Inauguración del divertimento estrella de la Navidad barcelonesa

Lleno absoluto en el nervioso estreno de la pista de hielo

La Urbana acordonó la entrada para aislar una protesta de 20 indignados

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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El hielo está duro como una piedra. Y frío. Cada caída de culo de un niño duele, pero la de una persona mayor..., casi se oye el crujir de su pelvis. Barcelona quiso parecerse a Nueva York instalando una pista de patinaje, pero ayer, el día del estreno, quedó claro que esto no es Manhattan ni falta que hace, que aquí el sentido del ridículo está por las nubes, que nos gusta mucho más gritar y que cada vez que alguien besa el suelo helado lo que se estila es reírse, y por ende, perder el control corporal y también caer con estilo propio. El primer día fue un éxito de diversión y público (1.200 patinadores y 3.000 acompañantes), pero tuvo algunas sombras, errores de novato como la escasa señalización de accesos, una manifestación de indignados que incomodó a las familias y obligó a crear un cordón policial y, sobre todo, la caótica devolución de zapatos.

La pista de hielo generó todo tipo de suspicacias desde el momento en que se planteó el proyecto. El hecho de estar en la plaza de Catalunya, epicentro del movimiento 15-M, no ayuda. Ayer, una veintena de personas contrarias al invento se apostaron en la entrada del recinto para invitar a las familias a irse a otra parte o a unirse a su causa. «Menos Navidad, y más sanidad», o «si nosotros no podemos acampar, ellos tampoco», fue de lo más repetido. Se vivieron instantes de tensión cuando algunos niños se pusieron a llorar y las madres saltaron a la yugular de cualquiera que portara una pancarta. La Guardia Urbana -habría unos 20 agentes vigilando toda la plaza- decidió escoltar la cola de entrada para separar a unos y otros. Más que la de ir a patinar, la cara de los niños parecía la de un chiquillo que prepara la cartera el 15 de septiembre.

¿Y MIS ZAPATOS? / Hasta las nueve de la noche, la pista registró un lleno absoluto que puso a prueba todo el tejido organizativo. Los visitantes tardaban una media hora en llegar a la taquilla, donde entregaban los zapatos y recibían los patines y guantes. Hasta ahí, bien. Salir fue capítulo a parte. Por lo visto, nadie pensó que todo ese calzado debía ser clasificado para luego poder entregarlo sin confusiones. Así las cosas, cuando uno devolvía el par de patines, tenía que empezar a buscar entre pequeños cajones que contendrían unos 300 zapatos. «Esto es caótico, cualquiera entra y roba lo que le da la gana», se quejaba una mujer que no daba con las bambas negras de su hijo. La organización se dio cuenta del error y aseguró que se colocarán números para facilitar la tarea y evitar las malas caras de ayer.

Joan Romero, secretario general de la Fundació Barcelona Comerç, entidad impulsora, se felicitó del «éxito de la pista» y recordó que esta iniciativa persigue que la capital catalana «se convierta en una ciudad de compras de Navidad, como lo es Nueva York o Londres». «Esperamos que hasta el día 8 de enero vengan 100.000 personas», dijo. Mucha gente. Como rezaba el cartel de un indignado, ojo con hacerse daño, «los hospitales están cerrados».