'Modernisticidio' en la Casa de les Punxes

La visita al castillo de Neuschwanstein del Eixample, obra mayúscula de Josep Puig i Cadafalch, es tal cual promete la publicidad: un cuento

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Carles Cols

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La visita con audioguía a la Casa de les Punxes cuesta 12 euros y medio. La de la Alhambra, 14, es solo por situar las cosas, pero la fortaleza nazarí granadina queda menos a mano si uno está en la estación de metro de Jaume I, pasmado ante el cartel publicitario que hay al otro lado de las vías. En él, un dragón con tripa cervecera escupe una lengua de fuego sobre una de las torres del imponente edificio que Josep Puig i Cadafalch levantó en la confluencia de la avenida de la Diagonal con la calle del Rosselló por encargo de Bartomeu Terradas. “Ven a descubrir la Casa de les Punxes”. Eso dice el anuncio. Lo del dragón no presagia nada bueno, pero para alguien que en su día vio el fugaz paso de una cómica escultura de un león en la fachada de la Sagrada Família y se repuso al susto, esto a priori no puede ser peor. O eso parece. En resumen, que toca rascarse el bolsillo.

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Antes de entrar, es necesario ensalzar la figura de Puig i Cadafalch. Fue un hombre admirable. Como arquitecto, indudablemente. Es el responsable de algunas de las mejores postales de esta ciudad: la Casa Amatller, la Fábrica Casaramona, el Palau del Baró de Quadras, la Casa Macaya, en la que esculpido en piedra en un capitel junto a la entrada aparece el propio Puig i Cadafalch montado en bicicleta… El conjunto de su obra es tan extenso que incluso en el año 2008 se descubrió que en lo que un día fue el cámping el Toro Bravo se escondía algo desfigurada la finca que una joven viuda, Pilar Moragues, le encargó al arquitecto en 1917, cuando aquello era un paraje salvaje y ella decidió pasar el luto a lomos de un corcel junto a la playa.

EL ARQUITECTO POLÍTICAMENTE CORRECTO

Luego estaba el Puig i Cadafalch político, que mano a mano con Enric Prat de la Riba puso en marcha la Mancomunitat de Catalunya. Aquello si que fue un ‘procés’. Con cuatro cañas (vamos, con cuatro diputaciones provinciales) se sacaron de la manga un gobierno catalán sin permiso de Madrid y se pusieron manos a la obra, a modernizar la red de comunicaciones, a crear escuelas y bibliotecas, a llevar la modernidad del teléfono a todos los pueblos… Aquel hombre igual te levantaba un edificio que te construía un país. Hay quien sostiene que a Jordi Pujol le carcome que en los libros de historia su labor como ‘president’ quede eclipsada por sus chanchullos económicos y los de su prole. Una tesis alternativa, que aquí queda sobre la mesa porque el debate nunca es malo, es que Pujol nunca ha sido un Puig i Cadafalch, que eso es lo que le carcome desde antes de que saltara el escándalo.

Total, que con esta reverencial admiración por el autor de la Casa de les Punxes toca encajarse los auriculares de la audoguía que van incluidos en los 12,5 euros de la entrada y meterse en las entrañas de este Neuschwanstein del Eixample. ¡Ay!

Alexander Woollcot fue un despiadado crítico teatral del Nueva York de entreguerras que, en una ocasión, despedazó un espectáculo de Broadway con una única y lacerante frase: “Los decorados eran bonitos, pero los actores se ponían delante”. A la Casa de les Punxes le ocurre lo contrario, que es peor. Las pantallas en las que se proyecta la almibarada leyenda de Sant Jordi y el dragón, los juegos de espejos que multiplican el efecto de la película y una sucesión de falsas paredes de yeso impiden ver lo nunca visto, la Casa de les Punxes por dentro.

LEYENDA ALMIBARADA

El video, proyectado en varias estancias (las puertas se abren y cierran al paso del visitante, como en una casa encantada de Disney) se merecería un Woollcott. La historia es la clásica, el rey prevaricador que evita que a su hija se la meriende el dragón porque antes le entrega a la bestia al resto de doncellas del reino, pero cuando solo queda la princesa, con un par la envía a una muerte segura, de la que escapa por la mano certera de un caballero al que no le apena terminar con la vida de una especie en peligro de extinción. Bueno, no lo cuentan así, pero sin azucar esa es más o menos la cosa, con la excentricidad de que el castillo real es una Casa de les Punxes en la punta de un risco.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"La ley del tetris\u00a0","text":"es la norma que parece gobiernar Barcelona: desaparecen los \u00e9xitos y permanecen los errores"}}

De lo que un día fueron las habitaciones de la Casa de les Punxes dan fe los suelos de baldosa hidráulica y no mucho más. No sé, un mueble de época hubiera dado un poco el pego.

Pero la estupefacción máxima está en la azotea. Se sube en un moderno ascensor. En la Wikipedia, que a veces es como una escopeta de feria y esta es una de esas ocasiones, se afirma que es “un espacio diáfano con una superficie de más de 600 metros cuadrados”. No es verdad. Un conjunto de postizos desdibujan el terrado original, un ‘modernisticidio’ de fecha incierta y que dice mucho de esta ciudad, que cada año que pasa parece más un tetris, donde los éxitos desaparecen y los errores permanecen. Aquello, en resumen, es una 'vagina dentata' de la arquitectura. Una lástima que la Alhambra quede tan lejos.