a pie de calle <b>cgaya@elperiodico.com</b>

Mostrar la nalga sin complejos

Unas chicas pasean con pantalones vaqueros muy cortos, la semana pasada en Barcelona.

Unas chicas pasean con pantalones vaqueros muy cortos, la semana pasada en Barcelona.

CATALINA
GAYÀ

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Las dos chicas bailan buscando su reflejo en la Torre Colom. La música nace de un móvil que está en el suelo. Se llaman A. G., ambas tienen 20 años y ambas son «bailarinas de hip hop». Al rato, se une otra joven con un cochecito de bebé. Las tres lucen unos pantalones vaqueros cortísimos y con los ombligos cubiertos. En el vestíbulo de la Universitat de Barcelona, los miembros del colectivo Ruido Photo llevan, a quien deambula por el edificio, a experimentar el drama que viven los menores que atraviesan Centroamérica y México para llegar a Estados Unidos. Tres chicas observan las fotos con interés. Las tres lucen ese pantalón mínimo, de nuevo, vaquero, de nuevo, ombligo victoriano y con la juntura, entre el glúteo y el muslo, al aire. Les pregunto si es moda: no saben-no contestan. Les gusta. Lo mismo me habían dicho A. y G.

Lo mismo me explicarán tres turistas estadounidenses que observaban, el sábado 12 de julio, el espectáculo de la Font Màgica de Montjüic. La cita más masificada de la Barcelona gratis. Este A pie de Calle es una incursión a algo que se ve en la calle y que tiene una explicación social no evidente: chicas jóvenes, de entre 16 a 28 años, lucen pantalones tan mínimos que se asoma parte del glúteo. El ombligo, en cambio, está cubierto. Esta moda de alguna manera, y sin que nadie me sepa decir por qué, se ha internacionalizado. Sucede lo mismo aquí que en Milán, me asegura una asesora de moda milanesa, y es lo mismo aquí que en París, me dice una turista francesa en el Born. Ella adoptó dicho pantalón tras asistir a un festival de música en Alemania. Irene Polo, en los años 30, se preguntaba por qué las mujeres de esa Barcelona moderna que era esta ciudad durante la República habían adoptado un corte de pelo que, en ese momento, se llamaba Le Coup de Vent, y que había inventado un peluquero francés de nombre M. Antonie.

En esta Barcelona del 2014, la pregunta puede hacerse en tantos idiomas como una sepa porque quien pasea proviene de todos lados y porque, a pesar de ser de todos lados, lleva puesto lo mismo. Llamo a Seila sin H, directora de arte. Irene Polo entrevistó a un peluquero alemán afincado en la ciudad. Es Seila sin H quien desmenuza los por qué  de la exhibición de un músculo del cuerpo que, desde los setenta, permanecía oculto a la vista.

«Son jóvenes que buscan libertad y que exhiben el cuerpo sin tabús y sin complejos, como sucedía en los años setenta». ¿Por qué ahora? «Es una reacción a la crisis». Siga. «El exhibicionismo también tiene que ver con el exhibicionismo propio de las redes sociales. En las redes, hay un personaje que te está relatando su vida continuamente, que te muestra todo». ¿Y ese personaje es el que luego sale a la calle? «Sí, el exhibicionismo se lleva al extremo. Unas chicas, con más actitud y otras, con menos». Regreso a la calle.

El móvil está en las manos, o muy cerca, de todas estas chicas. No cabe en los bolsillos del pantalón. Se graba la vida, se estampa la vida cotidiana, se genera hasta un tipo de fotografía: el yo, en escorzo. En la torre brutalista no hay rastro de las bailarinas. Voy al otro gran espejo de las coreografías improvisadas de la ciudad: el Pati de les Dones, en el CCCB, y ahí encuentro a adolescentes filipinos que bailan salsa. Pantalones cortos, unos más y otros, menos. Una de las chicas graba al resto mientras chicos y chicas siguen la música que sale de un teléfono móvil que, de nuevo, está en el suelo. H