El Raval pierde su colmado cultural

Ana Vizcaíno, una de las dueñas de Lailo, y, a la izquierda, uno de los corpiños de La Maña.

Ana Vizcaíno, una de las dueñas de Lailo, y, a la izquierda, uno de los corpiños de La Maña.

Carles Cols

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Lailo se va del Raval. Es una tienda. A lo mejor alguien se preguntará, ¿y qué? Es que no es una tienda cualquiera. Es la tienda en la que Scarlett Johansson y Penélope Cruz pasaron juntas un tarde de compras. También Natalie Portman, en su caso sola y con evidente voluntad de no llamar la atención, se llevó unas prendas. A algunos millonarios chinos les gusta comprar ahí vestidos de novia de los años 20 para sus hijas. Lailo aparece en las guías internacionales como un inigualable establecimiento especializado en ropa vintage, no porque no haya otros negocios en esta o en otras ciudades dedicados a ese producto, sino por el plus tan chic que le concede que en su día se hizo con el fondo de armario del Liceu, o sea, dos siglos de ropas cosidas a mano, de piezas únicas, como la túnica que tan bien le quedaba a Plácido Domingo para ser Otelo. No cierra. Solo se va del Raval. No es una decisión caprichosa, dicen sus dueños.

En el número 20 de la calle de Riera Baixa hubo en su tiempo una vaquería. La arquitectura del local, aunque transformada a lo largo de los años, ya tiene algo de establo. Después fue el primer restaurante vegetariano de la ciudad. Pinchó. Fue en 1989 cuando abrió sus puertas como Lailo, contracción anárquica de la ropa y los demás. Era toda una osadía, porque el corazón del Raval era a finales de los 80 un barrio áspero. En solo tres meses de aquel 1989 y en una campaña de denuncia, la asociación de vecinos recogió 3.157 jeringuillas de las calles y plazas. Queda todo dicho. Así que lo que hicieron Amparo Guillén y sus tres hijos AnaJordi y Xavier Vizcaíno fue meterse en una aventura de muy incierto destino.

Los baúles del Liceu

Pronto se vio que aquello no iba a ser una tienda cualquiera. Vendía ropa vintage importada preferentemente de Holanda, pero los expositores comenzaron a ser el decorado de algo distinto y mayor. Ahí, en el corazón de un barrio rebautizado como Raval, pero que todavía era muy el Chino, se organizaban recitales de poesía, debates filosóficos, cursos de capoeira, conciertos..., vamos, que era un colmado cultural. «Aquí comenzaron su carrera artística el Màgic Andreu y los Chicos Mambo Show», recuerda Ana Vizcaíno entre cajas de mudanza y, sobre todo, al lado de un baúl tan extraño como hermoso. «¡Ah!, eso. Tenemos varios. Son los viejos baúles del Liceu. No tenemos muy claro aún qué haremos con ellos». Fue dentro de esos cajones de madera vieja como llegaron a Lailo los varios centenares de prendas que se emplearon en alguna ocasión en el escenario del coliseo operístico de la ciudad. Algunos ropajes llevan aún escrito en su interior, aunque con caligrafía indescifrable, el nombre del artista o la ópera en la que se emplearon.

La colección Liceu es lo insólito, pero no lo único que le dio fama internacional a Lailo. «Un día nos llamaron del hotel Casa Fuster. No sabían ni quiénes éramos ni dónde estábamos, pero una de sus clientas quería venir a Lailo y andaban despistados». Era la actriz británica Kim Cattrall. Para los poco puestos en el firmamento de las estrellas cinematográficas, ahí va un comodín de ayuda. De las cuatro amigas de Sexo en Nueva York, es la más desinhibida, lo cual, visto el título de esa serie de televisión, puede parecer que no sea una pista, pero así es. Lo de desinhibida hasta le queda corto.

El caso es que Cattrall necesitaba bañadores vintage. «Se llevó varios».

La venta de ropa, balenciagas y chanels, procedentes a veces del vaciado de un piso tras el deceso de su dueña, era solo el modo de alimentar la llama cultural que allí ardía desde antes de que las administraciones se decidieran a invertir en grandes equipamientos en el Raval. Así lo supo ver un día el propio Pasqual Maragall, que se presentó en la tienda y les echó una mano. Como alcalde tenía un olfato sin igual.

La pregunta coherente, llegados a este punto, es por qué. Lailo no es otra víctima más de la ley de arrendamientos urbanos. Migra al Born o a Gràcia, está por decidir, porque sus dueños intuyen que ese ya no es su barrio, que late, sí, pero con una inquietante arritmia. Es un aviso.