El mayor experto español en cetáceos arponea el debate sobre el futuro del zoo

Carles Cols

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El grupo de trabajo que debe decidir el futuro del Zoo de Barcelona se reunió sin publicidad alguna el pasado martes, en una nueva sesión que, según algunos de los asistentes, fue decepcionante. Tenía que ser, y no fue, una reunión monográfica sobre el futuro del delfinario, una urgencia, porque el Ayuntamiento de Barcelona debe decidir cuanto antes si construye una nueva piscina para los cuatro cetáceos que aún conserva el zoo o se desprende de ellos. A partir del 2019, las instalaciones estarán fuera de la normativa exigida por la Asociación Europea de Mamíferos Acuáticos (EAAM). La reunión solo fue una patada más a la pelota, resumió un asistente. Pero, sin embargo, ocurrió algo muy llamativo. No había una silla reservada para Àlex Aguilar, catedrático de la Universitat de Barcelona y el mayor experto de España en cetáceos. Tras la penúltima reunión, Aguilar renunció al grupo de trabajo en una durísima carta dirigida a la teniente de alcalde de Ecologia, Janet Sanz. La carta cuestiona de la a a la zeta el modo en que el equipo de gobierno municipal pretende decidir el futuro del parque de animales de la ciudad.

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“La estructura del grupo de trabajo está fuertemente sesgada y deja al margen a interlocutores esenciales”, reprocha Aguilar en la carta. Recrimina a Sanz el haber incumplido lo que él considera una regla de oro si de tomar una decisión independiente se trata. “Hay como mínimo nueve personas del sector animalista y seis trabajadores del zoo”, recuerda en la carta. Esta ha sido, desde el primer momento, una cuestión que ha desconcertado a algunos de los miembros del grupo de trabajo. "No es lo mismo que un lobo y tres cerdos decidan qué van a cenar, que si lo hacen tres lobos y un cerdo", explica Aguilar en conversación telefónica para subrayar este apartado.

SORPRESA EN EL ZOO

No obstante, puede que lo que mejor ilustra la macedonia de opiniones que el ayuntamiento ha sentado en una misma mesa es una anécdota ocurrida meses atrás. Los miembros del grupo realizaron una visita al zoo. Parece que para algunos de ellos era la primera toma de contacto con el recinto. Una de las participantes -explica Aguilar- confesó en voz baja su bisoñez en cuestiones científicas, a la par que su entusiasmo por el hecho de que sus opiniones fueran tenidas en cuenta. Le preguntó qué formación académica tenía. Filóloga.

Otra cuestión que Aguilar aborda en la carta es la falta de transparencia del método. La directora del grupo de trabajo, Carme Maté, entrevista uno a uno a los miembros del grupo con un cuestionario "ambiguo y a menudo incomprensible". "La mayoría de las preguntas son tan abiertas y generalistas que las respuestas también lo serán. Las conclusiones que se obtengan dependerán completamente de la interpretación que haga el equipo coordinador y es previsible que muchos de los encuestados no se sentirán representados en el resultado". Ese análisis le lleva a ser más claro e incisivo en otro párrafo de la carta: "El proceso es defectuoso en su diseño y falto de garantías".

ARPONAZO

El arpón más doloroso de la carta es, sin embargo, otro. "La lentitud del proceso es aterradora", avisa. Eso afecta especialmente a la cuestión de la que Aguilar es experto, los delfines. Las obras de mejora de las instalaciones se han pospuesto tantas veces a lo largo de los últimos 20 años que, en su opinión, la salida de los delfines será al final obligada por el calendario de la EAAM, lo cual abre un problema mayúsculo.

Aguilar previene  contra el mantra de que es factible enviar los delfines de Barcelona a un santuario en el mar

Aguilar es un defensor de la existencia de los zoológicos por la labor de conservación de especies que realizan. El problema es que nadie paga entrada por ver, por ejemplo, al sapillo balear, en cuya supervivencia participa el Zoo de Barcelona. El público paga por ver otras especies. Hecha esta introducción, sostiene que los delfines no deberían ser una especie en exhibición. Sufren en cautividad como no lo hacen, por ejemplo, las jirafas. El problema es que Barcelona tiene cuatro delfines (Anak, Blau, Tumay y Nuik) y, sobre qué hacer con ellos, también se ha hablado en las reuniones del grupo de trabajo y entre bambalinas. El estupor de Aguilar en este apartado es máximo.

SANTUARIOS MORTALES

Los grupos animalistas insisten en defender como una casi idílica solución el traslado de los ejemplares a un santuario en el mar. Para un profano, el concepto “santuario” es sugerente. Hasta apetece ser delfín. Aguilar, como experto, advierte a Sanz de que las experiencias previas han terminado con la muerte de los animales. Otra opción que al parecer baraja el ayuntamiento es ceder los cetáceos a una entidad privada de pretendida sensibilidad animalista. Aguilar se pregunta cómo garantizará una entidad así su financiación durante la vida prevista de los delfines, tal vez más de 30 años, y si dispondrá de veterinarios y piscinas de cuarentena, instalaciones muy caras. Lamentablemente, concluye esta suerte de Herman Melville español, "si un delfín sale de un zoo solo puede ir a otro zoo".