La mala vida de los músicos en Barcelona

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NANDO CRUZ / BARCELONA

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Cuando se quiere sondear el panorama musical de una ciudad se pregunta a promotores, salas, bares, periodistas y hasta políticos. Pero, ¿y los músicos? La salud musical de una ciudad se mide también en la salud de sus músicos. Y si preguntamos a los que intentan sobrevivir tocando por los pequeños locales de Barcelona, sus respuestas dibujan un panorama dramático. La norma es trabajar sin contrato, cobrar en negro y, por supuesto, cada vez menos dinero.

Este diario convocó a una decena de músicos para conocer su situación. La selección ha querido ser lo más variada posible. Raynald Colom lleva 27 años en activo, mientras el violoncelista Miquel Felip, de 22 años, aún estudia en el conservatorio del Liceu. Hay músicos de salsa y de jazz, de rumba y de canción latinoamericana. Algunos se buscan la vida en el circuito de pequeños locales de Barcelona. Otros hace años que intuyeron que si quieren ganarse la vida tocando, lo mejor que pueden hacer es buscar conciertos en el extranjero

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EL ESLABÓN MÁS DÉBIL

El músico es el eslabón más débil del precario circuito de bares. Es otro perfil de simpapeles, ninguneado por todo tipo de empresarios que perpetúan una relación laboral siempre desfavorable. Todos coleccionan anécdotas sobre el deterioro de su oficio. A Juliette Robles, la más novata, le ratearon 50 de los 150 euros pactados en un local de Gràcia. Víctor Del Río ha tenido  que reparar la instalación eléctrica de un bar para poder actuar. Pablo Schvarzman, con más de dos décadas de experiencia, aporta la visión histórica: "En 1998 yo tocaba cada fin de semana en el Harlem Jazz Club. Nos pagaban 12.000 pesetas y cobraban la entrada a 500. Diez años después, toqué por 40 euros y cobraban la entrada a seis. No soy el único músico que dejó de ir a tocar allí", asegura. 

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La apuesta del ayuntamiento por el tejido de pequeños locales de música en vivotejido de pequeños locales pudiera haber mejorado las condiciones de los músicos que van de uno a otro, pero la realidad es otra. Ninguno de los músicos preguntados ha notado cambio alguno. Solo Juliette Robles percibe que hay más espacios para cantar, "pero el trato referente a la valoración y cobro de su trabajo es el mismo". Oriol Roca y Raynald Colom se abstienen: realizan el 80% de conciertos fuera de España. "Con Tromboranga toco más en Miami que aquí", añade Albert Costa.

EL PALITO

En bares como el Gipsy Lou, los músicos cobran en función de la bebida que se vende durante el concierto. Los camareros marcan un palito cada vez que sirven una cerveza, luego suman todos los palitos y pagan 50 céntimos o un euro por unidad al grupo. Cuantos más músicos tenga la banda, menos tocará a repartir. Los músicos nunca pueden saber cuánto habrá ingresado el bar esa noche y siempre se exponen a que algún camarero olvide marcar algún palito.

Aunque no lo parezca, es un trato bastante razonable si no actúas con un octeto, si bien el control del aforo hace que ahora entre menos gente en el bar y que se haga menos caja. En los centros cívicos las condiciones son siempre más ventajosas, pero a Juana Gaitán le han querido hacer tocar sin cobrar un euro hasta en el consulado de su Colombia natal. Manel Cabello las ha visto de todos los colores desde que con Trimelón de Naranjus llegó a tocar a cambio de un pollo asado. Y en el circuito latino también se escatima. Las estrellas de ultramar viajan sin banda y requieren músicos locales que se fichan a través de una red de intermediarios que va restando comisiones. Al final, el músico cobra 130 euros por cuatro ensayos y un pase muy de madrugada, desvela Costa. 

