Las muñecas hinchables son para el verano

Este año se han cumplido 40 del debut de la Orquesta Mondragón y Javier Gurruchaga está de gira celebrándolo

Javier Gurruchaga

Javier Gurruchaga / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

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Javier Gurruchaga no sale de noche. En México, porque le da miedo. En Barcelona, porque le aburre. De modo que esta noche se ha quedado en la habitación de su hotel, en las Ramblas, y ahora se mira sin parar la picadura de un mosquito tigre en el brazo. En este hotel, el Oriente, Gurruchaga había rodado 'Si te dicen que caí', donde hacía de fascista que iba en silla de ruedas. Cuando tuvo casa en Barcelona vivió también en las Ramblas, pero más abajo, cerca casi de Colón, y Jaume Sisa era su vecino de rellano, y así la muñeca hinchable se unía a la lista de personajes que salen en 'Qualsevol nit pot sortir el sol'. Se presenta intranquilo por el insecto que le ha puesto el brazo a caldo, y enseña en su móvil unas fotos de otros insectos que le preocupan más. Son las polillas de los libros antiguos que colecciona. Tiene miles (libros, no polillas), aunque no sabe decir cuántos. Los guarda en su casa de Madrid, de 320 m2, un antiguo convento de monjas. Los compra en las ciudades que visita, pero prefiere andar de librerías de viejo por Barcelona más que por Madrid. Aquí, además le gusta ir al mercado de Sant Antoni.

Frecuenta por ejemplo la librería Batlle, de la calle de la Palla. Le interesa la encuadernación, pero sobre todo busca libro ilustrado, fotografía erótica de principios del siglo XX... Es el Gurruchaga que mueve la lengua descaradamente en los escenarios, en las películas, en los bares. ¿Se parece físicamente Javier Gurruchaga a su estilo? Antes se ha mirado de perfil en un espejo, ha hinchado toda su tripa bajo su camiseta de Eduardo Manostijeras y ha dicho: “Fíjate qué tipo tengo, parezco Nerón”. A principios de los 90, Gurruchaga fue Golfus de Roma; pero tiene razón en que también ha querido incendiar con sus conciertos las capitales del orbe. Lo hacía con canciones que ahora ya no se atreve a volver a tocar porque los tiempos han cambiado, y si las interpreta en público corre el riesgo de ser él el quemado en la hoguera de las brujas. Eran canciones como 'El hotel azul', 'El hombre de los caramelos', 'Bubble bubble'..., que están en los inicios de la Orquesta Mondragón.

En el primer disco, 'Muñeca hinchable', todas las letras eran de Eduardo Haro Ibars, el poeta maldito del underground madrileño, el hijo de Haro Tecglen que estuvo cerca de ser más famoso que su propio padre, y que tuvo una muerte generacional como ocurre siempre que estalla una guerra del tipo que sea. Gurruchaga habla de Eduardo con respeto, y con una distancia sideral, como de agujero negro, como refiriéndose a algo que quiso tener y nunca pudo alcanzar. ¿Su amistad? “Eduardo no tenía amigos”, responde Gurruchaga.

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BON VOYAGE

En el disco siguiente, 'Bon voyage', además de las canciones de Haro Ibars hay otras escritas por Luis Alberto de Cuenca, que era todo lo contrario: poeta con pinta de banquero, miembro de la Real Academia de la Historiasecretario de Estado de cultura con Aznar. Dos dandismos a elegir. Las dos caras de la transición, de lo que iba a fracasar y de lo que no pudo triunfar, explicadas en dos discos seguidos. Como el primero es de presentación, Popotxo se sube a la taza del váter con los pantalones bajados, así es el nuevo mundo, y Gurruchaga se viste de novia en los conciertos. El siguiente significa un adiós a todo eso que ha sido un visto y no visto. Es un desearle bon voyage a lo que sólo fue un sueño. Este año se han cumplido 40 del debut de la orquesta, y Javier Gurruchaga está de gira celebrándolo. Una actuación en la sala Barts es lo que le ha traído a Barcelona este jueves en el ecuador de junio.

Pero aún es por la mañana, y quiere visitar también la librería Farré, en la calle Canuda. Mantiene un trato amistoso con su propietario. "Monsieur Farré, ya no queda calidad humana”. A la gente distinguida Gurruchaga la trata en francés igual que agita la lengua cuando quiere recordarnos que el mundo es una depravación. Se llevará un libro de fotografías de músicos de jazz y otro de Emilia Pardo Bazán con encuadernación modernista. Pero antes le ha mostrado a Farré la foto de esas polillas que le traen de cráneo, y el librero les ha quitado importancia con ironía barcelonesa. “Eso, esencia de trementina y bolas de alcanfor”.

Farré tiene 59 años y Gurruchaga apura los 58. Pertenecen a una generación a punto de inaugurar la sesentena: los que por pelos no pudieron votar en las primeras elecciones generales de la democracia, pues la mayoría de edad era a los 21 años. Entonces, ¿qué hizo esta generación? Divertirse. Y la Orquesta Mondragón representó eso: la exaltación de lo divertido, el hedonismo entre los monstruos de una barraca de feria, Sade en Las Hurdes. Hoy, Gurruchaga actúa con su vieja orquesta mientras se hunde una cultura. Farré dice que la crisis se ha cargado a la clase media y ya no hay gente que pueda comprarse de vez en cuando un libro de 50 euros. Por eso, para hacer un exorcismo, ahora Gurruchaga sale en sus actuaciones travestido de Donald Trump. Es el muñeco que se arroja a la hoguera de San Juan.