Homenaje a los padres de la merluza
El Museu d'Arqueologia de Catalunya rinde tributo a los griegos, introductores de la cultura vitivinícola en la península
Carles Cols
Periodista
CARLES COLS / BARCELONA
Diego de Velázquez pintó ‘El triunfo de Baco’, cuadro más conocido como ‘Los borrachos’, una mirada descorazonadora sobre lo que es una soberanas melopea. Tiziano es autor de una versión más luminosa y alegre de lo que es una moña, ‘Baco y Ariadna’. Se podría decir que Rubens le hizo un flaco favor a este personaje de la mitología clásica, pero es mejor buscar otra expresión, flaco no, porque el suyo era un Baco celulítico, un tanto repulsivo, una invitación a la dieta abstemia. La cuestión, en cualquier caso, es otra, La cuestión es que Baco es un usurpador, una deidad romana, un CTRL+C y CTRL+V del griego Dioniso, por quien esta semana, ¡hips!, toca levantar una copa llena a rebosar de buen vino, pues el Museu d’Arqueologia de Catalunya (MAC) inaugura una exposición dedicada a los verdaderos padres de la tradición vitivinícola catalana, los griegos.
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Toca primero un viaje en el tiempo. A hace 6.200 años. Esto es al neolítico puro y duro, sí, pero a un momento en el que ya había una cierta afición local al pedal, al tablón, a la llorona, al llámesele como se quiera, a la cogorza, porque salvo que otro equipo de arqueólogos ponga sobre la mesa pruebas más antiguas, los restos de cerveza más ancianos de Europa son los de la cueva de Sant Sadurní, en Begues (Baix Llobregat). Este era, pues, un territorio cervecero en la prehistoria, y lo siguió siendo en tiempos de los íberos hasta que los fenicios atracaron en la costa con vino en sus bodegas. Aquel primer contacto, sin embargo, no dejó de ser una simple cata, una degustación. Decía Manuel Vázquez Montalbán, en una frase que repesca la exposición del Museu d’Arqueologia de Catalunya, que “un pueblo que no bebe su propio vino y no come su propio queso tiene un grave problema de identidad”. A eso pusieron remedio los griegos y hay que darles las gracias. De eso va en esencia ‘El vino griego, de la antigüedad a los ‘cellers’ actuales’, visitable hasta finales de enero en la sede central del museo, en Montjuïc, de expresar una eterna gratitud..
COMO EL TOMATE
La llegada del vino griego a la península ibérica podría comparse por su impacto con lo que siglos después supuso la lllegada del tomate de América (que alguien trate de imaginar un verano sin gazpacho o un sofrito sin salsa), pero sería quedarse corto. El vino llegó a la península con una liturgia, con unas piezas cerámicas preciosamente decoradas, con una cubertería perfectamente concebida para escanciarlo y, sobre todo, como parte ya de una cultura incluso literaria. Ahí está, por ejemplo, el pobre Polifemo de Homero, al que Ulises emborracha con un barril de vino sin aguar, porque así era como lo tomaban los griegos, mezclado con agua, con especias y hasta con queso. La ingesta sin rebaja, sin aguar, era considerada más propia de los pueblos bárbaros que de una civilización cultivada. La proporción adecuada, por cierto, era dos partes de agua por una de vino. Como se dice a veces, no traten de hacer esto en casa.
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El MAC inaugurará oficialmente el jueves la exposición con una ‘performance’ que Josep Manuel Rueda, director del museo, y Xavier Aquilué, comisario de la muestra, callan celosamente. No habrá ménades, sátiros y centauros, la cohorte habitual de Dioniso, ligera de ropa y sobrada de alcohol, lástima, pero sí que habrá vino para degustar y, según parece, puede que hasta un triclinio, el diván en el que los griegos, y después los romanos, se entregaban al comer y al beber. En Empúries, siempre recomendable visita, se conserva la inscripción de acceso a una de esa salas domésticas dedicadas a Dioniso, ‘edú koitos’, aún se puede leer, que en traducción libre es algo así como ‘qué bien se está tumbado’.
Las celebraciones dionisiacas eran en ocasiones parrandas exclusivas para hombres y prostitutas, que terminaban de madrugada con un ‘komos’, según la expo, ese momento tan actual incluso hoy en día para desespero de los vecinos de un barrio, en que los borrachines salían a la calle para cantar y exhibir su euforia.
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