Los niños de la cola se instalan en el corazón comercial de Barcelona

icoy36031793 cola161028183826

icoy36031793 cola161028183826 / periodico

GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Sentados en un escalón de la tienda de Apple en la plaza de Catalunya, en el corazón comercial de Barcelona, ajenos a todo lo que les rodea. El resto del mundo no va con ellos. Uno saca una bolsa de plástico e inhala los vapores tóxicos de un disolvente, probablemente pegamento. Los transeúntes que se dan cuenta tuercen el gesto sin dejar de andar. Sus amigos, ni se inmutan.

-¿Por qué venís aquí?

-Porque hay wifi gratis... y porque hay chicas.

Esta multinacional de dispositivos móviles que deslumbra al mundo consumista también atrae a los niños de la colaniños de la cola, que para intentar socializar en un núcleo de la Barcelona de postal abandonan sus plazas habituales en Ciutat Vella. Se trata de menores marroquís que llegan solos a Barcelona con 12, 13, 14 años. Tenían tantas ganas de huir de Tánger (Marruecos) que en la mayoría de los casos para lograrlo se escondieron en el chasis de un camión -en el mismo hueco en el que los conductores locales solo temen descubrir a un gato-. Llevan más de un año poniendo contra las cuerdas a las autoridades catalanas. No tienen familia aquí y están bajo tutela de la Direcció General de la Infància i l’Adolescència (DGAIA), que se revela incapaz de controlarlos.

Sobre el papel, viven en centros de acogida de Barcelona, de Manresa o de las comarcas del Vallès, como el del Castell de Can Taiò en Santa Perpètua de Mogoda, y están escolarizados. En realidad, duermen en colchones que esconden dentro del parque de la Ciutadella, del huerto urbano del Forat de la Vergonya, del terreno abandonado de una finca en construcción u ocupando una casa desahuciada. Y rara vez pisan la escuela. Se pasan el día merodeando por la calle, inhalando cola. Hacen un cucurucho con una bolsa de plástico y ponen un poco de pegamento en el fondo, después sumergen su rostro y respiran. La intoxicación es masiva y fugaz, lo que obliga a repetir la acción continuamente. Sus efectos son alucinógenos y sus consecuencias a no tan largo plazo causan daños cerebrales gravísimos e irreparables.

TAXISTAS POLICIALES

En los aledaños de la tienda de Apple aparentemente se mezclan con la subcultura juvenil de los 'swaggers', jóvenes urbanos que se reúnen en las grandes superficies con zona wifi para conectarse con el mundo sin que lo note su bolsillo. Aunque hasta aquí llegan las similitudes. Porque casi diariamente, agentes uniformados de la Guardia Urbana y de los Mossos d’Esquadra los someten a registros. Este jueves por la noche, los primeros se encargan de los menores que han sorprendido en el exterior. Los segundos bajan a la estación del metro e interceptan a otro grupo que ha tratado de huir por los túneles del tren suburbano.

Se quitan las chaquetas, vacían los bolsillos y aguantan la mirada al policía que tienen enfrente. Uno incluso lo desafía verbalmente: “Voy colgado, no me toques o peleamos”. A los pocos minutos se deshace el control y se van cada uno por su lado. Antes de alejarse, se despide con aspavientos de los brazos. Su compañero -el que va “colgado”- no dice nada porque camina con tanta dificultad que opta por concentrarse en poner un pie delante del otro.

PELEAS Y ROBOS

Fuentes de la Guardia Urbana explican que, al tratarse de menores, todo cuanto pueden hacer -aunque los sorprendan in fraganti hurtando bolsos o teléfonos móviles, a menudo a los turistas- es llevarlos hasta su centro de acogida. “Sus tutores rara vez pueden venirlos a buscar y sabemos de sobras que en el mejor de los casos pasarán allí la noche y regresarán al día siguiente a las calles de Ciutat Vella”, explican. Fuentes de los Mossos d’Esquadra coinciden con esta apreciación y aclaran que es la Oficina d’Atenció al Menor (OAM) del cuerpo catalán el órgano que centraliza cualquier intervención que afecta a estos menores.

Ambas policías reconocen que el de los niños de la cola es un fenómeno que inquieta porque protagonizan peleas robos y porque en los últimos meses la cifra de este colectivo, lejos de reducirse, se ha ido incrementando. Una educadora del barrio de la Ribera, que trabaja con ellos pero no quiere revelar su nombre, calcula que son entre 30 y 50. Critica que las administraciones no se están tomando en serio el problema y que sigan faltando medidas reales para “desintoxicarlos” y para “integrarlos” en la sociedad catalana.

Sobre las nueve de la noche, tras el registro en la tienda Apple, regresan a la plaza del Forat de la Vergonya, para desesperación de los vecinos y comerciantes de la zona, que conviven con ellos a todas horas, menos cuando se van a las puertas de la sede barcelonesa del negocio que levantó Steve Jobs