LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

Liturgias antiguas

Sesión de fotos de unos novios en el recinto del antiguo Hospital de Sant Pau, en Barcelona.

Sesión de fotos de unos novios en el recinto del antiguo Hospital de Sant Pau, en Barcelona.

JOAN
BARRIL

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Un día oscuro, en un plató de televisión donde nos ganábamos la vida mi amigo Joan Ollé y yo haciendo curiosos montajes de poesía visual, uno de los iluminadores dijo con su acento andaluz: «¡Eso es más bonito que casarse!». Cada vez que voy a una boda pienso en aquella frase. Al fin y al cabo lo de casarse tiene su miga. Es en realidad una de las ceremonias más antiguas de la humanidad y se da en todas las civilizaciones.

Personas que deciden vivir juntas y un lugar en el que se habla constantemente del amor. Pero para que algo sea más bonito que casarse es imprescindible que haya una liturgia concreta. En el banco de atrás de una boda al aire libre converso con mosén Viñas. Los contrayentes han decidido celebrar una boda civil y, a continuación, una pequeña ceremonia religiosa. La liturgia civil no es muy distinta de la liturgia convencional. En vez de hablarse de Dios se habla del Código Civil, que es mucho más permisivo. Viñas espera su turno que va a desarrollar en una capilla cercana mientras el oficiante civil, un teniente de alcalde de Cornellà, va dando paso a los distintos momentos del acto.

Vestido con americana blanca, pantalón rosa y unos zapatos rockabilly, el representante del pueblo da paso a los comentarios de los amigos, a la música de Céline Dion bellamente cantada por un dúo femenino y nos ofrece un poema de Josep Maria de Sagarra y otro de Khalil Gibran, una bella composición extraída de su poemario El profeta. Al final la concurrencia se pone en pie y canta una conocida pieza de Lluís Llach. Mosén Viñas me recuerda que hace años él y otros curas católicos insistieron a las autoridades civiles que hicieran ceremonias bellas y emocionantes, porque una boda no podía ser un simple trámite burocrático. Desde entonces alcaldes, concejales y jueces de paz se han esmerado en el objetivo de que un enlace acabara comprimiendo el cogote de los amigos y familiares hasta que se humedecieran los ojos. Dentro de la capilla el violinista checo Stefan Stepanek y una bella voz acometieron el Ave María de Schubert, que es la música que une los sentimientos íntimos y trascendentes de toda Europa. El paisaje, con el mar al fondo, nos recordaba que el objetivo estaba cumplido y que casarse era una ceremonia bonita y sincera.

Los rituales forman parte de la sociedad. Tanto en los tanatorios como en los nacimientos, en las bodas o en los actos académicos que dan razón de ser a los nuevos licenciados. Parece como si la gente necesitara este tipo de acuerdos tácitos entre amigos y contrayentes y que cada cual piense en la felicidad, la de los novios y también la propia. Probablemente es el resultado de un mundo voluble que se ve necesitado de hacer la última fiesta adulta de su vida.

Todo es mudable y ahí donde antes había oraciones y capas pluviales, hoy la oración va por dentro y los novios suelen tocar madera para confiar en algún sortilegio que les haga perdurables. Y luego, ya se sabe, el consabido banquete, siempre excesivo tal como debía montarse en la antigüedad cuando una boda era un pretexto para saciarse en tiempos de escasez.

Los invitados se sientan como desconocidos que son en la misma mesa y acaban el pantagruélico trayecto como si fueran viajeros hermanados en la distancia del futuro. Algunos recuerdan su vida y los más brindan por la larga vida que se supone espera a los novios.

Eso y luego el baile, que conlleva la exhibición de los protagonistas y la exaltación del músculo por encima del espíritu.

De todas las ceremonias del ciclo del hombre las bodas son las más perdurables. Pequeñas novedades sobre caminos seguros. El pueblo se las ha hecho suyas y, de regreso a casa, solo queda una advocación taurina, aquella que se dicen los diestros los unos a los otros: «Que Dios reparta suerte». Pero la suerte no llega como la lluvia sino que hay que buscarla y alimentarla cada día.

En eso Mosén Viñas seguro me daría la razón.