Gente corriente

Laura de Andrés: "El barrio se deshacía como un terrón de azúcar"

Periodista. Ha estudiado a fondo la aluminosis en el Turó de la Peira. Hace justo 25 años que estalló el caso.

«El barrio se deshacía como un terrón de azúcar»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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El 11 de noviembre de 1990 —el miércoles hará 25 años—, se  produjo el hundimiento del inmueble situado en el número 33 de la calle del Cadí: un mujer falleció y otras dos personas resultaron heridas. Laura de Andrés Creus (Barcelona, 1978) tiene todas las claves de aquel nefasto episodio y las divulga en  Vides apuntalades (Editorial UOC).

—¿Por qué se vino abajo el edificio?

—Tras un fin de semana de lluvias cuantiosas, los forjados de las puertas cuartas cedieron. Las viguetas presentaban alambres muy deteriorados. El cemento aluminoso con que se había construido el inmueble en los años 50 ya no aguantó más.

—En breve, ¿qué es el cemento aluminoso?

—Un cemento de endurecimiento ultrarrápido. En las primeras 24 horas se conseguía  la resistencia que el portland obtenía a los 28 días.  Pese a tener un precio más elevado, las ventajas eran entonces indiscutibles.

—Francia limitó mucho su empleo en 1943. ¿Por qué siguió usándose aquí?

—Porque en España vivíamos en una dictadura y en un ostracismo sin parangón. Y, además, porque había una necesidad imperiosa de crear vivienda, sobre todo en Barcelona y alredores, donde muchísimas personas malvivían en barracas o realquiladas.

—¿Cuántos edificios tienen aluminosis?

—Según un estudio encargado después de la tragedia, más de la mitad de las viviendas construidas en Catalunya entre 1950 y 1970; es decir, unas 467.000 fueron edificadas parcial o totalmente con vigas aluminosas. En el Turó, 4.000 viviendas de las 5.000 construidas; el barrio se deshacía como un terrón de azúcar.

—El constructor salió de rositas. ¿Cómo? 

—El juez dictamina que no encuentra indicios racionales de criminalidad. También concluye que no se le pueden pedir responsabilidades después de tantos años si nadie había ejecutado acciones legales contra él con anterioridad.

—Román Sanahuja Bosch, que así se llamaba, se tenía como un benefactor. 

—¡Es que él había creado de la nada el barrio del Turó de la Peira! Así lo creía; por eso nunca llegó a entender que los vecinos lo repudiaran y tildaran de asesino.

—También se zafó Cementos Molins.

—Era el único fabricante de cemento aluminoso del Estado, y alegó que su marca (Electroland) era legal en ese momento.

—Caso sobreseído. ¿Se hizo justicia? 

—Para los vecinos, nunca. La mayor pena que recae sobre los damnificados es que nadie pagara condena.

—Ayer los constructores, hoy los banqueros de la burbuja. ¿La misma ralea?

—Como en todas partes, hay gente que hace las cosas bien y gente que las hace mal. Y entre estos últimos, están los que las hacen mal por ignorancia y quienes saben a conciencia qué están haciendo.

—De los testimonios recabados para el reportaje, ¿cuál le ha impactado más? 

—Diversos. Sobre todo aquella gente que te cuenta que vino del pueblo con lo puesto, se forjó un futuro, humilde pero futuro, y que cuando ya estaban por jubilarse se vieron obligados a empezar de cero.

—Ha dedicado otras investigaciones al hambre y al barraquismo.  

—En cierta manera, son distintas caras de una misma moneda, y una cosa lleva a la otra. Lo que he querido explicar es el sufrimiento de los perdedores en una posguerra larguísima y cruel.

—¿Por qué un libro reportaje?

—Es el género en el que me siento cómoda. Es mi manera de entender la profesión, de poner voz a las historias silenciadas con el máximo rigor. ¿No se trata de eso?