La Parca cuenta batallitas en Gavà

Tras diseccionar los intríngulis del sexo en tiempos de Roma, Arqueoxarxa aborda otro tanú: la muerte en la prehistoria

Cara a cara con un cráneo de las Coves del Cingle Blanc, que fue hallado con una punta de flecha incrustada en el ojo.

Cara a cara con un cráneo de las Coves del Cingle Blanc, que fue hallado con una punta de flecha incrustada en el ojo.

Carles Cols

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En abril del 2013, los museos catalanes con fondos procedentes de yacimientos arqueológicos unieron sus fuerzas para, bajo el sello comercial de Arqueoxarxa, montar exposiciones conjuntas y así levantar cabeza durante la crisis. El primer tema que eligieron era todo un aviso de que con esta aventura colaborativa no querían pasar sin pena ni gloria. El sexo en la época romana. Ese era el eje argumental de la primera exposición. Reunieron bajo un mismo techo (o sobre un mismo lecho, si se prefiere) piezas habitualmente dispersas en museos de aquí y de allá (porrones fálicos, aldabas obscenas, una selección de graffiti subidos de tiempos de Augusto…). Lo bueno de aquella muestra era que en su itinerancia se iba enriqueciendo, porque cada museo que la recibía como huésped preparaba alguna conferencia o algún fiestorro para la ocasión. Por ahí anda aún, de bolos. Este verano, por ejemplo, recala en Empúries y, para la ocasión, se representa entre las ruinas de aquella antigua colonia griega, durante ocho sesiones solo, Lucilla, una meuca romana, la teatralización de una imaginaria esclava sexual que, tras comprar su libertad, termina de dueña de un lupanar en la Costa Brava del imperio. Es una historia ficticia, pero rigurosamente documentada.

Al calor del éxito de aquella satisfactoria primera empresa de Arquexarxa, el Museu de Gavà acaba de estrenar el segundo resultado de esa alianza museística. La han bautizado como El fin es el principio, que aunque parezca el título de un almibarado manual de autoayuda tras una separación o algo así, es en realidad la otra cara de la moneda del sexo, nada menos que la muerte, más concretamente un relato sobre cómo eran los ritos funerarios prehistóricos en el territorio de la actual Catalunya.

Hace 22.300 años...

Que cada cual saque sus propias conclusiones, pero algo pasó por estas latitudes hace 22.300 años. Esa es la antigüedad que se le atribuye al yacimiento funerario de Mollet de Serinyà (Pla de l'Estany). Hasta que los arqueólogos den con otro, es el más anciano del lugar. En él por primera vez se inhumó con ceremonia y sentido trascendente del más allá. Esto ya lo habían hecho en el extremo oriental de Mediterráneo hace 120.000 años. Esas batallitas de la Parca darían juego para otra exposición de alcance internacional. Lo que hace la de Gavà, más modesta, es mostrar el exquisito buen gusto con el que ya en el paleolítico superior se practicaban aquellas primeras ceremonias de despedida. Al finado se le enterraba con hermosas joyas de variscita, colgantes de dientes de ciervo e incluso valiosos productos de importación, como tallas de obsidiana de Cerdeña. Según se mire, un lujo comparado con la austeridad de hoy en día.

La exposición recorre las distintas formas de inhumar prehistóricas, desde los sepulcros unipersonales hasta las fosas colectivas, como la de Dosrius (Maresme), fruto de una batalla, o la de la Sagrera, resultado de una epidemia. Solo al final, en pleno neolítico, llegó, se supone que de Centroeuropa, la moda de incinerar al finado.

Rust Cohle, protagonista de True detective, un tipo más allá del pesimismo, sostenía en una de las peroratas con las que sermoneaba a Martin Hart que «la conciencia humana es un trágico error de la evolución», que el ser humano se cree especial, como más allá del reino animal. «Somos cosas que se ilusionan con la obsesión de tener un yo», decía. Si eso fuera así, eso ocurrió precisamente en la etapa que se exhibe en el Museu de Gavà. Ahí queda la idea.

La cuestión es que, como un Lázaro, la segunda exposición de Arqueoxarxa se ha puesto ya a andar. Irá también de gira, como la del sexo. Mientras, parece que ya se está gestando la tercera. Astérix en Hispania. Ese es el reto, ¡por Tutatis!, que se han fijado los museos arqueológicos catalanes.