Sistema de transporte polémico

Más amenazas que clientes

El servicio 8 Una conductora de Uber lleva a una pasajera que sigue el trayecto por el móvil.

El servicio 8 Una conductora de Uber lleva a una pasajera que sigue el trayecto por el móvil.

CARMEN JANÉ
BARCELONA

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Contratar un viaje a través de Uber es bastante sencillo. Tan solo hay que ir a su página web y darse de alta. Eso sí, piden nombre, apellidos, dirección, correo electrónico, teléfono móvil y número de la tarjeta de crédito. No hay pregunta de seguridad ni correo alternativo para evitar fraudes. Uy, vamos mal...

Después hay que descargar una app en un iPhone o un móvil Android. Te pide permiso para localizarte y enviarte notificaciones. Uber ya tiene, al menos, tus datos, forma de pago y ubicación.

Con eso, el usuario ya puede pedir un presupuesto y un servicio. En otras ciudades hay oferta de flota de coches con distintos precios. En Barcelona, acaban de empezar  y solo ofrecen un tipo de servicio, el más barato, con un euro por bajada de bandera y una combinación de precio que cuenta el tiempo y el trayecto. No hay reservas, porque aseguran que en un máximo de 15 minutos tienes un coche.

Uber selecciona el conductor más cercano (anteayer por la tarde mostraba solo dos coches funcionando en el centro de Barcelona) y estima el tiempo de llegada. No hay cargos y el taxímetro es el propio móvil. El conductor comienza a facturar cuando el pasajero sube.

Se puede elegir en qué asiento sentarte. Nuestra conductora, una chica joven, nos pide que nos sentemos en el asiento delantero de un coche de lujo -de su padre, dice- por el que vamos a pagar, según la estimación, casi lo mismo que por idéntica carrera en un taxi que hayamos parado en aquel lugar. Antes de subir, sabíamos de ella solo su nombre y su número de matrícula.

La conductora, que no quiere que la identifiquemos, nos cuenta que es estudiante y que comenzó hace poco como conductora como un medio para conseguir ingresos extra. Y le gusta. Un amigo suyo trabaja en la empresa y le ha asegurado que regularizarán el servicio en breve. «Estoy asustada. Me han amenazado incluso por teléfono. Lo he denunciado en comisaría y ha sido peor», explica. «Creo que llevo más llamadas de amenazas que carreras. No lo entiendo, la gente que usa Uber es otro público que el usuario de taxi».

Sus clientes suelen ser extranjeros que ya usan el servicio en sus países de origen. Entre los trayectos más utilizados están las carreras al aeropuerto, para las que no cobran ni suplementos por maletas ni por recogida. Y un precio, según la estimación que nos da la app, casi un tercio inferior a lo que cuesta la carrera de un taxi legal.

Sin errores

La conductora es simpática y competente y, pese a los nervios que se le aprecian, no comete errores. Lleva el móvil y un GPS que no necesita utilizar. Desde Uber tan solo le han pedido un permiso de conducir en vigor y un coche. La plataforma se lleva el 20% de la carrera y el resto es para ella. «Depende de las horas que quieras hacer. Todo el contacto con los pasajeros se realiza por la app, yo no puedo llamarles», confiesa.

Asegura que Uber le ha dicho que si le pasa algo al coche, ellos se hacen cargo. Del seguro, mantenimiento e impuestos, nada.

Llegamos a destino. La conductora indica en el móvil el final del trayecto y el pasajero recibe el mismo aviso. Ambos confirmamos y el cliente puntúa la atención recibida. No es baladí. Los conductores mejor puntuados trabajan más. El recibo del pago (obligatoriamente con tarjeta) llega segundos después por correo electrónico. Pagamos el 10% menos de la estimación inicial. Sin referencia al IVA.