a pie de calle

Los retos de la urbe global

Un transportista descarga botellas de agua frente a una carnicería árabe en la calle del Roser, el lunes.

Un transportista descarga botellas de agua frente a una carnicería árabe en la calle del Roser, el lunes.

CATALINA GAYÀ

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En estos días que en Barcelona se ha debatido sobre el futuro de las ciudades en una cumbre que ha reunido a 280 expertos, leo en la web del ayuntamiento que Barcelona es la sexta área urbana más poblada de la Unión Europea. En el 2009, ocupó el cuarto lugar como ciudad de negocios. Además, es la cuarta urbe más visitada de Europa y la decimocuarta «más habitable».

Hace tiempo que las ciudades han «triunfado», en palabras del economista y urbanistaEdward Glaeser,como modelo de organización. Más de la mitad de la población mundial vive en ellas. En el 2011,Glaeser, que también ha participado en la cumbre, publicó su obra maestra,El triunfo de las ciudades.Desde el subtítulo, se argumenta: «Las ciudades son un gran invento que nos hace más ricos, más inteligentes, más verdes, más sanos y más felices».

En el simposio, el discurso casi unánime ha sido que el proceso de urbanizar el territorio debe continuar. Hay retos: la eficiencia ambiental y la equidad social. Busco una calle que en 100 números concentre un gran variedad de comunidades para entender qué es una «urbe global» al norte del Mediterráneo.Voy al Poble Sec porque el barrio es el que ha vivido el proceso más reciente degentrificación: el barrio está de moda porque los alquileres, hasta ahora asequibles, han atraído a una población joven que ha abierto nuevos negocios.

La calle del Roser vive en los márgenes de la peatonal calle de Blai. Hay negocios de chinos, ecuatorianos, dominicanos, colombianos, indios, catalanes, italianos, bangladesís, gallegobrasileños, ucranianos y paquistanís. Entro a un supermercado ucraniano que se llama Mist, que significapuentes.Inna,la chica que atiende, es de Ucrania y, dice, llegó a Barcelona «buscando una vida mejor». Asegura haberla encontrado. Entra una señora rusa. «También vienen catalanes», aclaraInna. Hay un tablón de anuncios con papeles en cirílico.Inna los traduce: se busca trabajo, hay quien necesita habitación y hay quien se ofrece como instalador de parabólicas, un cordón umbilical posmoderno con el pasado. Es solo una parada.

Unos metros más arriba hay un restaurante gallego que, además, ofrece comida brasileña.José Luis Campano, camarero con tablas, explica que pese a la diversidad, «cada país frecuenta sus negocios». ¿Por qué hay comida brasileña? «La mujer del jefe es brasileña», dice. Sale la mujer y explica en portugués que en esta Barcelona de ahora la gente se mezcla más que antes, pero no tanto como en Brasil.

Enfrente hay un supermercado de una familia de Bangladesh. Entro y, quizá sea casualidad, pero casi todos los clientes son asiáticos. Asumo que es azar, pero lo mismo me sucede en uno de los locutorios. Regentado por latinos, hay colombianos, dominicanos y ecuatorianos. La ciudad atrae a personas que buscan mejorar su vida, pero en el día a día muchos reproducen la vida que dejaron atrás. Pasa un grupo de niños que salen de la escuela: son de todos lados. Se despiden en catalán.