Joan Fuster, todo coraje

Joan Fuster, todo coraje

Joan Fuster, todo coraje / periodico

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Es difícil, casi imposible, saber qué pasa por la cabeza de un adolescente. En caso de acertar, lo más seguro es que esté en el tránsito hacia otro pensamiento que quizás no tenga nada que ver con el actual. La mente de un joven ejecuta a gran velocidad porque está en una edad de entradas y pocas salidas, de esponja pero escasa apertura. Al día siguiente de la desdicha hay que tirar de madurez. La de todos, profesores, estudiantes y padres. Nadie defrauda. "Han hecho un trabajo extraordinario, mayores y pequeños, demostrando que este es un colegio muy potente, con un gran coraje". Las palabras de uno de los psicólogos que participan en la terapia dentro del centro hablan de un proceso que será lento pero que empieza con firmeza, con ganas, no de superarlo, porque eso son palabras mayores, sino de sobrellevarlo de la mejor manera posible. Porque el dolor entre todos se sustenta mucho mejor.

"Lo bueno es que ellos lo superarán antes que nosotros", comenta un profesor, de los veteranos, en la entrada del IES Joan Fuster. Muchos le abrazan, parece de los más queridos. Luego se detienen frente a las decenas, centenares de velas depositadas en la fachada, donde también pueden leerse escritos de alumnos que se acuerdan de Abel, el docente que tendría que estar en casa, en Lleida, a la espera de que la Generalitat le llamase para otra sustitución porque el lunes, cuando recibió la puñalada mortal, terminaba su trabajo de reemplazo en el barrio barcelonés de Navas. Es mediodía y el sol parece que les da energía, la que se han dejado dentro del centro durante dos horas en las que se han abierto como nunca. Han entrado en el aula con el tutor, pero no para revivir la tragedia. "No se trata de que cada uno explique qué ha sucedido, dónde se encontraba y cómo lo vivió, sino de compartir qué es lo que hemos sentido y qué le ha pasado a la escuela como colectivo, como grupo". Han participado y han reaccionado "de manera extraordinaria", seguramente, porque los profesores, destrozados pero "con una enorme capacidad de sobreponerse cuando están frente a los chicos, han sabido conducir muy bien la situación". 

Pasan de la risa al abrazo desencajado, de la mano cogida al empujón cómplice. Son adolescentes. Los cerca de 150 alumnos que se han acercado al centro han compartido silencio y reflexiones. Han escuchado a los expertos del Centro de Urgencias y Emergencias Sociales, que si de algo saben es de cómo tratar a las personas en situaciones de extraordinaria tragedia, sea un accidente de tráfico en las calles de Barcelona o una catástrofe aérea, como la del vuelo de Germanwings que hace menos de un mes les llevó a los Alpes franceses para atender a las familias de los pasajeros españoles fallecidos. Cuentan con un protocolo, pero cada caso requiere de un molde a medida. Eso sí: no se callan nada, aquí no sirven las metáforas. Ha fallecido un profesor y lo ha matado un chico que hasta ayer se sentaba en ese pupitre. Eso no se puede cambiar, pero sí asumir en la medida de lo posible. Ayudará, sin duda, que el Joan Fuster disponga de un equipo de docentes "con tanta experiencia, con tantas tablas, con tanta capacidad de sacrificio para que los alumnos puedan resultar beneficiados". 

Flores y abrazo

"¿Sois católicas?" Las chicas se ruborizan ante el comentario de su amiga, que trae unas flores que ha comprado no muy lejos del centro, pegado a la Meridiana, junto a una de las iglesias más feas de Barcelona, la de Sant Joan Bosco. Lo dice por si querían un momento para una oración; pero no. Se regalan diez segundos de silencio, se abrazan y se van. Han venido hasta Sant Andreu estudiantes de otros colegios, de otras ciudades. Como los de la Escola Santiga, de Santa Perpètua de Mogoda, o los del instituto Bernat Metge de Sant Martí. El resto de centros de Catalunya se acuerda de la desgracia en algún momento de la mañana. Cinco minutos de mudez para solidarizarse con los familiares del profesor, y también con los padres y la hermana de M., el niño de 13 años que padeció un brote psicótico y mató a Abel y ahora está ingresado en el Hospitalde Sant Joan de Déu. 

Los chicos del instituto actúan y opinan ajenos a los dimes y diretes, como si sus padres se hubieran encargado el día anterior de que no vieran demasiado la tele, de que dejaran los móviles en la entrada de casa, junto a las llaves. Mantienen el ensimismamiento inicial, la conmoción ante un hecho que verbalizarán con sus tutores, con los trabajadores sociales, con sus familias y sus amigos. Con nadie más. En el patio cantan una canción dirigidos por una mujer que será, es un suponer, la profesora de Música. Todo lo demás se queda dentro. De la escuela, de las aulas, del grupo. De cada estudiante. Son una piña, más que nunca, y los mayores de bachillerato crean un corredor de chaquetas para que los periodistas, que quizás la policía debiera haber colocado más lejos, no graben a los más pequeños.

Una persona que firma como una "profesora sustituta cualquiera" ha dejado un mensaje en un folio sobre el improvisado altar. "No sé cómo ir a clase después de lo que ha pasado". Al lado, dos cartulinas verdes reproducen unos versos del poema No te rindas, de Mario Benedetti. Vivir la vida y aceptar el reto, / recuperar la risa / ensayar el canto / bajar la guardia y extender las manos / desplegar las alas / e intentar de nuevo / celebrar la vida y retomar los cielos".