Jay, Fay y un mono enorme

Joan Lluís Goas presentó el libro 'Entre dioses y monstruos' en el cine Phenomena

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RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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Cualquier excusa es buena para acercarse al cine Phenomena. Y si un amigo presenta ahí un libro y luego te proyectan 'King Kong' en una pantalla enorme, mejor que mejor. Mi amigo se llama Joan Lluís Goas, pero me gusta (y a él también) llamarle Jay, en homenaje al Gatsby de Scott Fizgerald, con quien le veo ciertos puntos de contacto: cuando dirigía el festival de Sitges, deambulaba por la zona en un Mercedes negro y asistía a los saraos propios de la ocasión con una actitud afable, pero algo distante, como si tuviera la cabeza en otro sitio, en algún equivalente propio de la lucecita de la casa de Daisy Buchanan en los Hamptons. Nos habíamos conocido no hacía mucho en la redacción de 'El Noticiero Universal', durante la última y delirante etapa del célebre vespertino barcelonés, cuando aquello era 'can pixa i rellisca', todos nos dábamos por muertos de un momento a otro, el propietario era un mangante sudamericano y el director vivía en la inopia. Goas era el crítico de cine y yo estaba al frente de la sección de espectáculos, aunque luego me convertí en el primer corresponsal en París sin sueldo de la prensa española (cosa que descubrí con dolor cuando ya era demasiado tarde: eran los tiempos anteriores a Internet y el control de los monises no era tan inmediato como ahora).

Las apariciones de Goas, siempre bien vestido, recién duchado y oliendo a colonia, se agradecían en aquella cuadra de la calle Lauria en la que el único elemento levemente atildado y que no profería groserías por sistema era el poeta Enrique Badosa. Fue entonces cuando trabamos una amistad que dura hasta hoy y que me llevó el martes pasado al Phenomena para verle presentar 'Entre dioses y monstruos', un libro en el que Jay reúne sus recuerdos de mucha gente interesante con la que se ha cruzado en el cumplimiento del deber, gente como Anthony Perkins, Roger Moore, Christopher Lee, Paul Verhoeven, David Lynch, Richard Lester, Dario Argento, David Cronenberg, Harrison Ford, Sam Raimi, Gerard Depardieu y algunos más.

Fay Wray, claro, la protagonista de la película que Nacho Cerdá, propietario del Phenomena, nos proyectó después de que Goas y Ángel Sala, actual director de ese festival de Sitges que, según dijo, le cambió la vida cuando solo era un estudiante de Derecho en Zaragoza, hablaran de sus cosas, que eran también las nuestras. Rememoró Goas sus paseos con la señora Wray por la playa de San Sebastián y la extraña sensación de ver 'King Kong' con su protagonista, ya convertida en una dulce ancianita, en la butaca de al lado. El libro está lleno de esos momentos, de esas sensaciones, y en ningún momento incurre en el autobombo, lo cual es muy de agradecer: igual cuando lo escribía también se le iba la mente hacia el embarcadero de Daisy Buchanan.

HOMENAJE A SITGES

De hecho, el acto fue un homenaje al festival de Sitges en el que participé muy a gusto, después de haberlo cubierto como periodista durante años y de haber formado parte en una ocasión del jurado (aún recuerdo como la protagonista de 'El exorcista', Ellen Burstyn, apartaba la mirada de la pantalla cada vez que la violencia de una secuencia se le antojaba excesiva). Recordó Sala cómo le dijo a un amigo que algún día ocuparía el sillón de Goas y cómo el amigo se lo tomó a chufla, aunque tuvo que acabar envainándosela. Fue Goas quien se empeñó en proyectar 'King Kong' en su gran noche, y lo hizo en el lugar adecuado, pues si el Phenomena no es el mejor cine de España, que baje Dios y lo vea.

Según me comentó Nacho Cerdá, el negocio no es para tirar cohetes, pero tampoco merece el calificativo de ruina. El hombre se ha construido el cine de sus sueños y solo le falta quedarse a vivir en él. Yo, por mi parte, estoy pensando seriamente en trasladarme a algún apartamento de la zona -esa calle de Sant Antoni Claret que le queda a trasmano a todo el mundo- para poder echar las tardes o las noches ahí dentro. Cerdá rodó hace años un largometraje y un montón de cortos que estaban muy bien, pero no se le ve con mucha prisa por volver a la dirección cinematográfica. A su manera, también ejerce de Jay Gatsby en su mansión de Long Island, o de Rick Blaine en su célebre 'café americain' de Casablanca. Pero aunque viva en una realidad paralela, no pierde de vista la oficial, como demuestran sus sarcasmos sobre la política cultural de la Generalitat y su orgullo de no haber solicitado ninguna subvención a Can Prusés (que tampoco habría obtenido, añado, por su renuencia a subtitular en catalán).

Adorable reunión de excéntricos la del último martes en el Phenomena. Harían falta muchas más para animar nuestra letárgica ciudad.