turismo sobre ruedas
Los autos locos
El turismo sobre ruedas crece en Barcelona con todo tipo de ingenios, a motor o a pedales, aunque no siempre dentro de los cauces de la legalidad
Hay un refrán estupendo para zanjar graciosamente una discusión cuando los argumentos se sitúan ya junto a los acantilados del absurdo: «...y si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta». El juego de palabras viene al caso porque en Barcelona, si tiene ruedas, es que será un turista, pues el catálogo de ingenios mecánicos, con o sin motor, con el que se desplazan los visitantes por la ciudad va en aumento. También lo hacen muchos barceloneses, pero sin exotismos. Van en la bicicleta convencional. Lo sorprendente, por la variedad, son los trixis, tándems, motocarros, segways, quads a pedales y otro tipo de inventos del tebeo que ocupan las aceras y las calzadas de la ciudad, y además dentro y fuera de la ley, porque a la que se intenta descubrir qué normativa regula su uso, llega la sorpresa.
Barcelona se ha distinguido durante años por la regulación quisquillosa. Ahí están, por ejemplo, las semanas del 2010 que le dedicaron los partidos del consistorio municipal a debatir si se podía o no andar desnudo por las calles de la ciudad. Nada de sin camiseta, nada, el debate era si ir en pelotas era un derecho o una ofensa. Ganó el no. Con ese antecedente no sorprende, por ejemplo, que a las empresas que alquilan el segway en Barcelona se les impusieran unas normas de uso que si no son castas, si que son como mínimo muy severas. Siempre con casco, siempre con guía y solo en una zona muy reducida de la trama urbana.
Lo extraño, entonces, es la indiferencia con la que las autoridades municipales se toman la broma de los patinetes eléctricos. Las especificaciones técnicas de los fabricantes ya advierten de que pueden circular a una velocidad máxima de 45 kilómetros por hora, lo cual es una burrada en cualquier acera o calle peatonal, pero las fuentes consultadas en el Ayuntamiento de Barcelona explican que ese tipo de ingenios mecánicos están en un limbo normativo que permite su uso. Se recomienda una visita a la fachada litoral de la ciudad para comprender lo absurdo de esa laxitud administrativa.
En otros barrios su uso es testimonial, de acuerdo, pero para eso están los motocarros, para cubrir esa cuota del disparate. Circulan por la calzada (bien), los pasajeros llevan casco (requetebién), pero el petardeo del motor obliga a que la megafonía que incorporan los vehículos como audioguía sea excesivamente audible a su alrededor.
PEDALEO FURTIVO / No obstante, nada es comparable al increíble caso de la bicibar, que en esta carrera de los autos locos merecería el título del Super Perrari que conducía Pierre Nodoyuna. Esos artilugios están expresamente prohibidos, pero incluso así circulan furtivamente. Esa es, en cualquier caso, una historia que merece una pieza aparte, que ahí está, en los bajos de esta página.
La cuestión, en definitiva, es que Barcelona, una urbe de dimensiones perfectas para ir a pie, va camino de convertirse en una de las capitales mediterráneas de la locomoción sobre dos y tres ruedas y fuerza en los muslos. En esa metamorfosis los turistas ponen la nota de color (hay que verles cómo intentan llegar al parque Güell en bicicleta desde la Sagrada Família, pobrecitos) y los barceloneses ponen el resto, que no es poco. Según datos del servicio municipal de estadística, en un día laborable convencional se realizan unos 140.000 viajes en bicicleta, de ellos, una tercera parte a bordo del Bicing, servicio pendiente de toda una revolución con la introducción de unidades eléctricas.
Para todo este pandemónium, la ciudad cuenta con un total de 104 kilómetros de carriles reservados para las dos ruedas. No está mal. Resulta curioso, por lo tanto, que prácticamente todas la fotos que ilustran este reportaje hayan sido captadas fuera del carril bici.
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