CELEBRACIÓN EN LA CAPITAL CATALANA

El Orgullo toma un año más el Paral·lel

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HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Pese a que minutos antes de la hora marcada para la cita el cielo amenazaba tormenta, 50.000 personas se han reunido este sábado a las cinco de la tarde en la plaza de Espanya para recorrer el Paral·lel hasta llegar, pasadas las ocho, al Moll de la Fusta. No querían perderse el desfile, el momento álgido de la novena edición del Pride Barcelona. Un encuentro marcado por su carácter festivo y, por qué no, descarado. La fiesta gay más multitudinaria de la ciudad; donde abundan las risas, las pelucas, el sudor y la purpurina, que si se puede definir con un adjetivo es el de intergeneracional. Fornidos hombres nacidos a mediados del siglo XX ceñidos de cuero adorando a Madonna codo con codo con 'milenians' entregados al ya casi himno generacional 'Libre soy', de la banda sonora de una de las últimas películas de Disney

Orgullo era también el que se intuía en la mirada de los no pocos que apuntaban con sus móviles hacia los tímidos bailes desde una de las carrozas que abría el desfile. Los niños sobre el camión, mirando alegres el apoteósico espectáculo desde las alturas, eran miembros de la asociación de familiares de menores transexuales Chrysallis. Camión forrado con un mural en el que se leían los nombres de los pequeños valientes que sonreían desde el escenario móvil. No olvidaban, su nombre estaba allí, junto al resto, a Alan, el chico de 17 años que se suicidó la Nochebuena del 2015 pocos días después de haberse convertido en el primer menor transexual de Catalunya en cambiar su DNI y tras años de acoso escolar.

Pese a que obviamente el desfile del Pride es la cara más desenfadada de la celebración del Orgullo, también ha habido lugar para la reivindicación. No solo el recuerdo de Alan. Pocos metros detrás de la carroza de Chrysallis, una pancarta recordaba a ayuntamiento y Generalitat -citándolos explícitamente a ambos, por si no se deban por aludidos- que hay 800 nuevas infecciones de VIH cada año y sentenciaba: "Vergüenza. PrEP YA".

También se han visto pancartas en las que se mandaba "un saludo a la comunidad LGTBI de Rusia" y múltiples 'esteladas' arcoíris -la estrella azul, y la bandera multicolor en vez de la 'senyera'-, sobre una animadísima carroza de la Assemblea Nacional de Catalunya, en la que se cantaba un 'Amigos para siempre' que era difícil saber si era un guiño al 25º aniversario de los Juegos Olímpicos o a los deseos de partir hacia una república independiente en la que cada cual "quiera como quiera", como rezaban los abanicos que tiraban desde lo alto.

ABANICOS, AGUA Y CARAMELOS

El abanico de cartón ha sido uno de los objetos lanzados desde todas las carrozas más buscados- el bochorno de la tarde de julio era difícil de soportar, por poca ropa que se llevara-, pero no el único. El agua desde las pistolas -algunas más bien fusiles- de agua -el disfraz de policía es un clásico en estos desfiles- también fue muy aplaudido. El punto 'nostrat' lo ponían dos furgonetas de la Federació de Colles de Sant Medir que tiraban lo que les es propio, caramelos, que competían en folclore popular con los 'gegants' de Avalot.  

Además de los muchos polis de mentirijilla, también había otros tantos de verdad, los que animaban desde el pódium de la Gaylespol, la asociación de policías LGTBI.

DE TODAS LAS EDADES

El desfile ha ofrecido escenas como un hombre completamente desnudo con el cuerpo pintado con el uniforme del Barça -el mensaje elegido en esta edición del Pride era la denuncia de la LGTBIfobia en el deporte- sacándose un billete de 10 euros de las medias de Messi -la única pieza textil con la que se cubría-, para pagarle una cerveza a un impertérrito latero quien -como tantos- se había acercado al lugar para ayudar a refrescar a la multitud. Singular intercambio económico que sucedía a medio metro de un estand de testigos de Jehová clavado frente al Molino, que presenció con cara de póquer las dos horas largas que tardó  la comitiva en recorrer el tramo final de Paral·lel, hasta llegar hasta el Moll de la Fusta, donde a las siete y media de la tarde se leyó el manifiesto final, a cargo de las Panteras Amarillas.

Si algo caracteriza la manifestación del Orgullo -en Barcelona y en todo el mundo- es que es una manifestación en la que las porras policiales son puro fetiche, y lo que más abundan son los besos. Besos de euforia, de encuentro o de despedida. O, en la era selfi, besos dados expresamente para ser inmortalizados frente al móvil, con los mofletes pintados con la bandera arcoíris.