La Barceloneta sin turistas

Pescadores en elrompeolas.

Pescadores en elrompeolas.

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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La lucha obrera y el cooperativismo en las primeras décadas del siglo XX, las redes azules de pesca sobre los adoquines, los astilleros, los baños, las vendedoras que paseaban con cestos llenos de higos, la lonja, las sesiones del cine Marina donde se podía entrar con fiambreras de comida, las mujeres limpiando ollas en las fuentes, el primer equipo de waterpolo, la fábrica de hielo, los almacenes que ocultaban la vista al puerto, los merenderos y el devastador temporal de 1911 son imágenes en blanco y negro que cobran fuerza y volumen en las 853 páginas del monumental libro La Barceloneta, recull gràfic 1870-1965confeccionado a partir de mil fotos de álbumes procedentes de 200 familias y también de archivos municipales.

En estas imágenes con olor a salitre que recorren la metamorfosis del barrio de pescadores no aparece ni un solo turista. Antes de 1965, los vecinos de la Barceloneta ni se imaginaban que en el siglo XXI saldrían una y otra vez con pancartas a la calle para protestar contra el incivismo y reclamar un cambio de modelo turístico. También, la abolición de los pisos de alquiler a inquilinos pasajeros que buscan noches de juerga y la cercanía de las playas abiertas a la ciudad, la gran herencia de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.

La Barceloneta es el barrio que más transformaciones urbanísticas y sociales ha sufrido en el siglo XX. «En los años 60, contaba con 32.000 habitantes censados. Hoy, solo hay 16.000, pero la densidad es la misma o más. La especulación de la vivienda ha provocado que gran parte de la población sea flotante (por lo que no se empadrona), y que muchos vecinos se hayan marchado a otros barrios», argumenta Andrés Antebi, antropólogo que coordina el Observatori de la Vida Quotidiana, que ha participado activamente en la contextualización de las fotografías, como las realizadas por Joan Quincoces. Todo un descubrimiento en el terreno del retrato social.

Mercè Tatjer, catedrática emértita de Didàctica de les Ciències Socials de la Universitat de Barcelona, es también coautora de la magna obra junto al historiador Francesc Caballé Pablo González, investigador especializado en patrimonio fotográfico. Tatjer especifica que los cambios sociales también han ayudado al éxodo de vecinos. «Antes vivían seis o siete personas en pisos pequeñísimos y sin ascensor. Esas familias se fueron en busca de más comodidades a la periferia de Barcelona», explica esta historiadora especializada en geografía urbana, que en 1971 destacó con su tesis La Barceloneta: del siglo XVIII al plan de la Ribera.

VIDA EN LA CALLE / «Hace unos 25 años, nadie quería ir a vivir a la Barceloneta. A la gente le daba vergüenza decir que era de allí. Era un barrio sucio e inseguro. Ahora es la guinda del pastel de Barcelona», señala Tatjer. Pero ese cambio ha dañado a su identidad. «Estamos destrozando la Barceloneta. La vida en la calle se está perdiendo. Si aguanta es por la lucha vecinal y por su capacidad de reacción contra el centro hotelero en el que se está convirtiendo», agrega.

En el prólogo del libro, Pau Caldés, rector emérito de la parroquia de Sant Miquel del Port, explica que los vecinos del barrio marinero han perdido la tranquilidad de tener las puertas de las casas abiertas y de jugar partidas de cartas en la calle las noches de verano. Las fotografías respiran ese ambiente. La actriz Loles León es una de las vecinas que ha prestado su álbum familiar. En una página, ella aparece, de niña, en La Leonesa, la churrería de sus padres en la calle de la Maquinista.

Los balcones con macetas de geranios, jaulas con periquito y sábanas tendidas son una seña de identidad que todavía perdura en algunas callejuelas cercanas al mercado, pero muchas escenas del imaginario portuario, como los merenderos y la hilera de pescadores de caña sentados en el rompeolas, desaparecieron con las reformas de 1992.

Mucho antes, la guerra civil azotó la Barceloneta, que a causa del puerto fue un objetivo militar muy codiciado por la aviación legionaria italiana. «Atacar el puerto significaba eliminar buena parte del suministro de la ciudad. Por ello fue el barrio donde cayeron más bombas, tantas que la Junta de Defensa Passiva aconsejó la evacuación de la población», recuerdan los autores del libro. Los bombardeos destruyeron el mercado, la plaza de toros el Torín, el pavimento del muelle y muchísimas viviendas. En este apartado destacan las fotografías de Pérez de Rozas, sobre todo una en la que en marzo de 1937 el vecindario contempla con ojos llorosos las ruinas de una demolición.

La lucha vecinal cobra especial interés en las manifestaciones de los años 70 contra el Pla de la Ribera, que no llegó a ejecutarse pero, según los autores, fue «la semilla» de las grandes transformaciones del barrio en la década de los 80 en plena Barcelona preolímpica. «Entre las primeras protestas cabe destacar la reivindicación para que la Maquinista fuera para el barrio, la lucha contra el tren de mercancías y también contra el peligrosidad de las instalaciones de gas», enumeran los historiadores.