Tesoros urbanísticos

Interiores de película

La 'chica con la cámara', icono del restaurante Flash Flash.

La 'chica con la cámara', icono del restaurante Flash Flash.

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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Aquí, por qué no, podría tener lugar una charla entre mafiosos, podrían ultimarse los detalles de un atraco, podría un desesperado hombre al borde del abismo pedir perdón a la mujer amada. Aquí podría tener lugar un abordaje sensual o perpetrarse una canallada, podrían blandirse cuchillos o dispararse pistolas, por qué no. Aquí: sobre el suelo ajedrezado del restaurante Cosmos, en la Rambla con Escudellers; en la barra señorial de la coctelería Juanra Falces, antes Gimlet, en la calle del Rec; a la sombra de la fotógrafa ubicua del Flash Flash, o enfrente, en la penumbra ajardinada de Il Giardinetto, los dos en la calle de la Granada del Penedès. Aquí fueron siempre los 60 o los 70, desde el principio, y así sigue siendo hoy, medio siglo después, y eso les da un sabor a cine, a plató, a decorado de otros tiempos.

Ahora hablemos de diseño.

Proviene, ese aire de cine que los distingue, de su excepcional estado de conservación. Es lo que tienen en común. Ahora que el Ayuntamiento de Barcelona ha anunciado que va a incluir la segunda mitad de los años 60, toda la década de los 70 y la primera mitad de los 80 en el catálogo de conservación arquitectónica de la ciudad, sale también a la luz el interiorismo, los locales (tiendas, bares, restaurantes) que han salido indemnes de estas décadas de reinvención, el sino cataclísmico de una ciudad con tendencia a la metamorfosis. No son muchos. Esa pulsión por inventar lleva aparejada, como una hermana fea, la pulsión por destruir.

LA DESAPARICIÓN DEL RENO / «Barcelona siempre ha tenido pasión por la modernidad y eso la ha llevado a destruir mucho -dice Viviana Narotzky, presidenta del ADI FAD e historiadora del diseño-. Aunque también es verdad que tantos locales no había. Son casos puntuales, y más que nada de la Barcelona de la parte alta». Como ejemplos de diseño que bien habrían podido saltar hoy a una lista de interiores protegidos, Narotzky menciona el antiguo restaurante Reno, en la calle de Tuset, obra de Federico Correa y Alfons Milà, y la sala Bocaccio. Otros expertos dejan caer más nombres: el bar Zsa Zsa, obra de Dani Freixas, de finales de los 80, o la añorada Cova del Drac. «Hay diseños extraordinarios que desgraciadamente ya no están», lamenta el arquitecto Marc Cuixart, uno de los cuatro artífices del interior minimalista de la coctelería de Juanra Falses (antes Gimlet, y de hecho, más conocida como Gimlet).

El tándem estrella de aquella época lo conformaban Correa y Milà. De la dupla que firmó el diseño del Flash Flash, Il Giardinetto y el Reno sobrevive el primero, y así habla de la desaparición de este último: «Fue la primera obra que hicimos y estábamos muy orgullosos de ella, en parte porque fue allí donde empezamos a manifestar nuestra posición contra la rigidez del movimiento moderno. Bien, el Reno desapareció, y yo siento mucho que haya desaparecido».

LA AMENAZA DEL MERCADO / Los que han sobrevivido es porque siguen funcionando como negocio, y en las manos de sus dueños originales. Por lo demás, abandonadas a la lógica del mercado, estas joyas del interiorismo son vulnerables como el resto. ¿Hay que protegerlas? «Si son locales excepcionales deben ser protegidos, y algunos lo son. Qué coñazo esto de tirar todo al suelo y hacerlo nuevo», dice el diseñador Pepe Cortés, varias veces galardonado con el premio FAD. Y aquí, la pregunta: ¿El Cosmos, con su aire medio desastrado (pero encantador, eso sí), su aspecto de andar por casa, está a la altura del Flash Flash, de Il Giardinetto? «Desde mi punto de vista -dice Narotzky- tiene tanto valor como lo otro, aunque haya que conservarlo por razones distintas. Se trata de un diseño anónimo y normal, pero muy representativo de una época».

El Cosmos viene a ser el paradigma del restaurante cafetería de los años 60, lo que era normal entonces y hoy es pura supervivencia, probablemente el más emblemático de una estirpe de locales que han sido empujados a la cuneta. Aunque no es el único. Con las mismas características, cada uno con su detalle patrimonial elocuente, sobreviven otros aquí y allá, casi siempre ignorados porque casi nadie realmente se fija en ellos. El Bar Altamira, en la esquina de Girona y Ausiàs Marc, es esa clase de lugar. El letrero, las baldosas, la barra… «Todo o casi todo está igual que en los 60, que es de cuando data el bar», dice el dueño, Vicente Arévalo. Puede ser exagerado decir que es un sitio a proteger, pero no lo es decir que a su modo es un pequeño monumento a su época. Serán de segunda fila, pero el cine también siente debilidad por este tipo de lugares: aquí, no al Altamira pero sí al Cosmos, vino Bigas Luna a filmar su Lola.