Un sector económico clave (4)

La marea que no cesa

A la izquierda, visitantes esperan, ayer, para acceder a la Pedrera. A la derecha, numerosos turistas fotografían el dragón del parque Güell.

A la izquierda, visitantes esperan, ayer, para acceder a la Pedrera. A la derecha, numerosos turistas fotografían el dragón del parque Güell.

ROSA MARI SANZ
BARCELONA

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Difícil detectar a un barcelonés en la Rambla. El paseo más popular de la capital catalana está siendo literalmente tomado por el turismo, un fenómeno cuya masificación ha conseguido ahuyentar al público local de las zonas más vendidas de la ciudad, enclaves que estos días se han convertido prácticamente en intransitables y que siguen siendo, pese al incremento de la presión policial de las últimas semanas, el lugar ideal para los manteros y otros vendedores ambulantes.

El turista que viene a Barcelona parece tenerlo muy claro. Hay una serie de visitas que son de obligado cumplimiento, como relataba ayer una joven pareja de Tolón (Francia) a las puertas de su primer deber del día, la Boqueria, un mercado cuyos productos cada vez están más dirigidos a los miles de foráneos que entran a diario. Guía y cámara en mano, estos visitantes se adentraban sorteando decenas de personas, maletas y vendedores ambulantes de gorros, abanicos y bisutería en el mercado más popular de la ciudad, a reventar de visitantes poco antes de las once de la mañana.

El siguiente destino de la jornada para esta pareja, tras un paseo por una Rambla donde se encontrarían a dos grupos de trileros que intentaban intermitentemente hacer su agosto en el tramo central (iban montando y desmontando el tinglado en función de si detectaban o no presencial policial), era dirigirse a la Sagrada Família, según explicó el matrimonio. Perdonaban, por falta de tiempo en la ciudad, otros dos monumentos estrella con largas colas habituales, la casa Batlló y la Pedrera, en un transitadísimo paseo de Gràcia donde los autobuses turísticos no daban abasto.

DOS HORAS DE COLA / Y si como contaron, acudieron al templo de Gaudí, se encontraron con una espera de cerca de dos horas bajo un sol de justicia para poder entrar, ya que la cola, rozando el mediodía, daba prácticamente la vuelta al monumento. También allí no resulta labor fácil ver estos días a barceloneses. De hecho, los ciudadanos que viven o transitan por la zona ven tan agraviada la movilidad tanto en las calles colindantes, repletas de autocares turísticos (ayer llegaban hasta la calle de Indústria), como en las estrechas aceras invadidas por turistas, que buscan recorridos alternativos para esquivar el icono más universal de la ciudad, que ha visto multiplicadas sus visitas después de la reciente visita del Papa.

Este auge, sumado a la época estival que invita a ocupar los espacios públicos, ha aumentado las críticas de los vecinos de una zona que estos días está viendo incluso invadidas sus plazas. Ayer, por ejemplo, una señora mayor acompañada por una cuidadora lamentaba la situación mientras buscaba en vano un banco para sentarse en una plaza de la Sagrada Família, invadida por turistas que aprovechaban para tomarse un respiro o tomar un refrigerio. «Esto está cada día imposible, según a qué horas vienes no hay sitio para sentarse o solo queda algún sitio sin sombra», comentaba mientras proponía a la joven regresar a su casa.

Ya fuera de Ciutat Vella y del Eixample, el otro emblema del turismo está en Gràcia: el parque Güell. La lejanía del centro de la ciudad, donde la presión policial contra la venta ambulante es más acentuada, permite ver con más proliferación y descaro que en otras zonas a manteros, pese a que en el interior de una zona monumental a la que cuesta acceder estos días desde su entrada principal ayer era visible la presencia de la Guardia Urbana.