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Nunca sabremos el truco

BCN y la magia viven un pequeño idilio. El Espai Brossa acogió un maratón de 12 horas

Silvana y Brando ponen a prueba su guillotina con el brazo de un voluntario, el domingo, en La Seca-Espai Brossa.

Silvana y Brando ponen a prueba su guillotina con el brazo de un voluntario, el domingo, en La Seca-Espai Brossa.

ELOY CARRASCO

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Niños y adultos escrutan con la mirada, ansiosos por pillar el truco, y acaban derrotados por la apabullante realidad de la ilusión. La magia tiene algo de política en campaña (con perdón). Aunque el público sabe que le están engañando, al final siempre se queda petrificado cuando sale un conejo de la chistera. En ambos casos surge la gran pregunta: ¿cómo lo hacen? Capacidad de persuasión, palabrería envolvente y muchísima habilidad serían rasgos comunes. Ahí terminan los parecidos entre ambos gremios, aunque es probable que estos días a más de un servidor público le apetecería marcarse un Houdini y desaparecer.

Magia también es un fax o, viniéndonos a nuestros días, que una foto hecha en la otra punta del planeta aparezca en segundos en el teléfono móvil vía Whatsapp. Así lo entiende uno de los veteranos del sector en esta ciudad, Jesús Julve, conocido como Hausson en el mundo de la prestidigitación. Como baluarte de la vieja escuela, prefiere la cercanía de un teatro a las grandes superproducciones que han conquistado el género y el prime time en la televisión. Ese Dynamo que camina por el Támesis, y David Copperfield haciendo desaparecer un reactor, y Criss Angel envuelto en las aventuras más inverosímiles del escapismo, y Antonio Díaz (El Mago Pop) y sus prodigiosas maniobras de teletransporte son demasiado siglo XXI, tal vez.

El abuso de la tecnología, sostiene Hausson, «aleja a la magia de su pureza». Para preservar las esencias instauró Les 12 Hores de Màgia de Barcelona, cita que el pasado domingo alcanzó la octava edición, lo cual constata la buena salud del arte del birlibirloque. El Espai Brossa, en el Born, vio pasar a media docena de ilusionistas de variado espectro, con un éxito de público razonable y abundancia de niños con ojos de águila. «¡Mira, mira, se aprieta el pantalón para que salga el humo!», descubrió una chiquilla al detectar el disimulado -o no tanto- gesto del bosnio Sasha para oprimir el mando a distancia que activaba la máquina productora del efecto escénico.

Sana, salva y mudada

Sasha es tremendo, de los que meten a la chica -la intrépida Connie- en una caja a la que atraviesan con sables luminosos para que luego ella salga tan campante, sana, salva y con otra ropa. Sasha escapó de la guerra de su país siendo un crío, pasó por Lugo y ha recalado en Barcelona. Contó la historia de la espada «ojo de esmeralda», que le regaló su abuelo -otro mago- y que fue capaz de ensartar, en medio de una lluvia de naipes, justo el que el espectador había elegido. Fue un número que también ejecutó con maestría Sandro, veterano de la varita al que -por cierto- nada tiene que envidiar, en cuestiones de volatilización abracadabrante, un tocayo suyo que presidió el Barça y está en paradero desconocido desde hace casi dos años.

En la magia, donde todo es increíble pero mentira como en aquellas viñetas de Ibáñez, existe un poderoso mercado de compraventa de trucos, así como empresas especializadas en fabricar la maquinaria precisa

que provocará la hilaridad del público. Por ejemplo, algo sencillo: la guillotina que secciona la zanahoria y no el brazo del voluntario (que en el fondo no las tiene todas consigo).

También hay muchos secretos, pero quizá solo una ley inviolable: practicar, practicar, practicar. «Esto -explica Hausson- es lo mismo que la música, el deporte o la interpretación. Se tiene un talento y hay que pulirlo con trabajo». Luego salen «los genios como Juan Tamariz». Hace un siglo, continúa, los grandes magos del mundo se podían comparar sin ninguna duda a unos U2 de hoy. «Llevaban grandes producciones y los que venían de América a menudo empezaban en Barcelona sus giras europeas». El mago Chang, que pese a su alias oriental era panameño, viajaba con un montaje de 14 toneladas. Mientras actuaba en un país, en el siguiente ya se estaba armando el tinglado. Ni los Stones.