barceloneando

Madrugada de trastos viejos

Diez brigadas peinanlas calles para retirarenseres y trasladarlosa la planta de Gavà

El equipo de recogida municipal de trastos formado por David, Melanie y Sergio sube al camión un mueble.

El equipo de recogida municipal de trastos formado por David, Melanie y Sergio sube al camión un mueble.

OLGA MERINO

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Es de noche. La hora en que viene acabando el programa del Gran Wyoming, ese lapso de cena, zapatillas y desconexión del mundo con que se cierra el día, un momento para bajar la guardia que algunos, sin embargo, reciben a toque de corneta: arranca la jornada laboral. La cita es con ellos precisamente, con una de las brigadas que recorren la noche barcelonesa en busca de trastos viejos. Es jueves, así que les toca peinar la falda de la Sagrada Família y un trozo del Fort Pienc.

Por el camino, frente a los portales o apoyados sobre los contenedores de la basura, aguardan ya los chismes que acabarán en la caja del camión: maletas desventradas, un zapato viudo, estanterías de contrachapado, una pantalla de ordenador de cuando la informática iba a pedales, la heladería de Hello Kitty hecha añicos de plástico rosa, un colchón de floral estampado, cajas de alguna mudanza que llevan escrito «vajilla» en los laterales, un armatoste del tiempo en que los sofás aún se llamaban tresillos... Desechos de la vida imparable, que va pasando.

El comedor de la yaya

En Gran Via esquina Sicília, se cruza una pinacoteca completa sobre la acera, lienzos con una estrambótica combinación paisajística: barcas de pesca varadas en lo que parece una playa mediterránea, y al fondo edificios picudos, con tejados de pizarra, como dispuestos a deslizar nieves alpinas. Un motivo repetido en todos los cuadros que debían de decorar el comedor de la yaya, cuadros que, por alguna extraña razón, arrastran consigo  la vieja canción de Serrat: «Compro draps i roba bruta, paraigües i mobles vells». El drapaire, se titulaba.

A las diez y media en punto, el equipo aparece en el lugar convenido: el cruce entre Diputació y Marina. Los tres frescos, dispuestos y con el uniforme amarillo fluorescente: David Rojo (44 años), Melanie Castro (25) y Sergio Jerez (39), quien conduce el camión además de trajinar con el peso de los muebles. Componen una de las diez brigadas de limpieza que, de lunes a viernes, recorren la ciudad para retirar los enseres viejos y trasladarlos hasta la planta de reciclaje de Siresa, en la carretera de Gavà. Una contrata del ayuntamiento. Un servicio para la gestión de residuos que viene funcionando desde principios de los 90. Llueva o truene, salen a la rebusca.

La pregunta parece obligada, ¿qué diablos habrán llegado a encontrarse por esas calles? ¿Lo más chocante? «Una vez cogí una bolsa de plástico que pesaba mucho, la abrí y dentro había un zorro disecado —explica Sergio—; cuando asomaron los colmillos tan afilados, me llevé un buen susto». David cuenta que se encontró con un ataúd puesto en pie contra la fachada, y daba yuyu echarlo al camión, la verdad. También garrafas de cristal que al arrojarlas al camión, zas, llamarada e incendio porque contenían algún líquido inflamable; un caso así sucedió en la calle de Balmes, comenta el jefe del servicio, Torcuato Pérez.

El oficio, como todos, tiene sus intríngulis y códigos indescifrables. Cuando juega el Barça, por ejemplo, apenas hay trastos. Si la semana contiene festivo o puente, a la siguiente pringan con el doble de cachivaches. El martes, el día de más faena. La Esquerra de l'Eixample, el barrio con más madera. Artistas que construyen instalaciones efímeras con las cajoneras abandonadas. ¿Lo peor? Los cristales, cuando se los dejan mal embalados, en cajas que no aguantan el peso. La crisis, que se nota en las basuras: menos cacharros caseros, más locales que se vacían.

«Si les ha dado por vaciar un piso entero, cargamos el camión en una sola parada», explica Melanie, la melena recogida en una coleta felina. Ida a Gavà con los bártulos y vuelta al trabajo: cada camión hace unos tres viajes por noche.

A la una de la madrugada, parada y fonda en un bar de la calle de Mallorca para recobrar fuerzas. Bocata, Coca-cola, cortado y a seguir hasta las cinco de la mañana, sin música en el camión porque se le ha fundido la radio. Llegarán a casa a eso de las siete, cuando ya claree y se anuncie otro día con sus armarios viejos y sus afanes. Con un retazo de vida que se esfuma para seguir viviendo.