BARCELONEANDO

La libertad de caminar

Jordi Corominas reivindica la figura del 'flâneur', el paseante mirón y detective

Jordi Corominas, en la plaza de Rovira i Trias, en Gràcia.

Jordi Corominas, en la plaza de Rovira i Trias, en Gràcia. / periodico

Olga Merino

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Gràcia, su barrio de cabecera, está patas arriba por obras, y las terrazas de la plaza de Rovira i Trias, donde suele apurar alguna noche con la última San Miguel comprada a los pakis, soportan el estruendo infernal de un martillo hidráulico Caterpillar. Habíamos quedado allí, pero como el ruido obliga a hablar a voz en grito, nos encaminamos hacia la Virreina a zancadas largas, las de Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979), un escritor que ha articulado buena parte de su obra en torno al hecho de caminar.

De eso va también su más reciente obra, del concepto de paseo, de un andar para pensar y para reencontrarse uno con su mismidad. Durante nueve días, a finales de 2014, el autor se pateó las calles de París y Florencia con la idea de contar luego lo que hubiera visto, y de aquella experiencia, mezclando géneros, memoria e imaginación, surgió 'El último libro de la vieja Europa' (Sílex). La portada avisa: aparecen unas piernas y unas bambas muy caminadoras.

Lo que reivindica es un pasear a la francesa, un vagar sin rumbo ni objetivo, dejándose llevar por cuanto salga al paso, en plan 'flâneur' posmoderno, ese paseante en el anonimato que tiene un poco de espía, una pizca de mirón y otro tanto de detective de cuanto sucede en la ciudad. Algo también de dandi, que a Corominas se le delata cuando llegan los fríos y saca del armario el abrigo largo de paño y las bufandas surrealistas.

Aca de publicar 'El último libro de la vieja Europa', sobre sus caminatas en París y Florencia

En uno de esos nueve días del viaje, el autor echó a andar desde la basílica del Sacré-Coeur, en Montmartre, y camina que caminarás, cuando quiso darse cuenta, se había plantado frente a la torre Eiffel, con 14 kilómetros recorridos en las suelas. ¡Ah, París, París! Corominas iba olisqueando la estela de sus viejas devociones: André Gide, Cocteau y, por supuesto, Erik Satie, el compositor que siempre salía de casa con paraguas para sentirse menos solo.

De hecho, si El último libro… tuviese banda sonora, esta serían sus Gymnopédies, pero el autor, cuando pasea, lo hace sin música y ligero de equipaje; ni siquiera lleva libreta para tomar notas. Se trata de absorberlo todo y comprender cómo ha cambiado uno mismo en la ciudad revisitada porque el yo nunca es igual. Por eso, los paseantes de verdad lo hacen en soledad. Decía Robert L. Stevenson que el alma de una caminata es la libertad, “la libertad de pensar, sentir y hacer exactamente lo que uno quiera”. Se sale a pasear porque se anhela un poco de espacio para respirar.

Se da la circunstancia de que, al poco de regresar de aquel viaje que desembocó en libro, se produjo el atentado contra la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, que fue el preludio de la oleada populista-demagógica que sobrevino después: Trump, el Brexit y otras hierbas de la flora autóctona que siguen trepando la tapia. Hasta hace bien poco se podía pasear por el mundo sin banderas.

Asegura que Barcelona es ciudad de balcones, para ser mirada hacia arriba

Corominas ha trotado mucho también por la cuadrícula barcelonesa, caminatas kilométricas, de Sarrià al Poblenou, desde L’Hospitalet hasta el Guinardó, el barrio donde habita, y se encuentra ultimando un libro en catalán sobre sus paseos locales, que titulará Paràgrafs de Barcelona. Paseos erráticos, impresionistas, nada lineales, donde una vidriera lleva a otra en la punta opuesta de la ciudad. Como en el juego de la oca.

Asegura el autor que esta es una ciudad para ser mirada hacia arriba, porque a cada paso se descubre un nuevo medallón, otra cornisa, una Virgen. También aquí los balcones han desarrollado un lenguaje propio, y recuerda lo que a propósito dijo Josep Pla: “A l’Eixample hi ha molts balcons però ningú hi surt; en canvi, als barris que foren pobles la gent els empra perquè a fora veuen el que no tenen a casa”. Más o menos; si uno se apropia de un fragmento o lo fagocita, es para mejorarlo. Últimamente, Corominas ha descubierto muchos demonios en las puertas capitalinas; quién sabe por qué.