Un paseo por la Mina pija

La Mina pija disfraza a la Mina; de opulencia y cosas buenas; pero es una promesa falsa

Un tranvía pasa frente a unos edificios con terrazas espaciosas de la avenida de Eduard Maristany, el lunes.

Un tranvía pasa frente a unos edificios con terrazas espaciosas de la avenida de Eduard Maristany, el lunes.

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Lo único que arroja la búsqueda de mina y pija en internet es una profusa lista de páginas pornográficas en argentino, sonrojantes para una parte de la población y estimulantes para otra, pero nada referido a la franja de edificios de alto 'standing' agrupados entre las calles de Ramon Llull y Sant Ramon de Penyafort, la poco transitada avenida de Eduard Maristany y la curva que traza la Ronda Litoral cuando se perfila para ir en busca del nudo de la Trinitat: la Mina pija, la península chic del barrio con peor fama de Barcelona, sus alrededores y más allá. No aparece una sola mención en internet porque la etiqueta apenas despunta, y porque la usan unos pocos en el barrio, pero no es absurdo pensar que de aquí a un tiempo el oxímoron habrá hecho algo así como extenderse, y que entre las páginas dedicadas a celebrar esos apetitos sustanciales habrá alguna mención a esta, urbanísticamente hablando, contradicción sangrante, extraña, la clase de contraste más propio de una ciudad india, latinoamericana o africana que de la prodigiosa Barcelona.

Fachada, esa palabra que es ornamental: eso es la Mina pija. Aquí al lado está la calle de Venus, según Josep Maria Monferrer, presidente del Arxiu Històric de La Mina, "el centro de droga más fuerte de toda Catalunya", el corazón de las tinieblas, digamos, pero quién lo diría: con sus edificios altos y aterciopelados de ocho y nueve plantas la Mina pija quiere ser una especie de desmentido; y con sus terrazas espaciosas, y con su aspecto de que aquí forzosamente se vive bien, entre suelos de madera noble y el olor que despiden los materiales nuevos. "Es Diagonal Mar metido aquí, solo que aquí el contraste es descarado", dice Monferrer, mirando melancólico a las alturas. Por el lado mar, la Mina pija disfraza a la Mina. De opulencia, de cosas buenas. Pero es una promesa falsa. Una vitrina llena de bombones bañados por una luz cálida, un frontispicio que tiene poco que ver con lo que ocurre atrás, con lo que tienen para ofrecer la tienda y el tendero.

La opulenta península carece de actividad. Es un lugar muerto, fantasmagórico, donde no ocurre nada. No hay abuelas conversando en la calle ni escolares jugando a la pelota. No hay vecinos, se diría, aunque los trastos en las terrazas y las plantas y el progresivo encenderse de las luces cuando la tarde cae delatan la presencia de seres humanos. Monferrer dice que viven a la americana: del apartamento al ascensor y del ascensor al garaje, y de allí a un lugar con vida, ¡vida!, en un transporte automotor. ¿Y quién les puede culpar? Esto iba a ser fabuloso, como todo lo que salió del vientre del Fòrum de les Cultures. Sí: esto era parte del plan. "Les engañaron", sentencia el presidente del Arxiu. A 100 metros cruzando la calle está el edificio azul del Fòrum, chato, monstruoso, grandilocuente, la fuente de la que debía irradiar esa vida ausente. Aquí no llega, si es que llega a alguna parte. Donde podría haber una panadería, una farmacia o una pescadería no hay más que bajos tapiados con ladrillo cuya desnudez doliente se disimula con pintura negra, lapidados, y un par de locales en venta. Aquellos que arrastran los pies en pos de la felicidad efímera de una jeringuilla de vez en cuando se confunden y vienen a parar aquí, así que, por si acaso, algunos edificios disponen de seguridad privada.

Detrás, justo detrás, están los edificios levantados en su día para realojar a los vecinos de la Mina, la Mina auténtica, la concreción del plan para esponjar el barrio. Más humildes, naturalmente. "Pero no era un canje piso por piso, el excedente en metros cuadrados había que pagarlo a precio de mercado, así que solo unos pocos se trasladaron". Como lugar de tránsito es ideal, la prolongación del dislate: no vive nadie o casi nadie, tampoco hay comercios, y la rambla que debía ser lugar de encuentro es algo lánguido, todo lo que se supone que no es una rambla. Por si acaso, los clanes del lugar vigilan para que a nadie, ante tamaña tentación, le ronde la idea de instalarse a las bravas. Bien mirado, internet tiene razón: todo esto tiene algo de obsceno.