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Otra fórmula para remunerar al músico es la taquilla inversa. "Al paredón con el que la inventó", propone Cabello. Para Robles, ese método reafirma que "no se valora nuestro trabajo. Ya no acepto este tipo de trato", explica. Gaitán nunca lo aceptó. Un día Sandra Bustamante ganó 17 euros en El Coleccionista. "Habría unas 70 personas en el bar, quedó gente fuera y cobraban la birra a 3’50 euros", informa. La 'jam session', cuentan, es otro invento endiablado. "Un bar contrata a tres músicos, les paga 50 euros a cada uno, estos traen a sus colegas y el bar tiene música seis horas", explica Costa. "Y no para de vender cervezas a los colegas, que esperan su turno para poder tocar", añade Roca.

Bustamante ha sido camarera y reconoce que "los bares tienen muchos gastos". Colom también es comprensivo con un sector "acribillado a multas y normativas. Con la ordenanza de civismo y la persecución del ruido, muchos  han cerrado y los que quedan se aprovechan y pagan menos", contextualiza. El trompetista recuerda que "todo empezó con Joan Clos" y que la profesión real del exalcalde "es anestesista; con eso está dicho todo", bromea. Pero Felip no acepta excusas: "Un local es una empresa y quiere hacer pasta. Otra cosa es que el dueño venga con cara de simpatía, pero te contrata para ganar pasta".

LAS FACTURAS INVISIBLES

En realidad, otro problema crucial es que casi siempre se cobra en negro. En el 2016 Roca solo firmó dos contratos: en un ciclo de la Sgae y en otro para la Associació de Músics de Jazz. Schvarzman no vio ni un contrato laboral y solo uno mercantil el año pasado. A Gaitán, en nueve años solo le han hecho factura en centros cívicos o conciertos de ayuntamientos. "Los ayuntamientos pagan mejor y piden factura, pero de contrato laboral y darte de alta, nada", dice Roca. 

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Robles siempre ha actuado sin contrato y siempre cobra en negro. Víctor Del Río toca cuatro días por semana, y lo mismo. "Obviamos que es totalmente ilegal que nos hagan trabajar sin darnos de alta", denuncia Costa. La duda de Schvarzman es pertinente: "Si cae una botella y me rompo un dedo, ¿qué me pasa? El camarero de la barra y el vigilante de la puerta están asegurados. Yo trabajo como ellos, pero no estoy cubierto porque nadie me hizo contrato". "En el Jamboree, al menos te dan de alta", celebran los más veteranos de la mesa.

AUTOCRÍTICA

Entre tantas lamentaciones, Colom añade un poco de autocrítica: "Nos lo hemos buscado los músicos". Todos asienten. "En un restaurante no regateas el precio del bistec, pero la música es el reino del regateo y otros grupos tocan en el mismo sitio que tú por la mitad de precio", denuncia Cabello. Felip añade otro factor: "Los profesores te piden que te centres en el instrumento y salimos sin saber distinguir entre un buen trato y uno malo, lo cual favorece aún más la competencia desleal". Los músicos viven bajo la ley del "si no vienes tú, ya vendrá otro", pero algunos empiezan a hartarse. Costa dejó de tocar en Barts Club. "Solo pagan 50 euros", señala. A Cabello le ofrecían la misma cantidad en Casa Camarón por dos pases de hora y media y prefirió rechazarla. 

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"Muchos músicos promueven la idea de negarse a tocar por menos de 50, pero hay meses que no puedes dejar de hacerlo", lamenta Gaitán. Esos 50 euros se está afianzando como tarifa mínima estándar, coinciden todos. Años atrás, fue de 80 y cien. Colom advierte que "en Nueva York también pagan 50 dólares por noche y hay codazos para tocar". La diferencia es que allí hay más locales. "En Barcelona hay 'overbooking' de músicos. Tenemos tres escuelas superiores y cada año sale una media de 60 alumnos por escuela", calcula. Y mientras la oferta y la demanda sigan tan desequilibradas, poco cambiará.

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