Nadie defendió el Born en 1991

La construcción de un párking arrasó hace 25 el yacimiento anexo al mercado, incluida una inédita necrópolis musulmana de Barshiluna

Born

Born / periodico

Carles Cols

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El Born, como se puede comprobar en sesión continua estos días y para ello basta con poner la oreja a cualquier hora junto al Franco decapitado, se ha convertido para muchos en la versión catalana de Massada, el yacimiento arqueológico cuasi sagrado de Israel, donde los reclutas prestan juramento con solo tres palabras, “no más Massada’, lo que en versión local se supone que debería traducirse como que no habrá otro 1714. De la exposición ‘Franco, Victòria, República’ se discute cada vez menos su relato y más su emplazamiento. El Born es la zona cero del independentismo catalán. Sorprende, pues, con qué facilidad y ante qué indiferencia se arrasó en 1991 el yacimiento de la zona adyacente al mercado, exactamente ahí donde ahora están las estatuas de Franco y la Victòria, para construir un aparcamiento subterráneo. Lo que ahí había era lo mismo, puede que incluso más y mejor, que lo que ahora se venera bajo el techo del mercado. A los arqueólogos se les permitió trabajar sobre el terreno solo del 15 de abril al 14 de junio y del 11 al 25 de noviembre de aquel año. Lo que vino después, con las prisas olímpicas, estuvo a la altura de lo que Felipe V hizo con el barrio de la Ribera entre en 1716 y 1718, pero con maquinaria moderna. Nadie alzó la voz.

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Durante 74 días de 1991, un equipo de 27 arqueólogos trabajaron a destajo. Así lo acredita el contenido de la memoria explicativa de aquella intervención de urgencia. Es un informe extremadamente detallado de todo cuanto hubo tiempo de excavar. También es un informe extremadamente descorazonador. “La excavación se vio gravemente condicionada por el tiempo que se tenía para realizar la obra. Esto provocó que la mayor parte de los ámbitos identificados no se excavasen hasta agotar toda su potencia arqueológica”, se afirma en el capítulo de las conclusiones. Todo eso, por un aparcamiento.

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Durante 74 días, los arqueólogos tuvieron allí, a la vista, a cielo abierto, la Barcelona que se demolió en la segunda década del siglo XVIII. Las paredes hablaban. Allí había fincas que habían sido estupendas, de más de 250 metros cuadrados, pero que en algún momento indeterminado antes de 1714 fueron divididas en dos. Barcelona y la vivienda, ya se sabe.

UNA BOMBA POR HABITANTE

Eso, en cualquier caso, era lo previsto. Aparecían pavimentos más o menos interesantes, piezas cerámicas, alguna bomba del asedio, lo cual no era raro, pues se lanzaron 30.000, más o menos la población censada en Barcelona en aquella época, e incluso se descubrió lo que parecía ser un alambique para la producción de aguardiente. La sorpresa, sin embargo, saltó en un par de parcelas en las que se alcanzaron estratos de tierra más profundos. En una se descubrió una necrópolis romana. No fue algo inesperado. No lejos de allí, en el subsuelo de lo que hoy es el Museu Picasso, hubo en su día un núcleo rural extramuros de cuando Barcino era una ciudad amurallada del imperio romano, así que una necrópolis cercana era algo natural. El camposanto que más alegría dio a los arqueólogos fue otro.

Eran una treintena de cuerpos colocados todos en la misma posición, sin ajuar, recostados sobre el lado derecho y con la cabeza en dirección sureste. No se encontró ningún clavo que sugiriera la existencia de un ataúd de madera desaparecido por el paso del tiempo. Habían sido sepultados en la tierra. Los esqueletos señalaban con sus calaveras la Meca ¡Era una necrópolis musulmana!

Barcelona fue Barshiluna entre el año 718 y el 801. Los árabes entraron en la ciudad, por cierto, como Franco en 1939, sin encontrar resistencia alguna. La basílica se convirtió en mezquita, sí, pero el valí local, más o menos el equivalente al gobernador civil de la época, como un Rodolfo Martín Villa con turbante, pero más permisivo este, propició la libertad religiosa. Barshiluna tuvo una corta existencia, solo 83 años, un instante en términos históricos, y por ello los restos de aquella etapa en la ciudad son prácticamente inexistentes. Esa necrópolis, excepcional por su rareza, es lo que arrasó también de paso el aparcamiento.

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Lo de 1991 fue un disparate. Quedaría estupendo y más culto decir que el ‘zeitgeist’, el espíritu de cada época, como dicen los alemanes, ha cambiado, pero es que, caray, han pasado solo 25 años. Una de las arqueólogas que participó en aquella operación y que, tal y como soplan son los vientos políticos, prefiere el anonimato, tiene un par de consideraciones interesantes sobre lo que ocurrió. La primera es casi una anécdota. En una fecha cercana a la de aquellos meses de 1991, el ayuntamiento quiso hacer otra exploración arqueológica en la Ciutadella para la que tuvo que pedir permiso a la Generalitat. “Dijeron que no era necesario el permiso, que adelante con ello, pero les pareció hasta gracioso que alguien considerara interesantes unos restos de los primeros años de la era borbónica”. ¿De nuevo el 'zeitgeist'?

EFECTO TRICENTENARIO

Lo segundo ya no es una anécdota. “El Tricentenari le ha hecho mucho daño al Born”, afirma. Ha convertido el yacimiento del antiguo mercado central de la ciudad en una foto fija de un año concreto, casi más en un símbolo que en un espacio para conocer la historia.

1991, el año del párking, era solo el año 18 A.P. (Antes del ‘Procés’), eso si se toma como punto de partida la consulta independentista de Arenys de Munt del 2009. La destrucción del yacimiento pasó inadvertida. En el año 5 D.C., el del Tricentenari, el Ayuntamiento de Barcelona destinó 2,5 millones de euros a actos destinados a recordar la caída de Barcelona a manos de Felipe V y todo cuanto aquella derrota militar conllevó. Dos años más tarde, la instalación de un figura ecuestre de Franco, por muy decapitado que esté, se considera una indignidad. ¿Causa y efecto?

La exposición ‘Franco, Victòria, República’ tiene, de momento, más visitantes fuera, donde se exhiben las estatuas, que dentro, donde se ofrece un relato muy oportuno para la ocasión. Se explica qué llevó al artista Josep Viladomat, un republicano convencido y que sufrió temporalmente el exilio tras la guerra civil, a aceptar el encargo de esculpir un Franco ecuestre. En un viaje a España, la Guardia Civil le requisó el coche, un estupendo Mercedes. Según su propio hijo, Quico Viladomat, se puso manos a la obra porque el premio final era recuperar el vehículo. Resulta chocante cómo los coches y los aparcamientos son capaces a veces de modelar las ciudades (es una primera conclusión), pero más chocante es aún que parte de la Massada del catalanismo fuera arrasada hace 25 años, aunque solo fuera por su valor científico.