Nadie ha pedido perdón por Sanllehy

La plaza reabre tras seis años con un muro de hormigón que tapaba el acceso al pozo de la tuneladora de la L-9 de metro

La plaza Sanllehy, recién reurbanizada y con menos vegetación, tras seis años de infructuosas obras del metro que han castigado al vecindario.

La plaza Sanllehy, recién reurbanizada y con menos vegetación, tras seis años de infructuosas obras del metro que han castigado al vecindario.

Carles Cols

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Sanllehy vuelve a ser una plaza. De vegetación menos frondosa que hace seis años, cuando en nombre del progreso, por la necesidad técnica de excavar allí uno de los pozos de construcción de la línea L-9 del metro, se arrancaron todos los árboles, pero vuelve a ser un plaza. Si alguien desea ir a ver cómo ha quedado, que vaya en bus, porque lo que es metro ni lo hay hoy ni probablemente lo habrá antes de que el hombre llegue a Marte.

Arquitectónicamente, la nueva plaza Sanllehy no es gran cosa. Ningún vecino espera que caiga allí el próximo Premio Pritzker. Lo que sí se merecen los vecinos es que alguien les pida disculpas. Eso tampoco parece que vaya a suceder.

Durante seis años, aquello ha sido, primero, un tormento de obras y, después, una infamia que merece ser brevemente repasada.

La L-9 es un proyecto que aprobó el último gobierno de Jordi Pujol, con Artur Mas como conseller en cap.  Económicamente, aquello ya parecía entonces, en plena época de vacas gordas, una aventura inasumible. El tripartito que primero presidió Pasqual Maragall y después José Montilla hizo, siempre de la mano del conseller Joaquim Nadal, lo que podría calificarse como un jackass político ("¿que no se puede?, ya lo veremos si no se puede...").

Qué tiempos aquellos. Con qué alegría se tiraba de la chequera. Nadal, por ejemplo, se iba a Grecia a entregar 240.000 euros a una congregación de monjes misóginos del monte griego Athos en concepto de reparación de guerra por la degollina que en 1303 (no, la fecha no es ningún error de tipografía) protagonizaron allí los almogávares. Otro socio de aquel tripartito, Josep Lluís Carod-Rovira, le prometió un millón de euros a varias tribus indígenas de Ecuador para que preservaran sus lenguas nativas ante el empuje del castellano. Lo dicho, qué tiempos aquellos.

El contraste. De eso se trata. La plaza de Sanllehy (que fue un alcalde de Barcelona, por si alguien se lo pregunta) es el anverso de la moneda de aquel desenfreno. Las obras de la L-9 se detuvieron por falta de fondos y los vecinos de la plaza vieron cómo, para proteger el enorme pozo, la Generalitat, con una descomunal falta de tacto, se limitaba a construir un muro de más de seis metros de altura. "A veces me encontraba a alguna vecina del barrio y me preguntaba extrañada si la tienda aún seguía abierta", explica Maria Àngela Gómez, dueña de uno de los poquísimos comercios que han resistido este vía crucis de seis años. Si por ahí se acerca algún cargo público a inaugurar la plaza, querría pedirle que amplíen la ruta del bus del barrio. Con lo que costó ese aeropuerto de Castellón metido bajo tierra que es la L-9 (cifra inconfesa), podrían llevarla cada día a casa en palanquín. A ella y a todo el Guinardó.

EN BUSCA DEL GRAN AMOR

Durante años, lo único que veía desde la tienda era una mole de cemento. Hubiera sido un buen lienzo para un buengrafito, pero ni eso. Cuatro garabatos y basta. Sin embargo, bajo tierra sí que tuvo lugar en una fecha desconocida una performance que resulta ser es un colofón perfecto para esta historia de fracaso.

Media docena de miembros del colectivo Trackrunners descendieron furtivamente los 80 metros de un pozo de la L-9 (por su relato parece que fue el de Sanllehy) en busca de la legendaria Desi, la gran dama de hierro, la tuneladora que yace exhausta y apagada más o menos a la altura de Lesseps. De aquella julioverniana aventura regresaron con una batería de fotografías espléndidas, casi de ciencia ficción, en las que al lado de su amor encontrado, Desi, parecían muñequitos de Ray Harryhausen. Aquellos trackrunners, con trabajos similares en esta y otras ciudades, no se dejan entrevistar. Guardan con extremo celo su anonimato. Es una pena, porque gracias a ellos es posible conocer para qué sufrieron los vecinos de la plaza de Sanllehy seis años de calvario. Tal y como andas las finanzas de la Generalitat, la respuesta es para nada.