Métele, Sangriento, métele

Un momento de la pelea entre el León Dorado (primero por la izquierda), Santiago Sangriento (detrás), JB y Jaime Léctor, en Gràcia.

Un momento de la pelea entre el León Dorado (primero por la izquierda), Santiago Sangriento (detrás), JB y Jaime Léctor, en Gràcia. / ARNAU BACH

MAURICIO
BERNAL

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Lo de que a una mujer no se la toca ni con el pétalo de una rosa en este lugar no tiene vigencia, y con la pobre Amazing Montse ninguno de sus rivales demuestra piedad, ni el brutal Barracuda cuando la saca a patadas del ring ni el inquietante Jocoso Junior cuando la levanta a la altura de los hombros, la exhibe como trofeo y acto seguido la deja caer al suelo, entre el debido estrépito de tablas. A simple vista parece un combate desigual, porque Gravity Zero, delgado, enjuto, blanco de las burlas por ese estrambótico hálito de fragilidad, es el compañero de Amazing Montse, y todo parece encaminado al desenlace lógico, la victoria del músculo, pues algo de selva y su ley hay en todo esto. En un ring de lucha libre no hay relatos con moraleja, ni lecturas entre líneas con trasunto de enseñanza bíblica; aquí David es David y Goliat es Goliat, o eso parece, de momento. El público anima y a veces ruge, como conviene al espectáculo, con un fervor proporcional a lo aparatoso de la lucha. Las llaves enrevesadas y las patadas voladoras son saludadas como las arias en una ópera.

Media hora antes, cuando la velada está a punto de empezar, el maestro de ceremonias desliza, orgulloso -entre las presentaciones, el saludo al público-, que este lugar no es cualquier lugar: es, proclama, «la catedral» de la lucha libre nacional. La multitud congregada en el sótano del Espai Jove La Fontana, en Gràcia, responde o bien con un rugido de aprobación o bien con algo que está entre la incredulidad y la duda, una catedral, parecen decir, mirando en derredor; esto, una catedral. Pero no es un disparate: la catedral de las sardanas en Guanajuato debe ser un lugar parecido. Un minuto de silencio precede la entrada de los primeros luchadores en escena, y se guarda tanto por las víctimas de Andreas Lubitz como por el Hijo del Perro Aguayo, lo cual es representativo de las sensibilidades en juego: si uno tiene por pasión subirse a un ring a emular las hazañas de El Santo, la muerte de un luchador mexicano es una tragedia cercana, no importa que haya tenido lugar en un coliseo de Tijuana. Al contrario: es México, la Meca de todo esto. «La verdad es que nos entristece el tratamiento que se ha dado a este episodio, sobre todo cuando se dice que Rey Misterio lo mató. Eso no es así. No se mata en un ring. Fue un accidente, lamentable y triste, pero un accidente», dice Iker Serrano. Su opinión es probablemente la de todos los que caben bajo este techo, habida cuenta de que él y su hermano -Eneas- tienen estatus de portavoces: son los fundadores y responsables de Spanish Pro Wrestling, uno de los tres clubes de lucha libre actualmente activos en España. Y el que organiza la velada.

Ser malo es lo mejor

Más tarde, el afable Iker reaparece en escena transformado en el León Dorado, animal y feroz, como indica su nombre. En un cuadrilátero como este, la personalidad, de hecho, empieza por el nombre: León Dorado, Barracuda, Amazing Montse, Jon Hammer, Santiago Sangriento; Gravity Zero y Jocoso Junior. Y sigue con la indumentaria, las máscaras, los tatuajes, las cadenas, las lenguas de fuego grabadas en los calzones. La pelea es un relato, «una historia con introducción, desarrollo y conclusión», explica un luchador, y tener un buen nombre y un disfraz memorable son elementos de la narración, cómo decirlo: el discurso de base. Después se necesitan buenos y malos, como en cualquier historia, y conscientes de que no se puede ser siempre el Lobo, ni siempre el héroe que admiran los niños, esos papeles los luchadores se los reparten, esto sí, bíblicamente: al estilo salomónico.

«Los buenos siguen las normas y los malos no», explica Eneas, en el ring Axel Salazar. «Yo llevaba mucho tiempo siendo malo y ahora soy bueno. El malo desprecia al público, lo pitan los niños, esa clase de cosas. Es mucho más divertido ser malo que bueno». Sí, tiene mucho de teatro todo esto, pero lo tiene en el buen sentido. «Se trata de darle al público un buen espectáculo», dice Pol Badía, el único que no tiene alias, que es Pol Badía cuando compra el pan y cuando vuela desde una esquina para aplastar a su adversario. Badía es malo -«soy rudo, sí» - y en las peleas es presentado como «el luchador genéticamente perfecto». «Somos actores y luchadores», explica. «La gente que se sienta aquí no sabe cuál va a ser el desenlace de las peleas, y eso es lo importante». Los bramidos de la catedral le dan la razón.