90 años de la muerte de un arquitecto genial

Gaudí, el petróleo de Barcelona

Más de 8,2 millones de visitas al año, a precios por encima del baremo internacional, convierten la obra de Gaudí en un negocio sin igual

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CARLES COLS / BARCELONA

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Noventa años se cumplen el 10 de junio de la muerte de Antoni Gaudí, don Anton, como le llamaban sus colaboradores y amigos, y Antonia Samdi, según la ficha que inicialmente le abrieron en el Hospital de la Santa Creu, como si fuera la indigente mujer barbuda. Un convoy de la línea 30 del tranvía le malhirió el 7 de junio, camino de la Sagrada Família. Era la más fiel representación del genio despreocupado por su imagen, alguna vez visto con una taza en la mano pidiendo donativos para las obras del templo, pues no en vano estaba concebido como un templo expiatorio de los pecados. Pasados 90 años, Gaudí es una industria, por la cifra de visitantes que suman sus obras, 8,2 millones en el 2015, pero sobre todo por los precios que están dispuestos a pagar, muy por encima de cualquier baremo internacional.

La Capilla Sixtina, 16 euros. Torre Eiffel, 17. Sagrada Família, con aceso a las torres, 29

La visita a los Museos Vaticanos, por supuesto con la Capilla Sixtina incluida, cuesta 16 euros. Subir a la Torre Eiffel, 17. La inabarcable pinacoteca de El Prado se puede disfrutar por 16 euros. La Alhambra, 14 euros. La Barcelona de Gaudí juega en otra división. La entrada más sencilla a la Pedrera cuesta 20,5 euros, pero la más completa, con vistas nocturnas sobre el paseo de Gràcia, sube hasta los 39 euros. El año pasado, la también llamada Casa Milà superó de forma holgada la barrera del millón de visitantes. A tres calles está la Casa Batlló, durante un tiempo algo ignorada, hasta que la familia Bernat la compró en 1993. Aquello fue poco menos que comprar una mina de oro. Las entradas, si se calcula el precio por metro cuadrado visitable, son de las más caras de ciudad, de 22,5 a 36 euros.

Basta una calculadora para sacar cuentas de a qué lucrativa trayectoria puso fin aquel tranvía en la confluencia de la Gran Via con la calle de Bailen. Pudo haber más obras de Gaudí, pero son como los cuadros de Vermeer, que solo pintó una treintena y eso los hace aún más excepcionales. Tal vez eso se entiende mejor si se entra en la página web de la Casa Vicens, obra también de Gaudí, en la calle de Carolinas. Hace un par de años la adquirió por 30 millones de euros una filial de la sociedad andorrana Mora Banc Grup. La información disponible en la web se reduce básicamente a dos mensajes: abrirá proximamente al público y, sobre todo, que no está en venta. Parece que por internet corre también quien trata de venderla sin ser su dueño. La cuestión, sin embargo, es que este año la Casa Vicens se sumará a la lista del Gaudí visitable y, seguramente, con garantías de éxito, pues por ahí pasan cada día turistas que se conforman con fotografiar la lona que cubre la fachada durante las obras de restauración, algo bastante cómico.

Gijs van Hensbergen, hispanista y devoto gaudinista, pronostica que el final de las obras del templo multiplicará el flujo de visitantes

El relato sobre esta gallina de los huevos de oro merece, como es obvio, un punto y aparte con la Sagrada Família. Esta semana, tras la estela de la conmemoración de la muerte del genio, se presenta en Barcelona un nuevo libro sobre el templo, ‘La Sagrada Família, el paraíso terrenal de Gaudí’. El autor es un hispanista holandés, Gijs van Hensbergen, un protestante fascinado por las técnicas constructivas del arquitecto, “100 años adelantado a su tiempo”, pero, para lo que viene al caso, una voz premonitoria sobre la que se le viene encima a Barcelona dentro de 10 años, cuando está previsto que concluyan las obras de construcción de esa “Biblia de piedra” que concibió Gaudí. "Más de tres millones de personas visitan un edificio en obras, algo insólito en el mundo". Viene a profetizar, en cierto modo, que a partir del 2026, cuando la Sagrada Família ya sea el edificio más alto de la ciudad, el número de visitantes crecerá, quién sabe si geométricamente, con todo lo que ello conlleva. Las agencias de turismo de todo el mundo tendrán que renovar sus catálogos.

¿Debería ser ello motivo de preocupación? Una primera respuesta la proporciona el ejemplo del Palau Güell, el Gaudí en manos públicas, en este caso propiedad de la Diputación de Barcelona. De acuerdo, no tiene el tirón de las atrevidas obras del paseo de Gràcia, pero por razones de conservación del edificio el aforo diario en verano se limita a 1.500 personas, 1.250 en invierno. Consideran los técnicos que merece el mismo trato que las cuevas de Altamira o la tumba de Nefertari, sensibles a un exceso de aliento humano. Es un punto de vista a tener en cuenta.

La riqueza que genera Gaudí no evita que las escuelas públicas de arquitectura vivan casi en una indigencia muy gaudiniana

PROVINCIANISMO 'BOTIGUER'

Si se desea otro más incisivo, ahí está la reflexión de Xavier Monteys, catedrático de arquitectura y voz tan incómoda como necesaria. “Me gustaría saber cuánto gana la Casa Batlló y cuánto destina a becas, simposios y publicaciones. Ya respondo yo mismo: cero”. En una ciudad que vive de su extraordinario yacimiento arquitectónico, las escuelas públicas de esta disciplina académica tienen “un presupuesto ridículo”, y más aún, “la UPC está en bancarrota". "La ciudad de Gaudí no invierte ni en talento ni en investigación arquitectónica", reprocha Monteys. "Que no haya una convocatoria anual de becas con dinero privado, al estilo de la Fundación Graham en Estados Unidos, es una muestra del provincianismo ‘botiguer’ de esta ciudad, que sinceramente no se merece a Gaudí".

Difícilmente dentro de 10 años el diagnóstico será mejor.