Barcelona le hizo así

Nazario rememora la ciudad alternativa de la Transición en su libro de memorias 'La vida cotidiana del dibujante underground'

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RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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Los barceloneses vocacionales, al igual que los de Bilbao, nacen donde les da la gana. Por ejemplo, en Castilleja del Campo, pueblo andaluz situado entre Sevilla y Huelva donde vino al mundo en 1944 mi viejo conocido Nazario Luque, que acaba de publicar un libro de memorias en Anagrama titulado 'La vida cotidiana del dibujante underground'. Nazario llegó a Barcelona en 1972 para ejercer de maestro y acabó convertido en uno de los personajes más pintorescos e interesantes de la ciudad subterránea, desde la Transición y en adelante. Supongo que también se habría convertido en artista aunque se hubiese quedado en Andalucía, pero yo diría que Barcelona fue su decorado ideal para ejercer de dibujante de cómics, de militante homosexual y de 'celebrity' alternativa capaz de empezar la noche en el Café de la Opera y terminarla en los calabozos de la vía Laietana vestido de flamenca y con un ojo a la virulé.

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La última vez que me lo crucé --ya hace algunos meses--, deambulaba por el Eixample con la cámara colgada al cuello, tras haber dejado atrás sus fases de historietista y de pintor hiperrealista. Le di el pésame por la muerte de Alejandro Molina, su compañero de toda la vida, y me habló de unas memorias en las que andaba metido y que ya superaban las mil páginas; una extensión que a Jorge Herralde se le antojaba excesiva y que le ha llevado a seleccionar una parte para el que supongo que es el primer tomo de una autobiografía por entregas. El libro se centra en los tiempos del underground local, cuando nuestro hombre no era ese señor tan respetable y educado con el que uno se cruza a veces por la ciudad, sino un alcohólico –me contó en cierta ocasión que, durante una época, solo disponía de dos horas al día para dibujar, que era el tiempo que transcurría entre el primer trago, que le quitaba los temblores de la mano, y la nueva cogorza- que se pasaba el día dando la nota y liándola parda al frente de una cuadrilla de espanto integrada por el bueno de Alejandro, los difuntos Ocaña y Camilo, dos seres zarrapastrosos que atendían, respectivamente, por Violeta la Burra y Paca la Tomate y algún que otro espontáneo.

EL ALMA DE LAS FIESTAS

Una de sus especialidades consistía en aparecer por la inauguración de turno, ya con la papa puesta, y convertirse en el alma de la fiesta. En cierta ocasión, Nazario entró en una galería de arte besando a todo el mundo y, cuando llegó a mi lado, cometí el error de extender el brazo y decirle: “Amigo, creo que con un viril apretón de manos será suficiente”. Me miró fatal, se fue a un rincón y desde ahí se dedicó a zaherirme de esta guisa: “¡Antiguaaaaaaa! ¡Que eres una antiguaaaaa! ¡Que eres más antigua que la Mae West!”. Muy en la línea de su grito de guerra cuando aparecía por su apartamento algún grupo de amigos beodos a las tantas para que les echara de beber: “¡Nenaaaaaaaas!….¡Si no venís a follar, no subaaaaaais!”.

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Una cosa que me gusta de Nazario es que nunca ha utilizado el término gay para referirse a su colectivo, sino la expresión “Nosotros, los maricones”. Y lo que realmente me admira de él es que siga vivo y hecho un potro después de haber formado parte de todos los grupos de riesgo posibles. Otros se quedaron por el camino, y a mí me gusta creer que a él le salvó el talento. De su pandilla, era el único que lo tenía: aunque muchos consideren un artista a Ocaña, debo reconocer que a mí siempre me pareció, además de un tipo escasamente simpático, un animador callejero en la línea de la Monyos y el Sherif, alguien que tuvo la suerte de estar en el lugar adecuado a la hora correcta y cuya espectacular despedida de este mundo --ardió dentro del vestido de papel que llevaba puesto-- hace cierto ese dicho italiano según el cual 'Un bel morir tutta una vita onora'.

Afortunadamente para él (y para nosotros), el Nazario abstemio es mucho más que el personaje coyuntural que podría haber sido de seguir con el estilo de vida que llevaba a finales de los años 70 y principios de los 80. Un estilo de vida sobre el que no pretendo moralizar, ya que en esa época yo era el primero en pillarme unas tajadas de capitán general a la menor ocasión, y el que no fumaba canutos, le daba a la farlopa o al jaco. Sobrevivir a la propia juventud es una hazaña que no está lo suficientemente reconocida por esta sociedad hostil. A sus 72 años, el barcelonés vocacional que nació en Andalucía porque los barceloneses, como los de Bilbao, nacemos donde nos da la gana, ha ejercido de dibujante de tebeos, de pintor capaz de plasmar en un lienzo lo que Robert Mapplethorpe solo podía fotografiar, de retratista contumaz de “su” Plaza Real y, ahora, de escritor. No todo el mundo es capaz de vivir varias vidas en una sola, pero yo diría que este hombre lo ha logrado y que su ciclo de reencarnaciones aún no ha concluido.