Los años salvajes de la Modelo

Hacinamiento, violencia, heroína y sida hicieron de los 80 una etapa negra en la cárcel del Eixample, que cerrará en junio

La policía sofoca un motín en la cárcell Modelo en 1983.

La policía sofoca un motín en la cárcell Modelo en 1983. / periodico

RAMÓN VENDRELL / BARCELONA

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-¿Nos sentamos en la terraza o tendremos frío?

-Yo ya he pasado todo el frío del mundo.

Francisco, así le llamaremos, ha pasado todo el frío del mundo durante las tres largas condenas que ha cumplido principalmente en la Modelo. La primera vez que estuvo en la cárcel barcelonesa fue de 1981 a 1988. “Era una selva pero con hombres en vez de animales -dice-. Hoy en una prisión puede haber algún cuchillo. En la Modelo de los 80 había casi más cuchillos, destornilladores, hachas y objetos contundentes que internos. Cuando los funcionarios hacían requisa ponían cuatro o cinco cubos de basura de tamaño industrial en la galería. Acababan llenos de todo tipo de armas. En una semana volvía a haber las mismas o más”.

La situación, resume Francisco, era de “desgobierno absoluto”. “Para empezar, la única atención que tenías cuando llegabas era la de un capellán, y yo soy ateo”, señala. Ni rastro de psicólogos, educadores, criminólogos… Tampoco había ningún programa de redención ni actividades. A lo sumo podías conseguir una de las contadas plazas en talleres. Con sueldo de miseria y sin cotizar a la Seguridad Social. Para continuar, “el escuálido reglamento que había, estrictamente normativo y sancionador, no se aplicaba”, entre otras cosas porque el número de funcionarios era a todas luces insuficiente para una población reclusa disparatada (2.223 presos en 1987, cuando el penal fue inaugurado en 1904 con una capacidad prevista de 675 plazas) y envalentonada. 

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Toma la palabra Antonio Doñate, juez de vigilancia penitenciaria para las cárceles de Catalunya desde 1982 hasta 1986: “La situación en la Modelo era lamentable. Era heredera de lo peor de las prisiones de la dictadura franquista y todavía no se habían establecido las estructuras ni tenía los medios personales y materiales que permitiesen hacer realidad el fin educativo y resocializador de las penas privativas de libertad recogido en el artículo 25 de la Constitución”. 

En esa jungla había dos opciones: “Rehuir o enfrentar los problemas que seguro que ibas a tener con otros internos -ilustra Manuel-. He visto a amigos míos morir y matar por elegir la segunda opción. Los que mataron, pagaron con más condena”.

CICATRICES Y TATUAJES

Daniel Rojo, más conocido como Dani el Rojo, atracador de altos vuelos y buena familia, fue reo en la Modelo de 1981 a 1983, de 1984 a 1989 y de 1991 a 1993. Tenía 19 años cuando entró por primera vez. “Empecé a ver a tíos en pantalón corto y descamisados, con cicatrices y tatuajes. Todo era muy macabro”, cuenta.

La mayoría de edad se situaba todavía en los 21 años, de modo que tras pasar cinco días en periodo, en la segunda galería, donde para no ser un “paria” siguió una huelga de hambre (“solo agua y caramelos”, dice) convocada por lo que quedaba de la Coordinadora de Presos en Lucha (Copel), fue llevado a la primera galería, la de “jóvenes”. “Estaba siempre cerrada. No para que no entraran los mayores sino para que no salieran los menores. Eran salvajes”, recuerda.

Doñate certifica que no exagera: “El 27 de agosto de 1984 había en la primera galería 96 jóvenes. De ellos, 66 estaban en el régimen de protección previsto en el reglamento penitenciario. Es decir, más de las dos terceras partes de los internos de esa galería temían por su vida o por su integridad física o querían evitar ataques a su libertad sexual o contra sus escasos bienes”.

