ANÁLISIS

Multicultural y cosmopolita

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XAVIER MARTÍNEZ CELORRIO

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Los datos del padrón municipal constatan que la población inmigrante de Barcelona se mantiene en un 17%. En los tres últimos años este porcentaje apenas ha variado, siendo noticia, precisamente, su estancamiento o estabilidad en medio de la crisis. Una segunda noticia es el incremento de los matrimonios mixtos entre españoles y extranjeros, que representan el 31% del total de uniones civiles en el 2011 cuando en el 2004 suponían el 19%. Estabilidad demográfica, convivencia intercultural y progresivo mestizaje parecen ser tendencias que se consolidan y que niegan o refutan el discurso xenófobo de la extranjería como amenaza o como problema.

La crisis ha detenido el flujo de reagrupaciones familiares, pero no ha supuesto una caída brusca de la población inmigrante como algunos esperaban. Al contrario, las comunidades asiáticas (paquistanís, chinos y filipinos) han aumentado durante el último año y ya representan el 22% de la población foránea empadronada en Barcelona. El significativo peso de esas comunidades nos hace diferentes respecto de otras ciudades y comunidades españolas y nos aproxima más al perfil de metrópolis poscoloniales como París o Londres. Es una peculiaridad que confirma a Barcelona como puerta de entrada asiática a España y Europa, lo que parece molestar a cierta derecha populista.

Hace poco el expresidenteAznardeclaraba, con cinismo y cizaña, que Catalunya acoge a más asiáticos que hispanohablantes para imponer el catalán con más facilidad en detrimento del castellano. Sabido es que la política de fronteras y cupos de inmigrantes es gestionada por el Gobierno central, sin que la Generalitat pueda determinar libremente los flujos de entrada. No importa. Interesa más colar un mensaje de miedo y amenaza que alimente la confrontación de identidades.

La derecha populista olvida a menudo que España solo tiene una década de experiencia como país receptor de flujos migratorios, mientras que Catalunya acumula más de mil años como país de marca y territorio histórico de acogida, de paso y de mestizaje, sin que haya perdido su lengua y su cultura. Es una diferencia histórica y cualitativa mal digerida por algunos. La inercia integradora catalana se ha vuelto a evidenciar al liderar en España el cierre y reordenación de los CIE (centros de internamiento de extranjeros) por incumplir normas básicas en derechos humanos. Ha sido EL PERIÓDICO quien ha pilotado una campaña civil, ya emprendida por diversos colectivos, que ha conseguido la humanización de esos centros.

Sin embargo, el elemento de reflexión más importante es la inexistencia de un racismo de crisis que enfrente a las clases trabajadoras y vulnerables autóctonas con sus iguales inmigrantes. Ciertamente, perviven rumores hostiles a la inmigración que tratan de destacar agravios comparativos a fin de alimentar la estigmatización de los extranjeros. Pero -en términos generales y de momento- no aflora el racismo de crisis que anhela la derecha populista y xenófoba. Seguramente este es el principal logro de cohesión social que presentan Barcelona y Catalunya ante un escenario tan regresivo de recortes del gasto público, aumento de las desigualdades y alto desempleo, que durará unos años más.

Un último apunte a destacar: el 40% de los niños nacidos en el 2010 en Barcelona lo fueron de padres extranjeros (uno o ambos progenitores). Ya no estamos hablando de minorías, sino de un futuro multicultural que se hace presente.

PROFESOR DE SOCIOLOGÍA. UNIVERSITAT DE BARCELONA.