Las fiestas de Gràcia, 200 años de religión, bombas y botellón

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CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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De las faldas a ras de suelo a los minúsculos 'shorts'. De las misas campestres a los irreverentes dj's. De los carruajes a las vespas. Del baile del 'fanalet' a los pogos saltarines al ritmo de 'Sarri, Sarri'. Del aguardiente, las limonadas y los refrescos volados a las cañas en vasos de plástico. De las maracas a los altavoces a todo trapo. De las placas de cristal fotográficas a los palos selfi. De pasear sin empujones por las calles engalanadas a hacer cola para contemplarlas. De las sardanas al botellón. De las vendedoras de cerillas a los lateros. De la tradición floclórica, que sigue viva, a las tendencias más indies. Del siglo XIX al XXI... La fiesta mayor de Gràcia, que este martes inicia los actos conmemorativos, alcanza este año su bicentenario siendo el espejo de las mutaciones sociales de Barcelona.

Su génesis está íntimamente vinculada a la urbanización de una villa de origen rural, de ahí su mapa irregular con callecitas y pequeñas plazas. La primera referencia documentada de esta celebración se remonta a 1817, cuando se organizaban cantos, misas y comidas campestres ante la masía de Can Trilla, adosada a una capilla, en honor de la Mare de Déu d’Agost. La fiesta creció a lo largo de la segunda década del siglo XIX cuando comenzó a emprender un camino cada vez más alejado de los actos religiosos. En ese momento empezó a estar en manos de entidades cívicas y asociaciones vecinales que han convertido a este barrio en uno de los más reivindicativos de la ciudad.

SIN LÍMITE HORARIO HASTA LOS 80

Según datos del Ayuntamiento de Barcelona, el censo de 1828 la villa registraba poco más de 3.000 habitantes, pero en 1875 ya alcanzaba los 62.000. Fue en 1897 cuando Gràcia se anexionó definitivamente a Barcelona, a quien ya la unía el señorial paseo de Gràcia. Su fiesta mayor, en cierto sentido, siempre ha sido transgresora. "Hasta la década de los 80 no tuvo limitación horaria. Antes de que las murallas se derribaran, hacia la mitad del siglo XIX, no se cerraban las puertas de la Rambla en toda la noche para que los barceloneses pudieran volver de las fiestas a la hora que quisieran. No había la seguridad de hoy. Las cuchilladas y pedradas eran habituales. Ahora es gloria comparada con otras épocas", señala Josep Fornés, antropólogo y patrón de la Fundació Festa Major de Gràcia.

Desde el 2010, el distrito de Gràcia potencia especialmente el ocio familiar en la franja diurna y limita aún más los horarios de sus fiestas, que se acortan hasta las 2 de la madrugada entremedio de semana, y hasta las 3.30 los viernes y sábados. A la hora del cierre es habitual ver furgonetas de los Mossos d'Esquadra controlando el desalojo a pie de calle para impedir actos vandálicos y velar por el descanso vecinal.

Josep Maria Contel, del Taller d'Història de Gràcia, recuerda que, al menos, en tres ocasiones no se han podido celebrar las fiestas. "En 1854 por culpa de la epidemia de cólera; en 1909 después de la Semana Trágica y de 1936 al 38, a causa de la guerra civil. Y en 1921, tras el Desastre de Annual [la guerra de Marruecos acabó con la vida de 4.000 españoles], se redujeron al mínimo porque allí fallecieron vecinos del barrio", enumera el fotógrafo y especialista de la fiesta mayor de Gràcia. También en 1896 los vecinos de la parte más cercana al mar se plantaron y decicieron suspender las celebraciones porque había vecinos que tenían padres e hijos luchando en la guerra de la Independencia de Cuba, la tercera y última contienda por la independencia de los cubanos contra el dominio español.

Fornés agrega que durante la contienda contra el ejército franquista el presupuesto de las fiestas se destinó a "excavar refugios antiáereos", como el del búnker antiaéreo 202 de la plaza del Diamant. Durante la dictadura la fiesta volvió. "Pero se prohibió la impresión de carteles en catalán", lamenta el antropólogo y director del Museu Etnològic de Barcelona. Meses antes de la muerte de Franco, un concierto de Raimon en la plaza del Sol terminó en agosto de 1975 con 27 detenidos por vender 'senyeres' con la petición 'Pena de mort no'.

TERRITORIO SONORO

La Unió Solar era un colectivo que entre 1984 y 1986 programó los conciertos de las plazas del Raspall y del Sol. "En ese momento se produjo la modernización de las fiestas después de la Transición", argumenta Víctor Nubla, que se autodefine como índígena. "Uno de los pocos que queda", bromea uno de los fundadores de Unió Solar y también de Gràcia Territori Sonor.

Nubla destaca los grandes momentos vividos desde entonces: "Una de las primeros 'Accions' de la Fura dels Baus en Barcelona fue en 1985 en la plaza del Raspall. Le siguieron la Bel Canto Orchestra de Pascal Comelade, que debutó en la ciudad en 1986 justo en la plaza del Sol, la actuación de Sora (Sol Rojo de África) en la plaza del Raspall en 1999, la de Ashwini Bhide Deshpande en el Oratori de Sant Felip Neri, la del grupo marroquí The Master Musicians of Jajouka en el 2004, en colaboración con el Fòrum de les Cultures, y la de Mushka, en la plaza del Diamant, tres años después".

Fornès y Nubla coinciden que la fiesta mayor comenzó a masificarse a principios de los 90, justo antes de la Barcelona olímpica. "Barcelona se posicionó en el mapa internacional y empezaron a salir reseñas de las fiestas en las guías turísticas", indica el pionero de la Unió Solar.

La periodista Imma Sust declaró el año pasado como pregonera de las fiestas "la independencia" de Gràcia y reclamó a Ada Colau, "la alcaldesa del pueblo de al lado", un tren directo de la plaza Catalunya al parque Güell "para ahorrarnos a los turistas". Cada verano, Gràcia se transforma en una torre de Babel sobrepoblada. Aunque llueva, los barceloneses y los turistas acuden masivamente a las fiestas atraídos por el bullicio y el desenfado, por los bares y bailes abiertos hasta la madrugada y por la singularidad de sus calles. El alcohol, la música y el desenfreno hacen de este territorio comanche algo irrepetible que atrae a locales y a extranjeros, pero no tanto a los vecinos que soportan el griterio hasta las tantas. "Ya somos como el San Fermín. Con lo bueno y lo malo", compara Nubla.

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