Benidorm, 'mon amour'

Ramón de España visita la exposición de Oscar Tusquets sobre la ciudad costera en la galería Ignacio de Lassaletta

Oscar Tusquets presenta una exposición sobre Benidorm en la galería Ignacio de Lassaletta.

Oscar Tusquets presenta una exposición sobre Benidorm en la galería Ignacio de Lassaletta. / CARLOS MONTAÑÉS

RAMÓN DE ESPAÑA

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Me acerco a la galería Ignacio de Lassaletta para asistir a la inauguración de 'Gran Benidorm', la nueva exposición de Oscar Tusquets, compuesta por una serie de cuadros y colajes que homenajean, sin ironía alguna, a ese lugar que las personas exquisitas consideran el paraíso de la chusma y el espanto arquitectónico más notable del desarrollismo franquista. “Pues a mí me gusta más que Cadaqués”, me comenta Oscar, que anda muy ocupado recibiendo parabienes y palmadas en el lomo. Le pregunto dónde acaban la ironía, el sarcasmo y las ganas de incordiar y empieza la sinceridad de la propuesta, pero el señor Tusquets me mira como si le acabara de abordar un marciano y me asegura que él es un fan de Benidorm de toda la vida. A continuación, me muestra un video en el que aparece una ancianita bailonga y me pregunta, como si yo tuviese algo en contra de la tercera edad, “¿o es que los jubilados sin posibles no tienen derecho a divertirse?” Desde la pared, una cartela con una frase de Mariscal remacha el clavo: “Prefiero Benidorm a Florencia”.

Aunque sin llegar a las cotas de su compañero de generación Oriol Maspons, rey indiscutible de la 'boutade' (y de la simple burrada) durante toda su larga vida, a Oscar Tusquets también le han gustado siempre mucho las declaraciones rimbombantes y espectaculares con las que chinchar a su propia clase social, la alta burguesía barcelonesa, pero en este caso solo cabe hablar de una sinceridad ingenua y bienintencionada.

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“Pues yo no te imagino en la playa de Benidorm en pleno mes de agosto”, le digo, “con la toalla plantada junto a la de Belén Esteban, que tú eres muy señorito, Oscar”. Y entonces me sale con que le encanta instalarse en los Sea Gardens, una especie de resort de lujo situado en las alturas de la población, a una conveniente distancia de la plebe, que le resulta muy soportable cuando se confunde con una masa de hormigas. A continuación, el hombre se pone en plan arquitecto de vanguardia y me canta las excelencias del crecimiento vertical, incomprendido por quienes no saben distinguir la auténtica belleza. Se explica tan bien que casi me convence de que Benidorm es la repera, pero cuando se larga a quedar bien con otros invitados a la muestra, no puedo evitar recordar los tres deprimentes días que pasé en ese enclave lleno de alegres jubilados, el asco que me dio el admirable crecimiento vertical, la espeluznante vida nocturna de la población y, sobre todo, la aparición inesperada en el paseo marítimo de María Jesús y su acordeón interpretando 'Los pajaritos' ante unas yayas que agitaban las manitas y meneaban el trasero.

QUÉ HICE YO EN BENIDORM

Les ahorraré los motivos de mi visita a Benidorm. Básteles saber que nada más instalarme en el hotel Bali -¡el más alto de Europa!-, una nube negra invadió mi psique y no me abandonó en los tres días siguientes. ¡Qué más quisiera yo que ser tan especial como el bueno de Oscar y saber apreciar aquel infierno en vez de sumarme al afectado horror de los exquisitos! Vale que algunas cosas tenían su gracia: el imitador de Elvis que bordaba 'Suspicious minds', la provecta contorsionista desnuda que se sacaba cuchillas del níspero mientras la chica de la mesa de al lado se bebía una cerveza a morro y mecía el cochecito de su bebé con la chancleta, aquellos émulos de Benny Hill con tal mala sombra que no los contratarían ni en el peor tugurio de Blackpool, el perfecto reparto del territorio entre jubilados españoles (paseando junto al mar) y británicos (en tercera línea de playa y pimplando desde las 11 de la mañana), la imposibilidad de encontrar un restaurante en el que el menú costara más de nueve euros (lo que convertía el pueblo en el paraíso del pobretón)...Reconozco que a veces, generalmente hacia el quinto o sexto copazo, la cosa adquiría un tono a lo David Lynch que te permitía relajarte y hasta reírte. Pero al día siguiente, la pesadilla volvía a empezar y te sentías como Patrick McGoohan en 'El prisionero'.

Puede que sea un agonías, pero quienes me acompañaban experimentaron la misma melancolía que yo y que no podía focalizarse en nada en concreto, pues hay en España sitios tanto o más feos que Benidorm cuyos efectos, sin embargo, no son tan devastadores. Misterios del crecimiento vertical. Eso sí, si algún día decido seguir el ejemplo de Nicolas Cage en 'Leaving Las Vegas' y despedirme del mundo dando un portazo, ya sé dónde hacerlo, pues creo que arrojarme al vacío desde la planta más alta del hotel Bali, convenientemente cocido, constituiría un broche de oro ideal para mi errática trayectoria personal y profesional. Si no se me adelanta Oscar Tusquets y me quita la habitación, claro, que ése, con tal de escandalizar y de 'épater le bourgeois', es capaz de cualquier cosa.