CONSECUENCIAS DE UN HOMICIDIO EN EL PORT OLÍMPIC

Lucha de clanes gitanos en la Mina por el asesinato de un baltasar

La mina edificio Venus.

La mina edificio Venus. / periodico

GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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La madrugada del sábado 23 de enero fue asesinado un hombre de 28 años en una discoteca del Port Olímpic. Le clavaron una botella rota en la sala Nirvana. Cayó al suelo y no tardó en fallecer, desangrado. Era un gitano baltasar. Este clan desde entonces se retuerce de dolor y de ira.

El presunto asesino es hijo de una madre del clan de los Pelúos (parece que los llamaban ‘peludos’ por el abrigo de piel que lució uno de sus patriarcas, aunque ahora la 'd' "no debe pronunciarse") y de un padre del clan de los Zorros (un apelativo ganado por la astucia de un antepasado). La noticia de que un gitano (mitad pelúo y mitad zorro) había dado muerte a un baltasar voló esa misma noche hasta todos los domicilios de ambos clanes. Centenares de pelúos y de zorros saltaron de la cama sin dudarlo, se montaron en el coche y huyeron.

El domingo 24, cuando amaneció, ya se habían esfumado de la Mina (Sant Adrià de Besòs) y de San Roque (Badalona) todos los pelúos y los zorros más cercanos al sospechoso. Pero aquella primera espantada fue solo el capítulo inicial de su retirada de Catalunya. La totalidad de los Pelúos y de los Zorros comprendieron que la cólera de los Baltasares no haría distinciones y el miércoles, cuando terminaron los festejos fúnebres -durante los que se intenta contener cualquier venganza-, la cifra de fugitivos ya estaba entre las 300 y las 500 personas. ¿Por qué huyeron sin dudarlo?

RESPETADOS

El clan de los Baltasares es uno de los más respetados y temidos de la comunidad gitana. Sus integrantes tienen fama de “bravos” y sobre varios de ellos pesan historias violentas. Se cree que reciben este nombre porque unos de sus ancianos más ilustres se llamó Baltasar. Viven distribuidos entre los barrios barceloneses del Baró de Viver y del Bon Pastor, y los edificios de Santa Coloma de Gramenet más próximos a estos conjuntos de casas baratas levantados durante la década de 1920. 

Algunos se casaron con miembros de los Manolos y de los Mulatos (sobrenombre que reciben los Jodorovich), dos familias que han sufrido incontables operaciones policiales antidroga -la más reciente, este lunes-. Estas bodas sellaron una entente entre los tres clanes más poderosos que les ha conferido una autoridad, sencillamente, incontestable. Si no hay quien les tosa, ¿qué puede ocurrir si matan a uno de los suyos? 

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Hasta aquí los hechos. A partir de ahora, el peso de su leyenda. Desde el crimen del Port Olímpic, la Mina duerme cada noche con un ojo abierto por si llegan los Baltasares. Aunque no se habla de otra cosa, oficialmente nadie quiere airear el tema. Ni el Consejo Gitano, ni las asociaciones de vecinos, ni los Mossos d’Esquadra. Un terreno abonado para los rumores, que circulan aseverando que se han cobrado una primera víctima -un apuñalado de gravedad- o han quemado el interior de los domicilios abandonados. A la policía catalana no le consta que la venganza de los Baltasares haya comenzado. No existe ni una sola represalia confirmada.

LOS CAFELETES

Entre los gitanos que llegaron a la Mina procedentes de barrios de chabolas regados por las aguas negras de Barcelona y pisoteados a menudo por la policía franquista, abundan dos apellidos: Amaya y Flores. Son muchísimos, tienen fama de reposados y se autodenominan Cafeletes (posiblemente porque lo que más les gusta “es reunirse para tomar café y charlar”). Esta mayoría silenciosa, sin las credenciales fogosas de Baltasares o Pelúos, sufren este estado de alarma subyacente, que ha cerrado comercios y ha provocado que algunos padres mantengan a sus hijos lejos de las clases.

Pisan la calle “tratando de recobrar la normalidad”, actuando “como si todo anduviera bien”, describen algunos de los profesionales que prestan servicios sociales en la comunidad. Estos trabajadores notan “la calma tensa” pero topan contra un "hermetismo" que hace difícil saber exactamente qué les preocupa.   

JUSTICIA GITANA

Los Mossos tejieron un dispositivo que protegiera el barrio de la furia de los Baltasares y sus investigadores se emplearon a fondo para capturar al presunto asesino antes que los familiares del muerto. Lo lograron el viernes pasado en Bilbao. Pero que el sospechoso ya esté encarcelado “no significa absolutamente nada”. La justicia gitana seguirá su curso.

“Un muerto se paga con otro muerto, así de sencillo”, cuenta un gitano sin dejar de enjuagar jabón acumulado sobre el parabrisas de su coche. Las normas de este pueblo, “de transmisión oral”, no admiten ningún tipo de mediación cuando hay “un cadáver sobre la mesa”. El Consejo Gitano, que cuenta con un representante de los Baltasares, de momento no puede abordar el caso, solo esperar y dejar “que se enfríe”. Si eso sucede, el diálogo de los patriarcas sí servirá para negociar una fecha de regreso para los pelúos y los zorros que no guarden parentesco directo con el asesino. Pero ni los padres, ni los hermanos, ni los hijos, ni los primos hermanos podrán recuperar su antigua vida. “Jamás”. Difícilmente los irán a buscar adonde se han refugiado, pero si vuelven los estarán esperando.  

Mientras baja la temperatura, y aunque los Cafeletes no tengan otra cosa en su cabeza cuando se reúnen para tomar café, en la Mina se maldice en silencio una riña de discoteca que dejó un muerto, centenares de desterrados y un barrio con las piernas temblando. 

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