Barceloneando

El humorista y los perros

Romeu explica en su libro todo lo que queríamos saber sobre los perros y no nos atrevíamos a preguntar

Carlos Romeu, en el centro, en la presentación de su libro 'Yo, perro', en la Casa del Llibre de Passeig de Gràcia.

Carlos Romeu, en el centro, en la presentación de su libro 'Yo, perro', en la Casa del Llibre de Passeig de Gràcia.

Ramón De España

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Hay una costumbre social norteamericana que, afortunadamente, aún no se ha impuesto entre nosotros. La cosa consiste en que tú estás en una fiesta y se te acerca alguien -por lo general, una mujer de mediana edad- para hacerte la siguiente pregunta: «Are you a dog person or a cat person?» O sea, ¿te gustan más los perros o los gatos? En cierta ocasión se me ocurrió responder que no tenía nada contra perros y gatos, pero que me interesaban más las personas, o por lo menos algunas de ellas. La buena señora me miró tan mal que me sentí como el protagonista de la película L'age d'or, de Buñuel, cuando se suelta de los gendarmes que lo acaban de detener y, en vez de salir corriendo, se acerca a un perro que pasea tan tranquilo con su dueña para arrearle una patada.

Reconozco que, puestos a elegir, me quedo con los perros: son más simpáticos, más agradecidos, se conforman con muy poco y tratan de comunicarse contigo a su manera: puede que el cerebrito no les dé más de sí, pero se esfuerzan más que los gatos. Y no hablemos ya de conejos o hurones, seres que comparten contigo el tiempo y el espacio y absolutamente nada más. No tengo perro porque el pobre reventaría esperando que me acordara de sacarlo a mear: los que apenas sabemos cuidar de nosotros mismos no tenemos ni plantas, pues las mataríamos de sed. Por el contrario, mi viejo amigo Carlos Romeu -uno de los mejores humoristas españoles de todos los tiempos, actualmente ninguneado por la prensa nacional, hasta el punto de, que cómo el mismo dice, «ya solo me publican en el boletín del Colegio de Aparejadores de Madrid», lleva conviviendo con chuchos desde que le conozco, y de eso hace ya muchos años, cuando le ayudaba, dentro de mis modestas posibilidades, a hundir revistas. Casi siempre los ha tenido del modelo scottish terrier, lo que le ha acabado confiriendo un notable parecido con los representantes de tan noble raza, descontando las barbas pobladas.

Hace unas tardes, en la Casa del Llibre, Charlie presentó su último libro, Yo, perro (publicado por Astiberri, que ya se hizo cargo del anterior, unas hilarantes memorias dibujadas, Ahora que aún me acuerdo de todo (o casi), que contenía, entre otras perlas, la mejor definición jamás escrita de Jesús Ceberio, antiguo director de El País: «un hombre con el sentido del humor de una tortuga muerta») y nos reunimos para celebrarlo una pandilla de oldtimers -¿a que suena mejor que carcamales o vejestorios?- que llevamos toda la vida apreciándole como humorista y ser humano.

Romeu dibuja muy bien a los chuchos y les considera grandes compañeros, pero se empeñó en desaconsejarnos a todos que nos hiciéramos con uno porque es como tener un hijo tonto que no da más que problemas, cuesta un dineral y su principal misión consiste en enriquecer al veterinario de turno (el de Charlie era quien le presentaba el libro, junto al colega Kap). Con la tropa que se había reunido allí, la presentación no tardó nada en convertirse en un guirigay de interrupciones, preguntas y comentarios que llevó al anfitrión a darla rápidamente por terminada y enviarnos no a la mierda, que era lo que nos merecíamos, sino a tomarnos un vinito que esperaba al respetable en una mesa.

Yo, perro está muy bien, pero eso no va a sorprender a los fans de Romeu. Lo más entrañable del acto fue lo mucho que se nos notaba a todos el cariño que le teníamos al convocante y lo que nos alegrábamos (algunos) de reencontrarnos. La cosa tuvo un punto a lo cena de antiguos alumnos o reunión de los últimos de Filipinas, curtidos en mil batallas -frecuentemente perdidas- y divididos entre los que decían ¡Que nos quiten lo bailao! y los que lamentábamos esta mortífera posguerra socio-político-económica.

Ahí estaban Kim Aubert Enrique Ventura, aunque tuvieron que irse pronto porque esa noche tenían la cena de celebración de los 2.000 números de El Jueves, fundada por Charlie y nuestro común amigo Tom Roca. Me crucé con Àngel Casas, al que no veía desde hacía años, y nos dimos el móvil para quedar a comer (y a despotricar) un día de éstos. Y con una Maruja Torres adorable e incombustible que le daba al tinto con ganas tras haber hecho un alto en el camino para apretarse un lingotazo de vodka (según me confesó).

Pese a sus problemas de salud de los últimos veinte años -descritos con una gracia y una desfachatez admirables en sus citadas memorias-, Romeu, delgado, elegante y a la espera de un riñón nuevo, era, ahora que lo pienso, el que mejor pinta tenía de aquella reunión de excombatientes en la que solo se echó a faltar al ectoplasma del gran Perich.