Tesoros urbanísticos

La moda, que es una peste

Los diseños que perduran huyeron en su día de los modelos que marcaban tendencia

M. B.
BARCELONA

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Existe un hilo delgado que lo comunica todo. Marc Cuixart lo sabe, y por eso, cuando habla de sí mismo, y de lo que hizo luego, recuerda con cariño el día en que acudió a la inauguración del Flash Flash, en 1969. «Leopoldo Pomés, el dueño, era amigo de toda la vida de mi padre y de mi madre. Por eso fuimos». Tenía entonces 14 años, es decir que su tiempo era infantil, es decir eterno, es decir que faltaban años luz para que le encomendaran -junto a Ricardo Guasch, Enric Granell y Xavier Blanquer- la tarea de diseñar el Gimlet, hoy coctelería Juanra Falces. En el Born. La Ribera entonces. Y ahí está el delgado hilo. «Fue después que me di cuenta que había mamado de ello, de lo que hacían Federico Correa y Alfons Milà. Más que nada, aprendí a hacer diseños atemporales, a huir de la moda verano-otoño 89».

El enemigo siempre fue la moda y en eso coinciden todos. Además de arrojar luz sobre el hecho de que las cumbres del interiorismo de los años 60, 70 y 80 fueron obra de una reducida élite de diseñadores y arquitectos de arriba de la Diagonal, y de subrayar esa verdad universal de que nada sale de la nada, el recuerdo de Cuixart pone en relieve el rechazo de todos ellos a diseñar según la moda, es decir, a ser pasajeros. Por eso han perdurado. «La moda es lo más enemigo de la arquitectura», dice Correa, autor, junto al fallecido Milà, del Flash Flash y de Il Giardinetto. «No pensamos que los dos locales fueran a durar tanto, pero sabíamos que para hacerlos durar no tenían que estar a la moda».

¿En qué piensan estos señores cuando ven esos locales vacíos y oyen: «Todo tuyo, Federico»? ¿Qué los influyó? ¿De dónde salieron esas ideas que, a lo mejor, el ayuntamiento decide inmortalizar?

En el inconsciente

«Yo, analizando, años después, llegué a la conclusión de que todo artista tiene un inconsciente, y a nosotros definitivamente nos influyó inconscientemente la cultura pop de la época, que era nueva y no se había aplicado aquí -explica Correa-. Hacer un local lleno de fotos de una señorita no nos habríamos atrevido a hacerlo cuatro años antes, de eso estoy seguro. La influencia pop nos ayudó a ponernos un poco más allá de la rigidez del movimiento moderno, al cual en todo caso pertenecíamos». Las fotografías eran de Pomés, y, como todo el mundo sabe, la «señorita» con la cámara que ha vigilado siempre a los comensales era su pareja, Karin.

Del otro lado de la ciudad, y del tiempo (media más de una década entre uno y otro), el otrora Gimlet, hoy Juanra Falces, tiene naturalmente su propia historia, que comparte con la del Flash Flash un mínimo deseo de originalidad. «El bar se hizo como homenaje a las coctelerías americanas y al glamur de la novela negra -dice Juan Ramón Falces, el dueño-. También nos inspiramos mucho en el Boadas, todo hay que decirlo, porque nadie nace enseñado». Ahí está, de nuevo, el delgado hilo. Nadie nace enseñado. Todo comunica con todo.