A juicio por mirón

Ciutat de la Justicia  Hospitalet

Ciutat de la Justicia Hospitalet / periodico

TONI SUST / BARCELONA

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Ir por la calle mirando a la gente, detenerse cuando hay un follón cualquiera para cotillear, puede tener sus consecuencias. Es el caso de Carlos, un nombre supuesto para el pringado que un día caminaba por el Eixample y vio una pelea. Fueron tres segundos, un forcejeo entre un hombre sobreexcitado y otro que no quería pelear pero que no rehuyó el enfrentamiento.

Carlos se detuvo esos tres segundos. Como hace casi todo el mundo cuando pasa algo sórdido. Resulta habitual por estos lares que los accidentes provoquen atascos no por la presencia de los vehículos siniestrados, sino porque los conductores que pasan por allí reducen la velocidad y agudizan la mirada, a ver si observan algo truculento.

“DNI, POR FAVOR”

Carlos se detuvo tres segundos pero fue suficiente: “DNI, por favor”. Uno de los siete u ocho policías que retuvieron al sobreexcitado se dirige a él: “¿Usted ha visto lo que ha pasado?”. Y el cuñadismo puede más que la realidad más estricta, porque Carlos apenas vio el final del conflicto, pero responde con aplomo: “Sí”. Así que toca ir al juicio para testificar sobre lo sucedido.

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Desde los tres segundos hasta la vista oral transcurren tres años. Por el camino, una suspensión por incomparecencia de la que Carlos ni se enteró. No fue una actuación responsable: no presentarse a un juicio como testigo está castigado con multas de un mínimo de 200 euros. Depende del juez. Nervios, en principio los justos: acudir a un juicio por una cuestión menor entre extraños se asemeja a asistir a una tanda de penaltis en la que no participa tu equipo. A ver qué pasa.

Antes de la segunda intentona de juicio, una mensajera malhumorada acude al domicilio de Carlos para entregarle una citación. Como la citación indica que el juicio tendrá lugar tres meses después, el incauto pregunta a la mensajera si recibirá algún aviso de confirmación poco antes de la fecha. No, eso no va a pasar, dice la señora, yéndose, todavía de peor humor.

A LA CIUTAT DE LA JUSTÍCIA

Además de colaborar con la sociedad, la cita presenta alicientes. El juicio, en el que una de las víctimas del sobreexcitado le reclama una indemnización económica y un periodo de cárcel ‘Urdangarín’, es decir, que no implica ingreso en prisión, coincide con el del caso Palau. Y eso permite hacer un poco de turismo de presunta corrupción. Por el juicio en sí mismo y porque el propio edificio de la sede judicial está bajo sospecha de haber generado una comisión ilegal del llamado 4%.

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Hay tiempo para curiosear: la abogada de la víctima relata que hay tres juicios antes, aunque considera probable que se suspendan. El acusado se ha presentado, y aguarda sentado con cara de malas pulgas.

Se acerca el momento de entrar en la sala, y lo de que no habría nervios se diluye. Declarar genera tensión en quien no está habituado. Por eso Carlos, cuando le llaman, el último, entra decidido, con una sonrisa que dice: “Soy inocente”. Acude mentalizado para darlo todo sobre aquellos tres segundos. Pero luego se pone nervioso hasta al pronunciar su nombre, y responde casi pidiendo perdón. Le preguntan si reconoce al sobreexcitado. Está a un par de metros a su derecha. Lo señala, y el acusado le mira. No hay sangre en sus ojos. Bien.

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La acusación particular: una pregunta. La fiscalía: una pregunta. La defensa del acusado: no hay preguntas. Así que todo concluye en 120 segundos. Un día sin ir al trabajo, y felicítate porque al final ha habido juicio: son habituales las mañanas perdidas de forma sucesiva. La secretaria judicial entrega un justificante. Y a la calle.

A la salida, cámaras de televisión colocadas y carne de chanchullo que sale de ser juzgada y bromea con el ‘salimos por la tele’ . La verdad es que Carlos esperaba respirar algo de aroma de ’12 hombres sin piedad’, lo que no era fácil en un juicio sin jurado, y al final le ha sabido a poco. La próxima vez, quizá admita que ver, lo que se dice ver, casi no vio nada.