UNA HISTORIA DE AMOR AL SÉPTIMO ARTE

Objetivo: salvar el cine Maldà

La única sala de sesión continua de la ciudad lanza una campaña para evitar su desaparición

Xavier Escrivà y Natàlia Regàs, en la sala de proyección.

Xavier Escrivà y Natàlia Regàs, en la sala de proyección.

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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El último trimestre del 2014 ha sido desdichado para Xavier Escrivà Natàlia Regàs, programadores, taquilleros y proyeccionistas del céntrico cine Maldà, la única sala de sesión continua que perdura en Barcelona. De películas de 35 milímetros en versión original subtitulada, para más información. La media diaria de espectadores no alcanzaba la quincena. Con esos escasos ingresos no podían cubrir gastos de alquiler ni sueldos y el futuro cobraba forma de nubarrones. Por ello, juntos han emprendido una campaña de rescate para salvar el histórico cine de las galerías Maldà, fundado en 1945.

«Se nos rompió el alma, tanto esfuerzo desde que asumí la dirección en el 2010 y el público nos daba la espalda. Pero no quisimos rendirnos. La experiencia de ir al cine no puede estar devaluada», manifiesta Escrivà, que no quiere que se pierda este patrimonio de Barcelona, el cine más antiguo de una única pantalla de Barcelona, situado en la calle del Pi, «envuelto de galerías de arte y de antiguas chocolaterías», enumera, en referencia a las cercanas plaza del Pi y la calle peatonal de Petritxol. Aunque muchas tiendas tradicionales están desapareciendo. «El cine Maldà es uno de los últimos baluartes que, aunque herido, se mantienen en pie en el Gòtic», considera.

Su lucha es titánica para que no siga aumentando el listado de víctimas del tsunami que ha hundido a salas tan emblemáticas como el Palacio del Cinema, Alexandra, Urgell, Renoir-Les Corts, Novedades, Rex y Club Coliseum. «Somos conscientes de que no disponemos de un sonido Atmos ni de un superproyector DCP, que como mínimo cuesta 60.000 euros, pero las películas que programamos no requieren de la tecnología más avanzada para disfrutarlas», argumentan los programadores, que en estos momentos tienen en cartel Boyhood, de Richard LinklaterNunca es demasiado tarde, de Uberto PasoliniNunca es demasiado tarde, y Paris-Manhattan, de Sophie LelloucheParis-Manhattan, entre otros títulos de reciente estreno.

Escrivà comenzó a trabajar en el cine hace 25 años, marcando los tíquets en la entrada de esta sala que en sus orígenes ofrecía un programa doble de cine de barrio dedicado a películas de reestreno. «En cierta manera sigue igual porque el público que compra una entrada puede quedarse a ver más de una película el mismo día. En Barcelona no hay otro cine con esta oferta y creo que en toda España, tampoco», valora.

Granitos de arena

Las propuestas para que el público vuelva a hacer cola ante este cine con 206 butacas son diversas. Solo con vuestro granito de arena salvaremos el cine Maldà es el eslógan que cuelga al lado de la ventanilla de la taquilla, esa minúscula habitación llena de carteles de películas, en la que pasan horas y horas, día tras día, ya que la sala nunca cierra, desde la una de la tarde hasta la medianoche.

«Organizamos pases para escuelas, para casals de abuelos y para madres que quieren venir acompañadas de sus bebés, y sesiones sorpresa, en las que el espectador paga lo que considere oportuno una vez finalizada la película. También sorteos de carteles de películas y de una preciosa lámpara decorada con fotogramas. Regalamos galletas el cookie day y otros días, una caña en el bar de al lado», explican los programadores. Además de promociones, abonos temporales, carnets anuales y descuentos. «Los lunes la entrada solo cuesta cinco euros, y los miércoles, cuatro», informan. El fin de toda la campaña es de supervivencia básica: poder pagar a las distribuidoras, los sueldos, el alquiler del local, el seguro, el mantenimiento de la sala y las facturas de agua y de luz. Esta última, «astronómica», ya que ronda los 2.000 euros al mes.

El problema es que el pasado reciente del cine no ha ayudado. «Muchos barceloneses no saben que estamos abiertos», explica Escrivà. Razón no le falta. «En el 2003 una oscura operación conducida por un funcionario corrupto del ayuntamiento derivó en el cierre del cine. Cuatro años después, cuando estaba totalmente abandonado, un empresario de la India volvió a abrir la sala para programar cine de Bollywood. El invento fracasó por el deficiente planteamiento comercial y artístico. Volvió a cerrar en el 2009», relata Escrivà.

Que el agua no se escape

Están los dos solos aguantando «las compuertas» de una gigantesca presa. «Por suerte, los propietarios del local nos ayudan a tapar las grietas para que el agua no se escape. Nos han demostrado que apoyan el cine en unos momentos difíciles», dice en alusión a la familia Vilallonga.

Regàs, licenciada en Comunicación Audiovisual y en Dirección de Fotografía, conoció a Escrivà cuando a principios del 2014 rodaba un documental sobre los cines de Barcelona que aún proyectaban en sistema analógico. «Nos hicimos amigos y siempre que podía le iba a ver a la taquilla. Estaba solo llevando el cine. Le veía como un hámster atrapado en una jaula. Un día me preguntó si conocía a alguien que le pudiera ayudar. 'Yo', le dije. Y así empezó esta relación de Cinema Paradiso. He aprendido mucho, me he sentido como Toto, el niño que protagoniza la película», confiesa la documentalista.