elipse. Era la gran ronda de circunvalación de la ciudad. Las instalaciones olímpicas (la villa de los deportistas, la de los periodistas, el velódromo, la zona del Camp Nou y del Club de Polo, las instalaciones de Montjuïc…) estaban, poco o mucho, estratégicamente situadas sobre el recorrido de esa elipse. Vamos, que ni para la lucha grecorromana se edificó un pabellón en el corazón de la ciudad. Las rondas iban a permitir después, como así fue, pacificar la Meridiana y ampliar aceras en la calle de Aragó, por resumirlo muy sucintamente. Aquella operación, ya por concluir este apartado, tenía que ir de la mano de una inversión en metro que no se ejecutó. Pasqual Maragall pretendía que la L-2 tuviera una parada en la Anella Olímpica y que, desde allí, algún día alcanzara después el aeropuerto, casi una línea recta. El metro llega actualmente al aeropuerto, sí, pero a través de una línea inconclusa y que lastrará las finanzas de la Generalitat ad eternum. Otra Barcelona era posible.

En este tipo de aniversarios suele quedar estupendo ponerle unos peros a la ejecución de las obras, por aquello de no caer en el periodismo de la simple adulación. Los hubo, y con la perspectiva del tiempo, gordos. Ahí van tres, aunque hay más.

DE LOS CHIRINGUITOS AL 'HOTEL VELA'

Primero. Se abrió Barcelona al mar, sí, se ganaron seis kilómetros de playa, sí, pero en el lugar donde una mejor cirugía se requería, en el Moll de la Fusta, se le robó a los vecinos de Ciutat Vella el mar. La gamba de Mariscal apenas disimuló el error de diseño. Justo enfrente, el espacio que hoy ocupan el Maremàgnum y el ya cerrado y desproporcionado cine Imax, podrían haber sido un gran parque urbano y marítimo. No lo son. Nadie ha asumido en público ese error. Como propina de este primer punto, recordar que en un anterior aniversario, los padres de la Barcelona olímpica pidieron perdón por la demolición de los chiringuitos de la Barcelona. Eran lo que eran, pero tenían más valor sentimental y quizá también estético que el 'hotel Vela', que nada tiene que ver, efectivamente, con los JJOO de 1992. Es este hotel, como explica una de las cinco fuentes consultadas para realizar este reportaje que estuvieron en las salas de máquinas municipales, ¡una herencia del pacto del Majestic! Entre las concesiones de José Maria Aznar a Jordi Pujol estuvo la gestión del puerto de Barcelona. Eso permitió a CiU ofrecer un anticipo del modelo urbano que años después, ya en la alcaldía, completó en el Port Vell, donde las embarcaciones de la clase media dejaron paso a los yates de lujo. Otra Barcelona bien distinta.

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Segundo. Se arrasó con prácticamente toda la arquitectura fabril del Poblenou. Había algunas joyas, pocas, pero la antigua Fábrica de Hielo y Harina Folch lo era. Las prisas no deberían ser excusa. Cuando 100 años antes se reformó en profundidad el actual barrio gótico, se trasladaron ladrillo a ladrillo edificios enteros. Un caso sonado fue el de la antigua sede del gremio de caldereros, que se traslado dos veces. La apertura de la Via Laietana cambio una parte de la ciudad. Los Juegos Olímpicos la borraron.

Tercero. Se dice pronto. El anillo elevado de las Glòries, lo que en inglés podría llamarse una infraestructura ‘bizarre’. Era una rotonda elevada que no distribuía el tráfico. Podía haber sido un puente sin más. Es igual. Ya no está.

EL CONTRAPUNTO VASCO

La gran novela ucrónica de Barcelona podría ser también otra. Los años 80 fueron muy duros para la industria de España, incluida la de Barcelona, pero sobre todo para la del País Vasco. Ninguna ciudad vasca fio su futuro a unos Juegos Olímpicos. Su receta fue reindustrializarse. Actualmente tiene el paro más bajo y los salarios más altos de España. Barcelona, con los JJOO, logró su meta de ponerse en el mapa del mundo, pero se podría decir que afloró de inmediato la arraigada vocación rentista de sus clases más acomodadas. Después de que se apagara el pebetero, otra Barcelona era posible, pero hay la que hay, la abonada al turismo, y no está la que quiso ser capital financiera y no pudo, la que quiso tener una industria aeronáutica y se estrelló, la que puso en marcha un distrito tecnológico y se quedó a media luz. Dicen que el plan era convertir Barcelona en la Boston del Mediterráneo. Es más bien la Venecia.