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Al inflamable combinado de hacinamiento, nada que hacer y ley del más fuerte se añadió la heroína. No existen datos oficiales pero sí estimaciones del Ministerio de Sanidad del número de muertes que el caballo causó en España desde 1983. Ese año ya fueron 266. La cifra no paró de crecer hasta tocar techo en 1991 con 1.833 fallecidos por sobredosis. Lo más parecido que existe a una estadística del consumo de jaco en la Modelo en aquellos tiempos es un informe de 1983 del Departamento de Higiene de la Facultad de Medicina de la Universitat Autònoma de Barcelona que señalaba que era aplicable al centro la regla del 33%: el 33% de los internos se drogaban; de este 33%, el 33% sufrían dependencia psíquica; y de este 33%, el 33% presentaban dependencia orgánica. “Y pese a ello no existía ningún espacio aislado del resto donde los toxicómanos pudieran ser tratados”, apostilla Doñate. En cualquier caso, la crisis de la heroína no había hecho más que empezar.

MIL MANERAS DE ENTRAR DROGA

“La droga entraba de mil maneras -informa Rojo-. Desde los vis a vis hasta lanzada al patio indicado por encima del muro. ¿Prolongaban el muro con una reja? Se lanzaba desde un piso más alto de un edificio de enfrente. ¿Cubrían los patios con una red? Se ponían bolsas con un gramo dentro de cubitos de hielo y cuando estos se fundían caían al patio las bolsas. ¿Cubrían los patios con una red más fina? Se hacía lo mismo con bolsas de medio gramo. En la Modelo, con pocos funcionarios y poca seguridad, era imposible frenar a cientos de tíos que no pensaban en otra cosa que en drogarse”.

Y de la mano de la heroína, que incluso originó en 1984 un secuestro de funcionarios para exigirla, capitaneado por el Vaquilla, el sida. No en balde una jeringuilla era “un tesoro que se hacía durar hasta que ya no pinchaba y se compartía alegremente”, explica Rojo. En 1985 le comunicaron que tenía los anticuerpos del sida. 

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Francisco vivió un único episodio "noble" en su primera estancia en la Modelo. Fue la huelga de hambre, primero, y de brazos caídos, después, de 1983 para reclamar lo que acabaría siendo la llamada minirreforma penitenciaria. "Se paró la Modelo. Ambas eran voluntarias y las siguió la mayoría. Hubo sacrificio por nuestros derechos. Pero fíjate qué locura de cárcel: se toleraba que los presos se reunieran para organizar una huelga".

No obstante, incluso en ese momento edificante hubo violencia. Un interno que no seguía la huelga mató a uno que sí. "Se sentía fuerte en la cárcel y al parecerle que el otro le llamaba esquirol o chivato, le mató".

La Copel se fundó en 1976 en el presidio de Carabanchel y sembró las cárceles españolas de protestas en forma de motines y automutilaciones. Las condiciones de vida eran infames y había además sentimiento de agravio por las amnistías concedidas a los presos políticos tras la muerte de Franco. En 1983 ya no existía. "El delincuente tiene una moral poco gremial", sentencia un abogado que ejerce desde 1977 y prefiere mantener el anonimato. Pero quedaban reclusos que habían formado parte de ella, que tenían "cultura carcelaria", según Francisco, y que impulsaban acciones como la referida.

OLOR A QUEMADO

Nazario Luque y el fallecido Ocaña pasaron tres días en la Modelo en 1978. No por homosexuales sino porque la Guardia Urbana consideró que habían montado un escándalo a las puertas del Café de la Ópera. Entraron en la prisión después de un motín de la Copel. "Todo olía a quemado", dice Nazario, quien por lo demás pasó miedo e hizo dibujos con boli sobre cuerpos de presos para que después se los tatuaran. Uno le costó más que los otros. "Ocaña se la estaba chupando y el tío no paraba de moverse".

La Generalitat asumió las competencias sobre las prisiones catalanas en 1984. El cambio no fue ni mucho menos instantáneo en el centro del Eixample pero se inició una transformación hacia el orden y un modelo de reinserción. Con todo, en el 2006 aún había 2.066 internos, que el año pasado habían bajado a 925.