La memoria latente

Jubilados de la Barceloneta rememoran la dureza de la guerra y lugares desaparecidos como la plaza del Torín y los viveros de mejillones

Las voces 8 Àngels Medina, Bernardino Gutiérrez, Pilar de Frutos, Joan Antequera y Magda Medina.

Las voces 8 Àngels Medina, Bernardino Gutiérrez, Pilar de Frutos, Joan Antequera y Magda Medina.

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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Pilar de Frutos nació hace 86 años en la Barceloneta, donde sus abuelos regentaban la Taberna de les Canyes. Allí, cada atardecer, se reunían los pescadores tras dejar sus barcas en la arena. Ya casada, en 1962, compartió con sus padres un piso de 33 metros cuadrados, donde vivía con su marido y sus dos niños. «Ahora en casa solo tengo una silla. No me hacen falta más. La vida me ha dejado sola. Mis dos hijos murieron en mis brazos. El mayor, con 38 años, y el pequeño, con 54», recuerda, con la voz quebrada, en una sala del Casal de Gent Gran de la Barceloneta, el refugio en el que ahuyenta la soledad.

Comenzó a trabajar a los 11 años cortando cartones para las cartillas de racionamiento y así poder llevar algo de pan a casa. Era 1939. «Me acuerdo de la guerra como si fuera ahora. El barrio de pescadores fue devastado. Los pisos quedaron vacíos», señala ella.

A su lado, Bernardino Gutiérrez, un compañero del casal, comenta que al volver al hogar, cuando ya no había peligro de bombardeos, le sorprendió ver que la hierba cubría el empedrado. «De niños nos pasábamos el día en la calle. Jugábamos con las palas de lavar la ropa de nuestras madres en la plaza de El Torín, ya abandonada», cuenta Gutiérrez, que lleva 66 años casado con Àngels Medina, a quien conoció en un baile del barrio.

Comenzaron a salir cuando ella tenía 14 años y él, con 20, ya era infante de la Marina. «Si me venía a buscar, de escondidas de mis padres me quitaba los calcetines largos para no parecer una niña», detalla Medina. Su niñez fue muy dura. La miseria ahogaba, pero su madre criaba gallinas en el piso para al menos tener huevos. «Los Reyes nunca me trajeron juguetes. Mi primera muñeca me la regaló mi marido», dice, mientras lo mira con cariño.

Su padre trabajaba en los Talleres Nuevo Vulcano, empresa de construcción naval donde Narcís Monturiol fabricó en 1859 su submarino Ictíneo«Era planchista de barcos. Contaba que en las calderas trabajaban en cueros. El calor no se podía soportar. De bebé, mi madre me llevaba a los sótanos de la fábrica cada vez que se aproximaban los aviones fascistas», rememora Medina.

Magda Guimalt nació en la calle del Mar en plena República en 1931. Al terminar la contienda se marchó de la Barceloneta a Les Corts, pero se casó con un chico de su barrio natal y regresó.

Pisos diminutos

«Tenía un puesto en el mercado. Vendía patrones e hilos para modistas. La gente se hacía sus vestidos, ahora ya no. Aunque los pisos eran tan pequeños que las señoras cosían sentadas en la cama para ocupar menos espacio», comenta. Lo que no puede olvidar es el frío que pasaba y tampoco cuando de niña acompañaba a su madre a ver el mar. «Había señoras que se bañaban de noche con el viso y con un cinturón de calabazas de corcho. Entraban al agua en fila recta cogidas del hombro», relata.

Joan Antequera también es asiduo al casal de abuelos. Él era el cocinero del merendero Sol y sombra. «La paella era la estrella. A los de otros barrios les encantaba comer con los pies encima de la arena». Aquí interviene la señora Pilar para decir que los de la Barceloneta se subían la mañana del domingo a una barquita para ir a los viveros del rompeolas a comer mejillones. «Eso también ha desaparecido».