Humareda en el puerto

Un humeante crucero atracado en el puerto de Barcelona, ayer por la tarde.

Un humeante crucero atracado en el puerto de Barcelona, ayer por la tarde.

HELENA LÓPEZ / Barcelona

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Hay algo en lo están todos de acuerdo: los actuales niveles de contaminación ambiental del puerto de Barcelona -infraestructura que ha pasado de recibir 0,6 millones de cruceristas en el 2000 a 2,6 millones el año pasado- son inadmisibles, más tratándose de una ciudad que pretende ser smart. Estos días, la capital catalana acoge el congreso Green Port para debatir las medidas a tomar ante la alarmante situación con una cuestión sobre la mesa: la transición hacia el gas natural. Después de años de debate en los que la electrificación del puerto parecía la solución más sostenible para substituir al nocivo gasóleo -esa ha sido siempre la apuesta de los ecologistas y también lo parecía del Govern-, finalmente el puerto apostará por el gas, opción que considera técnica y económicamente más viable. El momento de la adaptación no es casual: en el 2015 está prevista la aprobación de un endurecimiento de la normativa europea para proteger el medioambiente que prácticamente prohibirá la quema de combustible en tierra a partir del 2020.

Decir que los cruceros son pequeñas -o no tan pequeñas- ciudades flotantes, con todos los servicios que uno pueda imaginar, ya se ha convertido prácticamente en un lugar común. Lo que no es tan conocido es que durante todo el tiempo en el que estos grandes buques permanecen amarrados al puerto no dejan de quemar combustible altamente contaminante para generar la electricidad necesaria para alimentar la infinidad de actividades ofrecidas a bordo. Según la medición hecha ayer por Ecologistas en Acción en una demostración reivindicativa a las puertas del congreso, en el Word Trade Center, el aire en el muelle barcelonés concentraba 428.000 partículas ultrafinas contaminantes por metro cúbico, mientras que en una calle transitada de la ciudad -la de Aragó, por ejemplo- está cifra se sitúa entre los 20.000 y los 30.000. Según datos de la Conselleria de Territori i Sostenibilitat, el transporte marítimo supone hoy por hoy el 16% de las emisiones de óxido de nitrógeno del área de Barcelona y el 21% de las partículas de diámetro inferior a 10 micras.

«Los cruceros operan mediante el uso de fuel pesado, que contiene hasta 3.500 veces más azufre que el que utilizan los automóviles», asegura el doctor Axel Friedrich, experto alemán en contaminación ambiental que ayer denunció la contaminación del puerto barcelonés junto a la citada entidad ecologista y la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB).

LAS ALTERNATIVAS

Para poner freno a esa situación, María García, de Ecologistas en Acción, apuesta por electrificar el puerto. Es decir, que cuando un crucero atraque en la ciudad deje de quemar gasóleo y se conecte a la red eléctrica, y deje por tanto de expulsar óxido de nitrógeno al aire, la opción «más limpia» a sus ojos. Joan Vila, responsable de medioambiente del puerto de Barcelona, asegura que esa alternativa se lleva estudiando desde el 2006, y que finalmente se ha apostado por el gas por la elevada inversión y la dificultad técnica de implantar la electrificación. Fuentes del puerto aseguran también que la apuesta de las grandes navieras es la transición hacia el gas, con lo que no tendría sentido adaptar eléctricamente el puerto si las naves que acuden a él no lo están. Por el momento, esa apuesta por el gas se concreta en un convenio firmado en enero entre la autoridad portuaria y Gas Natural Fenosa que establece las bases para «acelerar el proceso de implantación del gas natural licuado y reducir las emisiones contaminantes del puerto para mejorar la calidad del aire del entorno portuario y de la ciudad».

Lluís Rabell, presidente de la FAVB, apunta que los datos de contaminación en al aire que genera el puerto son alarmantes y exige responsabilidad al gobierno de la ciudad. «El Ayuntamiento de Barcelona debe responder de sus actos. No puede fomentar la conversión de la ciudad en la capital mundial de los cruceros sin afrontar el impacto en la salud, social y ambiental que el modelo de turismo masivo que promueve genera», sentencia el líder vecinal. «No queremos debates abstractos sobre el modelo de turismo, sino aterrizar en la realidad de lo que se vive en la calle y debatir con datos, como los expuestos hoy por los expertos en una medición que debía de haber ido a cargo de la Administración, no de las entidades sociales», añade el presidente de la FAVB, quien subraya que la salud pública «recibe el impacto de la socialización de los costes de un negocio altamente rentable».

A ojos de Rabell, la apuesta por un modelo turístico de crecimiento ilimitado, con el sector de los cruceros como punta de lanza, está generando una burbuja y a la vez es «el vector de una profunda transformación de la ciudad».